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¡No nos fiamos de los políticos! (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el septiembre 15, 2010 por admin6567
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Dicen que algunos países se merecen los dirigentes de los que se han dotado y, si es que hablamos de una democracia en la que los ciudadanos pueden votar libremente a quien quieran, deberemos aceptar que la frase tiene plena vigencia. Sin embargo, es evidente que, en muchas ocasiones, los que votan lo hacen engañados por las habilidades dialécticas de aquellos políticos que se promocionan para el cargo; otras veces, por el simple hecho de votar a un partido determinado ( es el caso de España) y tampoco faltan aquellos que  sólo distinguen entre dos posturas, en cuestión de regímenes de gobiernos: los que siempre votan a izquierdas y los que lo hacen a derechas, sin importarles un comino a las personas o partidos a los que les otorgan su confianza, mientras cumplan el requisito de representar al sector progresista o al conservador, en cada caso. Lo que ha cambiado, en cuanto al comportamiento de los partidos políticos con respecto a otros tiempos anteriores –descontando, por supuesto, el interregno del gobierno del general Franco –; han sido los modos de manejarse en esta difícil y arriesgada  asignatura de representar a los ciudadanos, entendiendo como tal el ponerse al servicio de ellos, el trabajar en su favor y el sacrificarse para que, aún a costa de las ideas personales siempre se busque, prioritariamente, el beneficio de la comunidad.

Hoy en día, podemos afirmar que, España, está pasando por una crisis de buenos políticos. En efecto, el nivel cultural, moral, intelectual y académico de la mayoría de aquellos que están militando en las tareas políticas, desde los más altos cargos a los funcionarios de menor rango, se caracteriza, en líneas generales, por su bajo nivel  de preparación, por su escasa vocación para el servicio público y su desmedida ambición por enriquecerse o hacerse con el poder, como un medio de destacar por encima de los demás. Antes, lo que se entendía por el hacer público, lo que constituía la base de la función política y lo que absorbía el interés del pueblo se centraba, casi exclusivamente, en los debates celebrados en las Cortes de la nación. Allí tenían lugar las batallas dialécticas más apasionadas; allí se hablaba de leyes; se ponían en cuestión las actuaciones del gobierno de turno; se denunciaban corrupciones y se pedían explicaciones a los representantes de las formaciones adversarias, sobre aquellas cuestiones que las afectaban. Sin duda han pasado los tiempos de don Emilio Castelar o de don Aniceto Alcala Zamora o del mismo don Manuel Azaña, en los que la tribuna de oradores de las Cortes albergaba a la flor y nata de aquellos que unían, a su cargo político, una rica saga de prestigio, cultura, experiencia y elocuencia.

Ahora, desgraciadamente, todo lo que se debate en el Parlamento o en el Senado ya se ha precocinado antes en los pasillos de las cámaras, en las televisiones, en los conciliábulos y las propias alcantarillas de la política; de modo y forma que, cuando un tema determinado entra en las Cortes, suponiendo que pasen el filtro de la Comisión que se ocupa de seleccionar cuáles pueden ser discutidos o cuáles no en las cámaras del pueblo, de conformidad con unas mayorías que ¡Oh milagros de la Justicia!, siempre coinciden con la mayorías  que dominan en las cámaras!; ya tiene marcado su destino final, sin que lo que se pueda discutir en el hemiciclo, por muy documentadas que sean las alegaciones o contra alegaciones, sólo sirve para dar una imagen de legalidad y justicia pero que, al fin y a la postre, será la votación, preacordada anteriormente, la que fijará el espaldarazo o el rechazo definitivo que se le va a dar a la cuestión debatida. Lo que ocurre es que, la picaresca de nuestros representantes populares no tiene límite y si, cuando se acercan los comicios, utilizan el sobado recurso de hacer inauguraciones, conceder prebendas y prometer lo que es posible conceder y lo que no lo es; tampoco desprecian acudir a los medios de comunicación, en especial, las cadenas de TV.

Por supuesto que la utilización de las cadenas estatales de radio y  TV ya hace muchos años que forman parte de los medios de propaganda de las formaciones políticas. No es nuevo que se hagan ruedas de prensa, entrevistas, documentales y promociones a favor de determinados partidos o políticos, que aprovechan para dar a conocer sus respectivos programas de gobierno intentando captar la atención de las audiencias. Posteriormente las cadenas privadas se hicieron eco de tales procedimientos y también habilitaron espacios especiales donde se sometía a la clase política a cuestionarios, tertulias, entrevistas particulares y hasta programas en los que se enfrentaban a una serie de periodistas de distintas tendencias y pensamientos políticos. Sin embargo, señores, últimamente, parece que todos estos medios ya no bastan, que ni las radios ni las TV normales y los programas especiales son suficientes y, desde hace un tiempo, algunos de los más destacados representantes y líderes de la política en España no han dudado en bajar a las letrinas de los programas basuras de las cadenas nacionales, para, desde aquellos antros de inmundicia moral –donde personajes que constituyen la representación de la degradación más manifiesta de nuestra sociedad, se mueven como almas en pena invocando la protección de Belcebú para conseguir, aunque no sea más que una efímera y mal ganada cuota de fama – intentar conseguir votos de un segmento de la sociedad, adicto a tales espectáculos que, naturalmente, no tiene nivel cultural, curiosidad política ni suficiente comprensión, para dedicarse a ver programas que tengan un nivel superior a aquellos a los que son adictos.

Claro que el que señores, como José Blanco o Artur Más, u otros de su misma talla, que han bajado a las catacumbas de la “cultura”, a los dominios de los progres y homosexuales, a los posesiones de aquellos que han hecho de sus convicciones relativistas un arma arrojadiza en contra de la Iglesia, las buenas costumbres, la decencia y el orden; para conseguir este plus de popularidad que piensan que los va a beneficiar en los comicios; puede que no tengan en cuenta que existe otro sector de sus votantes potenciales, a quienes estos subterfugios pueden parecerles algo más que una frivolidad y una falta de sentido común, de modo que les hagan dudar de si, quienes practican semejantes trucos, son merecedores de verdad de que se les otorgue la confianza, votándolos. Después del fracaso de quienes nos representan en su reacción ante la crisis que ha asolado al país; la inoperancia de los gobernantes y su respuesta tardía e insuficiente para intentar atajar el mal, cuando ya no tenía remedio; decepcionados de que hayamos alcanzado la cifra mayor de parados de toda la historia de la democracia y convencidos de que, la clase política, sólo se preocupa de sobrevivir a sus errores, desprecia la voluntad de quienes los eligieron y se limita a asegurarse su propio porvenir, aumentándose los sueldos y otorgándose una pensiones en condiciones mucho más ventajosas, tanto en cuantía como en periodos de cotización, a las de aquellos ciudadanos a los que, para más INRI se les han congelado las suyas; es difícil esperar  que nos sintamos mínimamente dispuestos a acudir a las urnas para votar, conscientes de que volveremos a tropezar con la misma piedra.

Ni Gobierno ni Oposición nos dan garantías de que, si los seguimos apoyando, van a someterse a la voluntad del pueblo y no, como ha venido sucediendo, se vayan a limitar a luchar entre ellos por el poder, dejando de lado los problemas que afectan directamente a la población que, en definitiva, constituyen la “conditio sine qua non”  que justifica la existencia de cualquier sistema democrático. O, esto creo yo.

 Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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