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La penúltima vacuna (por Pedro J. Ramírez)

Publicada el octubre 3, 2010 por admin6567
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(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)

La carta del director

Zapatero pregunta a veces las cosas más inesperadas. A mí me preguntó un día que si creía en Dios. Este verano no llegó a tanto con uno de sus colaboradores pero casi, tratándose de un gobierno de izquierdas en España. «Oye, ¿tú te has leído el Estatuto de los Trabajadores?». El alto cargo se quedó perplejo e improvisó una respuesta: «Bueno… sí, hace tiempo, lo estudiábamos en la universidad…». Pero el presidente no se dio por satisfecho: «No, yo te pregunto si te lo has leído entero». El otro tuvo que rendirse: «Francamente no. Pero si crees que merece la pena lo haré hoy mismo».

Fue un día de mucho trabajo en La Moncloa y el alto cargo se tuvo que llevar los deberes a casa. Creía que aquello iba a ser coser y cantar, pero quia. Se encontró con un mamotreto de 96 artículos con ocho o 10 apartados cada uno, más 16 disposiciones adicionales, 11 disposiciones transitorias y cinco disposiciones finales. Además, su prosa no podía ser más árida, burocrática y premiosa. Poco a poco fue descubriendo que, comparado con aquello, hasta el Estatuto de Cataluña se quedaba corto en su pretensión de regularlo todo. Incluso las situaciones más improbables estaban contempladas: desde la evolución del permiso de maternidad en caso de parto múltiple, hasta la protección del empresario en el supuesto de que sea él quien sufra el acoso sexual de uno de sus trabajadores, pasando por el número exacto de días de antelación con que debe ser comunicado un cambio de destino o el porcentaje de la jornada laboral que debe dedicarse a la formación en los contratos en prácticas. ¿Qué queda pues para el libre acuerdo de las partes? ¿Dónde está el margen para buscar soluciones diferentes para situaciones diferentes?

El alto cargo imaginó que el presidente le iba a hacer reflexiones como éstas, pero cuando supo que ya estaban en igualdad de condiciones, Zapatero fue mucho más expeditivo y exhibiendo su mejor sonrisa transgresora le espetó: «Reconocerás que últimamente no has leído nada tan estalinista…».

Por mucho que crea tener un buen sentido de los tiempos políticos, lo cierto es que Zapatero llega tarde a todas sus citas con el realismo y la racionalidad. Se me dirá que por lo menos llega; sí, pero en qué condiciones. La situación de España, la de su partido y la suya propia serían mucho mejores si hubiera emprendido hace dos años el camino del control del gasto y las reformas estructurales. Es decir, si hubiera roto con las momias sindicales en mayo de 2008, en lugar de en mayo de 2010. Por otra parte, también es verdad que la catástrofe sería completa si todavía siguiera en el sostenella y no enmendalla.

No cabe menospreciar la ductilidad con que ha somatizado ahora las presiones de los mercados, de Obama y de la Unión Europea hasta hacer suyas perspectivas y prioridades que antes nunca había sentido. Su drama es haber llegado al poder con más fantasías que proyecto, pero al menos sus malos principios han resultado ser de quita y pon. Claro que a qué coste. Lo peor no es que haya terminado siendo el médico a palos, sino que para que reaccionara, la tunda ha tenido que ser cruenta. O sea, que se ha demostrado que en su caso la letra sólo con sangre entra. En relación con la política antiterrorista, por desgracia en el sentido más literal de la palabra: remember la T-4. En relación con la política económica, después de un destrozo enorme en el tejido productivo, el mercado laboral y el crédito exterior de España.

Quienes trabajan con él aseguran que hay pocas personas tan meticulosas y concienzudas a la hora de estudiarse los asuntos. Y que es este itinerario intelectual el que explica que alguien que durante años negó que hiciera falta una reforma laboral se haya implicado poco menos que en redactarla personalmente.

Para mí, Zapatero es, sin embargo, un tipo que ha entrado en una habitación a oscuras y busca con sincero ahínco la salida, pero teniendo que orientarse a tientas, tropezando con todos los muebles, rompiendo más de un jarrón de porcelana y sin saber ni dónde está la puerta ni a qué lugar quiere dirigirse. Puede que al cabo de tantos tumbos termine por encontrar la vía de escape, pero habrá dejado a sus espaldas un estropicio descomunal y él mismo llegará hecho unos zorros al momento de pasar revista.

Suele decirse que nadie nace aprendido, pero en su caso habría que añadir que nadie debería nacer políticamente tan errado como él. Ahora, después de todos estos batacazos, es cuando por primera vez tiene los elementos de juicio -las cicatrices, los moratones- para asumir muchas de las responsabilidades de gobierno que ha venido ejerciendo tan a la ligera. Sería el momento para quitarle la ‘L’ de conductor novato y permitirle circular sin restricciones. Pero, claro, es imposible dar marcha atrás en el túnel del tiempo y los españoles harán bien en no concederle una tercera oportunidad, si llega el caso, porque no podrán olvidar todo lo anterior.

Pero ya que vamos a seguir teniéndole en La Moncloa un mínimo de entre 12 y 18 meses más, es de desear que al menos, tal y como ocurrió cuando Solbes sustituyó a Solchaga al final del felipismo, estas postrimerías no sirvan para acentuar la crisis, sino para atenuarla. Si Zapatero cumple su palabra de anteponer ahora los intereses nacionales a cualquier agenda partidista o personal no creo que logre compensar lo que en conjunto será un balance negativo desde el punto de vista de la gestión, pero, al menos, podrá dejar el poder con un aura de mayor sentido del Estado del que a menudo ha demostrado en su ejercicio. Y eso no carecerá de importancia.

Su comentario irónico sobre el Estatuto de los Trabajadores -secuela legislativa del paternalismo laboral franquista- trasciende en este contexto a la mera anécdota, pues indica el modo estruendoso en que al presidente se le están cayendo algunos mitos por el camino. No de forma suficiente como para haber seguido los consejos de Sagardoy y, de perdidos al río, haber hecho la reforma laboral que necesitaba España, pero sí como para que podamos considerar irreversible su despegue de las rancias recetas sindicales con las que ha estado envenenando la economía hasta mayo. Zapatero podrá volver a tratar amablemente a Méndez y Toxo -seguro que lo hará- e incluso darles bazas en la concreción reglamentaria de los ERE o los descuelgues de convenio, pero ya nunca confiará de nuevo en ellos, pues ha comprobado en su propia carne la distancia sideral que media entre sus códigos arcaicos y los requisitos de eficiencia de la economía globalizada.

Para él, como para muchos españoles de izquierdas, el 29-S ha sido -en su génesis, cuenta atrás, despegue y clamoroso fracaso- la vacuna perfecta que les curará para siempre de su fragilidad inmunológica ante la demagogia de los burócratas del obrerismo. Aun sin equiparar la violencia sindical organizada con el golpismo militar, lo culminado el miércoles tendrá, de hecho, el mismo efecto beneficioso que a medio y largo plazo tuvo el 23-F. Al igual que entonces, un poder fáctico ha entrado en barrena para siempre, no porque haya tratado de imponerse por la fuerza a los demás -que también-, sino sobre todo porque, situado intensamente bajo los focos, se ha derretido por efecto del ridículo.

En cuestión de semanas a Comisiones y UGT se les ha visto demasiado el plumero. Primero al convocar una huelga general con mando a distancia; luego, al camuflar el objeto y destinatario de su protesta; después, al promoverla con unos vídeos garbanceros a la altura de sus modales; por fin, al intentar imponerla por las malas cual hampones de baja estofa y, como posdata, al mentir grotescamente, sin empacho alguno, sobre su nivel de seguimiento. El evento de los 17.000 liberados disfrutando de su asueto al mediodía de una jornada laborable, la escena del empresario rijoso diciéndole a la contratada eventual «si tuvieras alas, serías una compresa» o los mítines del propio 29-S con Méndez y Toxo al borde de la apoplejía, gritando como posesos que nadie podrá arrebatarles su «victoria» -así les hablaba Girón de Velasco a los ex combatientes en el ocaso del Régimen- se han convertido de repente en parte de nuestra cultura pop, de forma que, apenas sí han dejado de dar miedo, ya empiezan a dar risa.

A Comisiones y UGT sólo les queda volver a su cabaña del Tío Tom en la plantación de La Moncloa a cumplir con su papel como comparsas del diálogo social, viviendo, mientras dure, de la sopa boba de las subvenciones a costa del erario. Su debilidad va a facilitarle las cosas a Zapatero de cara a sus dos próximas reformas: la de las pensiones y la de las políticas activas de empleo. La primera debe implicar el aumento tanto de la edad de jubilación -sería un grave error renunciar a ello, atención a lo que dice hoy aquí Strauss-Kahn-, como del periodo de cálculo de la prestación; la segunda, una revisión a fondo del tinglado de los cursos de formación que se reparten patronal y sindicatos, y una mayor exigencia de requisitos para cobrar el subsidio. Es insostenible gastarse cerca de 40.000 millones al año -un 4% del PIB, se dice pronto- en el desempleo y no lograr reducirlo significativamente.

Tras haber tenido que elaborar unos presupuestos de zafarrancho de combate, Zapatero es consciente de que, atrofiado el consumo, bloqueada la obra pública, su única baza para reanimar la economía a corto plazo es la inversión extranjera. De ahí el sentido de su reciente viaje a Nueva York con encuentros tan importantes como su mano a mano con el presidente de Honeywell -grupo líder de la tecnología punta- David Cote, o el famoso desayuno con los grandes tiburones de la Bolsa, una de cuyas secuelas es una breve carta que el presidente lee y relee como si fuera una declaración de amor de Julia Roberts. Está firmada por John Paulson -uno de los cinco financieros a los que un congresista dijo aquello de «ustedes son más ricos que Dios»- y reza así: «Prime Minister Zapatero came across as a brilliant leader. I was very impressed with the speed and decisiveness of the reform measures to reduce the deficit, stabilize the debt, consolidate the banking sector and support growth. Spain has become a shining example for progressive economic policy».

Al presidente le gusta más contemplarla en versión original, pero también la tiene traducida: «El primer ministro Zapatero dio la impresión de ser un líder brillante. Me quedé muy impresionado con la rapidez y la determinación de las medidas de las reformas para reducir el déficit, estabilizar la deuda, consolidar el sector bancario y apoyar el crecimiento. España se ha convertido en un reluciente ejemplo de una política económica progresista». Sí, han leído bien: la medalla al mérito progresista se la han retirado a Zapatero en Rodiezmo, pero se la han devuelto en Wall Street, que es donde en realidad se cocina nuestro futuro.

Es verdad que el señor Paulson ha alcanzado fama universal por el dineral que ganó con operaciones bajistas vinculadas al derrumbe de las hipotecas y que la cadena ABC hizo una elocuente descripción de sus chanchullos con Goldman Sachs, recogida no hace mucho en el blog de nuestro corresponsal Pablo Pardo: «Es como si un concesionario de coches (Goldman) permite a un mecánico (Paulson) manipular los frenos de los automóviles que vende y luego el mecánico suscribe seguros de esos coches. Lo más probable es que los coches se estrellen y que él se forre». Pero si no les ponemos pegas a los chinos como inversores, menos aún se las vamos a poner a Paulson o Soros.

La rebaja de la calificación de Moody’s ha supuesto una contrariedad, pero, como se dice en el argot, ya estaba descontada y en el lado bueno de la balanza hay que poner un importante logro, conseguido estos días casi a la chita callando. Me refiero al preacuerdo de los llamados sherpas para que España se convierta en miembro de facto del G-20, mediante el estatus de invitado permanente único.

Este asunto tuvo hace dos años al flemático Zapatero al borde de un ataque de nervios cuando Bush tensó la cuerda del suspense hasta el último minuto. Si hubiera sido por él, nos habríamos quedado fuera del proceso que está institucionalizando el auténtico gobierno económico del mundo y Sarkozy nos lanzó un salvavidas que el presidente español no podía olvidar, por ejemplo, a la hora de definirse en la reciente crisis de las expulsiones de gitanos.

Durante estos dos años la pugna por obtener una silla fija en ese club ha sido la prioridad número uno de la diplomacia silenciosa que se urde desde La Moncloa en paralelo a la política exterior oficial. Ha sido una partida estratégica en un tablero global que culminará con éxito en la cumbre de Corea de noviembre si Holanda y otros damnificados no logran dinamitar in extremis lo pactado por los sherpas.

¿Con qué tarjeta de visita pretende presentarse Zapatero en ese foro? Con la de un gobernante dispuesto a tomar decisiones impopulares e incluso dañinas para su propio partido con tal de estabilizar la economía. En ese sentido, lo ocurrido el miércoles le dará un elemento de credibilidad inestimable. Por algo le dijo Botín antes del verano que uno de los aspectos más importantes de la reforma laboral era que le garantizara una huelga general. El diseño ha salido perfecto. Ha sido, como digo, nuestra penúltima vacuna. Ahora sólo falta que los nacionalistas catalanes hagan alguna tontería soberanista que también les desacredite para siempre.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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