La temperatura de la ciudadanía española parece que va aumentando a medida que va transcurriendo el tiempo y España, como los cangrejos, en lugar de ir para mejor lo hace para peor. No es una cuestión del tan manoseado cambio climático, ni, por supuesto, se trata de que la ciudadanía, como algunos socialistas del Gobierno parece que pretenden hacernos creer, con sus protestas, algaradas, pitadas, griterío, asonada y tumulto con motivo del desfile de la Hispanidad, quisieran alterar el orden o se tratara de un complot de la extrema derecha ni de grupos de “activistas” infiltrados entre la multitud; porque estas tácticas son patrimonio exclusivo de la izquierda, en las que son muy duchos y las utilizan con harta frecuencia, cuando se trata de soliviantar a la derecha – recordemos las que se organizaron con motivo del 11M, en vísperas de la Elecciones Generales del 2004 ante las sedes del PP –.En realidad, la explicación es más sencilla, menos truculenta y, si me apuran, más justificable. Yo diría que, incluso, razonable. ¡En España el pueblo español está harto de socialismo!
Año tras año, desde que los socialistas se instalaron en el poder, estos actos castrenses, actos de amor a la patria, de apoyo a las fuerzas armadas y de expresión del respeto de los españoles por nuestra bandera, por nuestra Guardia Civil y por nuestros aguerridos legionarios; han incorporado a la fiesta un nuevo componente, una válvula por la que descargamos la presión de nuestra indignación aquellos que amamos a España, que creemos en sus instituciones, que respetamos y seguimos las normas constitucionales y que no vemos, con simpatía y resignación, como los poderes fácticos de la nación permanecen indiferentes ante la, más que evidente y continuada, degradación de nuestros valores; los atentados contra nuestro idioma común; el progreso de los separatistas en su empeño de dividir al suelo patrio; los ataques a la Iglesia católica; el derrumbe de la familia; el olvido de la moral y la ética; la implantación del germen de una sociedad en la que caben toda clase de modas libertarias, relativismos morales, leyes arbitrarias y contrarias al sentido común, capaces de escandalizar a buena parte de nuestra ciudadanía. Normas que se están imponiendo; sin respetar los sentimientos de aquellos que formamos una parte importante de la sociedad española, que nos sentimos humillados y vejados ante semejantes arbitrariedades por parte de un Gobierno que, únicamente, gobierna para los que le votaron; olvidándose de que existe otra media España que tiene derecho a que se respeten sus ideas y derechos como cualquier otro miembro de la sociedad española amparado por la Constitución de 1978.
Cuando el pueblo abronca a sus dirigentes no es por realizar un acto de gamberrismo; saltarse las normas de la buena educación o divertirse, no señores, el pueblo español lleva ya años expresando su malestar por una gestión gubernamental que no sirve a los intereses de la nación, sino que se limita a asegurarse el poder, despreciando el hecho de que, con sus actuaciones desacertadas, partidista y seudo sociales, no hayan conseguido más que estemos ahora con cinco millones de desocupados, que nos hayan tenido que dar árnica desde el extranjero, que hayamos perdido nuestra dignidad debiendo resignarnos a cumplir las instrucciones que se nos han dado desde la CE y los EE.UU., bajo la amenaza de que nos las tengamos que componer solos con nuestros problemas, con nuestro déficit público y con nuestra, cada vez más abultada, deuda pública. Los españoles no nos resignamos a que, por el sectarismo del Gobierno, por su afán de permanecer en el poder, por su incapacidad manifiesta para sacarnos del atasco en el que nos han metido y por el giro radical que pretenden dar a nuestras costumbres y a nuestros derechos individuales y, por ello, manifestamos como podemos nuestro rechazo a este Gobierno.
De aquí que, tantos comentarios despectivos hacia los ciudadanos que protestaban en las cercanías de de la tribuna de la Presidencia( lo que les dejaron acercarse a ella, pues se había alejado al público de dicho lugar); tanto enfado de los miembros del Gobierno (alguno amenazó con tomar medidas para “amordazar”, en sucesivos eventos, la libertad de expresión); tanta afectación por parte de ZP; tanta protesta por la prensa afín al Gobierno que, sin embargo, se mantuvo callada o participó activamente en lanzarse al cuello de la oposición, cuando se produjo el caso Gurtel; incluso antes de que los jueces actuaran, así como las hipócritas expresiones de algunos rotativos, como La Vanguardia de Barcelona que se cebó especialmente con los que pidieron la dimisión de ZP, calificándolos con epítetos tales como “extrema derecha”, “derecha dura” o expresiones con las que los quieren incluir en el movimiento “tea party” surgido en el partido Republicano de los EE.UU., como si ello constituyera un crimen o algo contrario a las prácticas democráticas, ¡qué más quisiéramos, en España, que tener una democracia con las libertades de la americana!. Lo que sucede es que, cuando las manifestaciones, las protestas, las descalificaciones o los insultos se producen contra la derecha no parece que, en la izquierda, haya nadie que se sienta molesto, que descalifique a los que utilizan tales métodos o que se ocupe de sancionarlo. Basta que se den una vuelta por Barcelona y comprueben cómo se actúa con los antisistema, la pasividad con la que actúan los Mossos y la forma “exquisita” con la que el señor Saura trata y califica a los delincuentes que ejecutan sus salvajadas, seguros de su impunidad. Pero ya se sabe, la vara de medir es distinta y el modo de actuar de las autoridades también es otro, según que aquellos con quien trate sean progres o, lo que ellos denominan, peyoritariamente, como “fachas” o “extrema derecha”.