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El español como patria (por Ignacio Camacho)

Publicada el octubre 12, 2010 por admin6567
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No se trata del idioma de la patria, sino de la patria del idioma; una verdadera nación de naciones
IGNACIO CAMACHO
(Publicado en ABC, aquí)
COMO todas las patrias se quedan siempre un poco estrechas, los seres humanos tendemos a buscar nuestra identidad en orígenes y territorios sentimentales, morales, ideológicos o espirituales de fronteras menos restrictivas y más acogedoras; incluso retrocedemos hasta el umbral de la conciencia para reconocernos únicamente hijos de nuestra propia infancia. Sólo los nacionalistas se complacen en el horizonte cerrado de su delirio excluyente y se pasan la vida levantando barreras arancelarias con las que detener y filtrar el ser ajeno. Quizá por eso Vargas Llosa ha definido el nacionalismo como la peor construcción del hombre: un empeño egoísta e insolidario de limitar la universalidad mediante la enfermiza exaltación de lo autóctono. El flamante Premio Nobel simboliza hoy mejor que nadie la voluntad de encuentro en esa vasta patria común que es el idioma español, la lengua que comparten quinientos millones de personas unidas por la Historia a través de un vínculo intelectual que viene a ser, como escribió Valéry sobre la sintaxis, una cualidad del alma.
En un tiempo en que tantos españoles desean dejar de serlo cegados por la pasión soberanista, Vargas Llosa lo es por propia voluntad, por la convicción de compartir la gran nación sentimental y cultural del castellano. El suyo es un patriotismo generoso, integrador, abierto y universalista, una vocación que reivindica sin agresividad ni arrogancia la grandeza de nuestro mejor y más valioso patrimonio. Un patriotismo sin banderas, sin arengas y sin lindes en el que la lengua no es la herramienta para construir fronteras de particularismo sino para abolirlas a favor de un espíritu de entendimiento y de concordia. No se trata del idioma de la patria sino de la patria del idioma: la auténtica nación de naciones. Al reivindicar su premio en nombre del español, el gran escritor ha subrayado ante el mundo la importancia de ese inmenso capital intangible que algunos de sus propietarios tratan de malversar en un mezquino ejercicio de aldeanismo identitario.
En la España de los últimos años, el absurdo y enfebrecido debate territorial ha provocado como daño colateral el maltrato de nuestra mayor riqueza común, reducida a la condición de víctima de prejuiciosos designios políticos. Quizá haya sido ésa la más lamentable consecuencia de la tensión fragmentaria que agarrota de forma recurrente la atormentada personalidad colectiva española. Utilizando con intencionalidad divisionista sus idiomas vernáculos —error de cicatería intelectual que sustituye una suma por una resta—, los nacionalismos periféricos han tratado de poner diques al gigantesco mar lingüístico que baña a tres continentes en una comunidad de sentimientos y expresiones. Y en ese ensueño de secesionismo arrojadizo arrastran como Sísifo la piedra inútil de un patriotismo empequeñecido creyendo que se separan de una pobre nación cuando sólo se están alejando de una riquísima cultura.

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