Hoy, señores, les ruego que me permitan una ligera licencia personal. Se trata que he dejado definitivamente mi primera “juventud” para asomarme, desde este mismo día, al enorme abismo de ocho décadas que acabo de dejar detrás de mí y, debo reconocer, humildemente, que no puedo mirar hacia atrás sin que me de una especie de vértigo o vorágine, en el que se entremezclan, aparte de importantes lapsus de memoria, recuerdos dispersos de episodios de hace sesenta años, imágenes de mi niñez y de una parte de la Guerra Civil vista con ojos de un niño; así como representaciones más claras de la II Guerra Mundial, que tuvo lugar desde el 1.939 al 1.945; todo ello acompañado de experiencias más recientes, que han conseguido hacerme dudar de si, todavía, continuaba vivo, si soñaba una gran pesadilla o si el Señor se me había llevado al Purgatorio para hacerme purgar mis pecados en un mundo gemelo a aquel en el que viví, pero donde Lucifer había conseguido vencer e implantar sus leyes demoníacas. En todo caso no me rindo y aquí me tienen dispuesto a continuar repartiendo caña a diestro y siniestro, mientras las fuerzas me sostengan y las escasas neuronas que me quedan, a las que obligo a trabajar horas extras, sigan resistiendo. Así pues, señores, después de esta pequeña introducción que me van a perdonar, no me queda más remedio que referirme a un tema que, a mi entender, no puede ser concebido más que por aquellos que conocen la especial idiosincrasia de esta parte de la sociedad catalana, que se ha propuesto esquilmar a España antes de decidirse a navegar dentro de una utópica independencia que piensan que los ha de apartar del solar patrio para llevarlos, en una navegación sin brújula ni timón, a no se sabe que clase de tierra de nadie, donde seguramente, piensan que van a ser capaces de valerse por si solos, sin ayuda de nadie.
El caso es que, en unos momentos en los que la única solución que nos queda a los españoles, es practicar la moderación en nuestros gastos, admitir que no podemos mantener el ritmo de vida de antes y aceptar que hemos estado engañados, durante años, por aquellos que nos llenaron de promesas que, en realidad, sólo fueron palabras que el tiempo se ha encargado de vaciar de sentido y que, como humo, se han difuminado en el espacio infinito, sin que nada de lo que se nos prometió se haya cumplido. Sí señores, un Gobierno socialista inepto para gobernar, sectario en su toma de decisiones y deletéreo en su concepción de la moral y la ética; un Ejecutivo que ha sido capaz, en unos pocos años de absoluto desprecio por los españoles y poniendo su empeño obsesivo en transformar España; parece que perdió la brújula de navegar y en su afán de imponer sus doctrinas partidistas, de implantar su moral relativista y de dar ocupación a todos aquellos acólitos que formaban parte del aparato del socialismo; parece que se olvidaron de que antes debían gobernar y orientar el país hacia el bien de la comunidad de ciudadanos que vivimos en él. El resultado de todo ello se ha concretado, al cabo de unos pocos años de gobierno socialista, en el hecho insólito, que jamás pudimos imaginar que llegaríamos a experimentar , de que nuestro país ha caído de forma estrepitosa –juntamente con Grecia, Irlanda y Portugal –, en lo más hondo de una crisis económica en la que nos hemos llevado la peor parte, situándonos a la cola de todos los países europeos, incluso de aquellos que, procedentes de detrás del Telón de Acero, se incorporaron más tarde a la Comunidad Europea.
En esta grave situación, hete aquí, que una comunidad autónoma, una de las que más favorecidas ha salido de su contubernio con el Gobierno socialista; la que se llevó la parte del león en el reparto de los 11.000 millones de euros destinados a la financiación de las autonomías; una de las que han erradicado la enseñanza del castellano, condenado a una muerte lenta pero inexorable, y los que mayor tajada vienen sacando de su chantaje contiguo al Ejecutivo, explotando los 25 escaños de que disponen para hacer bailar a ZP al son que le imponen; parece que no quiere darle tregua al Estado. Catalunya, en efecto, no ceja de pedir más dinero. La Cámara de Comercio y el Foment reclaman 2.000 millones más, argumentando que el porcentaje de inversiones estatales que recibe Catalunya se ha quedado en el 15’2% del total español, ¡Cuántas autonomías quisieran llorar con los ojos de los catalanes!, cuando, a su criterio, debiera ser del 18%., según el Estatut. Algunos nos preguntamos para qué necesitan tanto dinero los independentistas catalanes y, cómo se las compondrían si obtuvieran su ansiada independencia, para sobrevivir, cuando resulta que, de hecho, que dependen del Estado Central para poder atender sus gastos internos. Nos podríamos preguntar el dinero que se han gastado en el aeropuerto de Lérida, para que luego resulte que, al poco tiempo de su inauguración, ya se está cuestionando su utilidad y rentabilidad. Podríamos preguntarles al Tripartit lo que cuestan los viajes del señor Carot Rovira por estos mundos de Dios, creando embajadas en todos los países que visita, empleando en ellas a personajes de su partido, en un ejercicio vergonzoso del más puro clientelismo. Podríamos pedir aclaraciones de los cientos de miles de euros que se utilizan, por el Ayuntamiento y la Generalitat, para pagar informes externos de dudosa o nula utilidad práctica, para subvencionar a personas a las que quieren favorecer.
Si Montilla saca pecho, alabando su gestión al frente del Tripartit, no parece que haya nadie que le recuerde el número de multinacionales que han abandonado Catalunya durante los últimos años, no sólo por la crisis, sino por la serie de pegas de todo orden que, el gobierno catalán, les pone; empezando por obligar a rotular en catalán. Para mayor INRI, no quieren reconocer que muchas sociedades hayan decidido trasladarse a Madrid donde, por lo visto, son mejor tratadas y recibidas. O ¿es que piensan estos señores que, tratando a baqueta a los españoles, protestando de lo que reciben, y reclamando la independencia, van a conseguir que el resto de españoles los sigan alimentando, gustosamente, a costa del Erario público? Parece que los miembros de la Cámara de Comercio y el Foment ignoran que muchas de las Cajas de Ahorro de Catalunya han precisado de la ayuda estatal a cargo de los 90.000 millones de euros que se dotaron para salvarlas de la quiebra; o puede que pretendan ignorar lo que contribuyeron muchos bancos catalanes a la famosa Burbuja Inmobiliaria o sea, a la crisis. Por si no quieren admitirlo, les recordaré que, por cada euro que reciben del Estado nos cuesta a los españoles pagar más intereses de la Deuda Pública que es preciso emitir. Así sucede que, uno de cada cinco euros del gasto público, irá destinado a pagar la deuda y sus intereses, que, este año, será de más de 27.000 millones de euros.
Si las empresas catalanas no son competitivas o necesitan créditos o les sobra personal o los señores del Foment quieren el Corredor Mediterráneo para dar salida a sus productos, que piensen en que España, esta España de la que tanto reniegan pero de la que se valen para salir del atasco, tiene otras 16 autonomías que también necesitan ayuda, que tienen desempleo, quizá menos que Catalunya, pero que deben atender y que han sido los principales clientes de las industrias catalanas durante muchos años; a las que han contribuido a enriquecerse. Y otra cosa, para los señores Rossell y compañía: ya es hora de que los empresarios catalanes se acostumbren a ganar menos dinero, a tener menos propiedades y a arrimar el hombro, porque todo no consiste en reunirse en grandes comilonas ni en hacerles el paripé a los sindicatos ni en apoyar, sin distinción, a los gobiernos socialistas o a los separatistas o, si llegara el momento, al PP. ¡Basta de querer comer a dos carrillos! Un poco de decencia política, señores.
Miguel Massanet Bosch