(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
EL REVES DE LA TRAMA
La crisis de Gobierno que ha ejecutado Rodríguez Zapatero ha sido interpretada generalmente como un movimiento estratégico para ganar peso político con vistas a los compromisos electorales próximos y, en concreto, como un intento de excitar al Partido Socialista para que logre recuperar la cuota electoral que las encuestas muestran que ha perdido. El Gobierno -se dice, hemos dicho- es ahora más sólido, tiene mejor cara para los electores y ofrece la garantía de una coordinación astuta, por la presencia como hombre fuerte del equipo -como presidente en la sombra, diría yo-, de Pérez Rubalcaba, de sabiduría maniobrera comprobada y principal enemigo de la oposición popular, que puede echarse a temblar. El diagnóstico concluye con una calificación alta para el presidente, que llevaba una temporada sin dar una, y hay quien le concede hasta un notable alto, faltaría más.
Pero este planteamiento de una crisis de Gobierno es escandaloso. Ya sé que está muy extendido, pero es grosero el argumento que sostiene que es bueno lo que contribuye a ga-nar unas elecciones y es malo lo que ayuda a perderlas, una lógica adulterada. Cuando el interés electoral prevalece por encima de cualquier otro, podemos estar seguros de que objetivos básicos de la gestión política van a quedar incumplidos. Por el contrario, un gobernante debe resolver problemas ajenos, no sólo los suyos y sin duda antes que los suyos. Hay en la Historia ejemplos de gobernantes que sacrificaron los planes propios y de su partido a los intereses generales cuando unos y otros se oponían. Porque gobernar es pretender el bien general de la nación y eso a veces impone duros sacrificios.
Atendamos a algunos de los argumentos que se han esgrimido para justificar aspectos del cambio de Gobierno: Trinidad Jiménez ha encontrado en el Ministerio de Exteriores una compensación a su fracaso en las elecciones primarias de Madrid y una recompensa de Zapatero por su fidelidad personal (cuando la razón de su nominación habría de ser su eficacia para recomponer la maltrecha política exterior en manos de Moratinos); Leire Pajín cubre la vacante de Sanidad (cuando no puede ofrecer garantía alguna para ese departamento) porque al jefe del partido le convenía removerla de la Secretaría de Organización; Rosa Aguilar llega porque es un icono adecuado para complacer al ala izquierda del socialismo por donde a Zapatero se le escapan muchos votos (cuando no se le conoce ascendencia técnica para la agricultura, la pesca y el medio ambiente en su paso por la alcaldía de una ciudad y la Consejería de Obras Públicas de Andalucía); de Valeriano Gómez se ha resaltado su amistad con los sindicatos (pero nada se ha dicho de su hipotética habilidad frente a la sangría del mercado laboral); y Zapatero ha redoblado elogios a Ramón Jáuregui y a Rubalcaba como grandes comunicadores (como si de esa pericia dependiera el progreso y el bienestar de la gente). Todos ellos son detalles útiles para el interés del presidente del Gobierno y de su partido, que seguramente ganarán comodidad con el nuevo equipo. Pero, ¿dónde está entre tantos argumentos el interés general de España? Unas veces cuesta hallarlo, otras veces simplemente no se encuentra.