Justino Sinova (Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
EL REVÉS DE LA TRAMA
Los nacionalistas han encontrado en el viaje de Benedicto XVI a Barcelona un buen pretexto para sus objetivos. No cabe sorpresa sino constatación, pues era lo que cabía esperar del nacionalismo, una ideología o un sentimiento insaciable que tiende a invadirlo todo. Mario Vargas Llosa ha abundado en su alarma por los nacionalismos, a los que hay que combatir «porque están contra la cultura democrática». Los españoles tenemos trágica constancia de la desembocadura de un nacionalismo en la violencia terrorista (ETA) y también de la tentación totalitaria de otros nacionalismos, que se vigorizan recortando la libertad de quienes no están con ellos.
Ahora, los nacionalistas catalanes que aparentan ser más moderados (aunque para muchos el nacionalismo siempre es inmoderado) se han colgado de la personalidad del Papa para machacar una idea y condicionar su figura. Lo han hecho con un documento en italiano que han publicado como anuncio pagado en el Corriere della Sera. La idea es la que proclama que Cataluña es una nación («un territorio con una coscienza di nazione»), pese a que el Constitucional rechazó y anuló su inclusión en el Estatuto por ser contraria al artículo 2 de nuestra Carta Magna, y la utilización de su figura se encuentra en el requerimiento del uso del catalán («pregando con noi e nella nostra lingua»).
Es una pena que el texto derive hacia tales excesos, pues contiene ideas religiosas de gran valía. De hecho, hasta tropezar con esas argucias políticas se lee como el ferviente saludo a su líder religioso de unos cristianos orgullosos de recibirlo en su casa. En ese contexto, la referencia a la nación desafina el argumento, y el posterior exhorto a usar la lengua catalana advierte al lector de que está ante un manifiesto político. Un manifiesto que utiliza al Santo Padre para vender que Cataluña es una nación con una lengua propia. En el papel no se cita a España, sino que Cataluña se presenta como un país ajeno.
Junto a los nacionalistas/independentistas (Jordi Pujol, primer firmante, Artur Mas, Jordi Carbonell, Xavier Trías…), llama menos la atención, tras la deriva nacionalista del PSC, la presencia de socialistas (Àngel Ros y Josep Fèlix Ballesteros, alcaldes de Lérida y Tarragona) que la firma de guías religiosos (abades de Montserrat y Poblet, superiores de los Maristas y de los Claretianos, entre otros), que prestan su firma a una maniobra política que se aprovecha del viaje papal. A los promotores les ha salido bien el invento, tan arropado, pues además difunden la idea de que existe una Iglesia catalana distinta de la española, otro signo de diferenciación.
Pero en el fondo éste es un mal negocio para lo que representa el Papa, pues lo importante es lo que diga y no la lengua que use. El Pontífice ha hablado en casi todos los idiomas del mundo como cortesía y como una utilidad para la difusión de su palabra. Ahora, quienes le conminan a hablar en catalán no buscan una mejor comunicación, sino la promoción de sus pasiones políticas. Les importa menos lo que diga que el que use la lengua catalana; que diga lo que quiera, pero en catalán; que use el castellano lo menos posible, que olvide que está en España y que se vea a través de su palabra una nación llamada Cataluña. Para eso quieren los nacionalistas al Papa.