Seguramente si nos dirigiéramos a un político y le preguntáramos a cerca de si es conveniente o no ir a votar, es muy probable que nos contestara que, el ir a votar, es un derecho cívico, básico en un estado democrático, por el que los ciudadanos otorgan su confianza a una persona o conjunto de personas para que se ocupe del gobierno de la nación, en orden a asegurar a los ciudadanos un estado de bienestar; un trabajo permanente; una seguridad interna y externa; unas libertades básicas y el derecho a poder opinar y expresarse libremente sobre cualquier tema que pueda interesarle y de paso interesar al resto de sus conciudadanos. Una definición con la que muchos estaríamos de acuerdo si no fuera por una pregunta, a la que no consigo encontrarle una respuesta válida. ¿Qué pasa si, entre los que se postulan para ejercer el mandato popular, en busca de acceder a las más altas estancias de la política y asumiendo el máximo poder, como gestores últimos de los intereses de los ciudadanos de una nación; resulta que, el votante, no encuentra a ninguno que se ajuste a lo que él considera que deben ser las cualidades, los valores, la preparación, el sentido común y la honradez que debe reunir la persona o el conjunto de personas a las que les debe conceder crédito para que se hagan cargo del destino de la nación? O ¿qué sucede si, siguiendo los atinados consejos de don Miguel de Cervantes, recogidos en su obra Persiles y Sigismunda, nos atenemos a aquella recomendación del sabio escritor complutense, cuando hablaba de que “los varones prudentes, por los casos pasados y por los presentes, juzgan lo que está por venir”?Hete aquí el verdadero quid de la cuestión, el que nos presenta en toda su dimensión, lo que se debe entender por el acto de responsabilidad cívica de ir a votar; porque, si no se está de acuerdo con lo que se nos propone a través de las distintas opciones del abanico político de la nación, ¿se puede entender como un acto responsable el otorgar a una determinada formación, con la que no se está de acuerdo o se piensa que no cumplirá con sus promesas electorales o que, en un ejercicio de memoria respecto a sus antecedentes históricos o por sus actuaciones presentes, podemos presumir que vamos a quedar decepcionados cuando ya no tenga remedio y no nos sea posible enmendar nuestro yerro? Evidentemente, no.
No voy a caer en esta burda trampa en la que pretenden cazarnos los partidos políticos, por medio de “cara a cara” entre los aspirantes o de esta moda, que nos ha traído la TV, por la que se somete a los líderes de cada formación a una especie de tercer grado (a menudo amañado antes de comenzar por los propios organizadores, que tienen en su mano escoger a aquellas personas que saben que van a favorecer o perjudicar a los candidatos, según sean los intereses de la cadena en cuestión). Resulta penoso y hastioso el someterse a la tortura de oír repetir los mismos argumentos; idénticas propuestas; semejantes retruécanos y ripios de la lógica, tópicos y retóricas; que sólo se someten a ellos los que ya están convencidos de a quién van a votar o los que, fueren cuales fueren los argumentos de cada partido, se guían por sus demonios particulares y no por la razón a la hora de emitir su voto. A veces resulta imposible diferenciar las propuestas de unos y otros, ya que todos se ufanan en ofrecer más bienestar, más libertad, más igualdad y más mejoras sociales; tanto si están en el ámbito de las izquierdas como si lo están en el de las derechas. Sólo existe una excepción que, en realidad no es tal, sino que es una simple variante que se adiciona a toda la palabrería insulsa y decepcionante con la que los oradores cogen afonía en balde; ya que existe un verdadero desapego de la ciudadanía hacia la clase política que, mucho me temo, se va a cobrar su tajada en forma de abstencionismo y en votos en blanco. Se trata, ya lo habrán podido averiguar los lectores, de los partidos nacionalistas o separatistas que, a los tópicos habituales de izquierda y derecha, le añaden un componente adicional, cuando dicen que, bajo su tutuela, se conseguirá más autogobierno y que eso es bueno y que, más tarde, se conseguirá más independencia y eso, para ellos, es mejor.
La verdad, señores, es que todos mienten como bellacos. Por ejemplo el señor Montilla nos quiere vender que sólo con él se evitará el referendo de autoderminación de Cataluña, que propugna su antiguo coomilitante del Tripartit, de ERC, el señor Puigcercós; se olvida, no obstante, de que lleva varios años oponiéndose a cumplir los preceptos estatales y constitucionales respecto a la enseñanza del castellano y que ha permitido que, bajo su mandato, se celebraran toda una serie de consultas en las distintas ciudades y pueblos de Cataluña, ilegales, sin que él haya movido una mano para evitarlo ¡Hipocresía y desvergüenza! Este mismo señor se pasó hablando en catalán y obligó a los Mossos de Escuadra a que atendieran al público en catalán y, ahora, de repente, se ha dado cuenta de que procede de Iznájar y que su idioma vehicular, vean por donde, es el español. Por cierto que, sus hijos asisten a un colegio alemán y no a una escuela pública como se podría pensar de un señor socialista. Han tenido cuatro años para mejorar Catalunya y, a cambio, nos han dejado más desempleo, menos empresas (la mayoría ha huido de Catalunya para instalarse en Madrid, en otros países) debido a sus imposiciones, tributos y exigencias, ¿qué se puede esperar de semejante individuo al que se le dio un cargo que le ha venido ancho desde el primer día y que ha dejado su impronta de incapacidad durante los años que lleva al frente de la Generalitat?
No vale la pena hablar de ERC y de su líder, señor Puigcercós, más cerca de las técnicas tiránicas ya que, por su gusto, nos atarían a todos de un ronzal para obligarnos a pensar, hablar y cantar en catalán y tragarnos las cuatro barras a la fuerza. Pero no nos olvidemos del señor Más, un señoriíto que pretende erigirse en el salvador de los catalanes y que lleva tras de sí a toda la rancia sociedad catalana, que sigue pensando que es mejor ser independientes de derechas que serlo de izquierdas, pero que siguen confiando que sean las izquierdas las que les harán el trabajo sucio, como ha sucedido con el famoso Estatut, la ley orgánica más anticonstitucional que se ha promulgados en España, pero que el TC, vayan ustedes a saber por qué clase de presiones, se limitó a recortar en sólo 15 de sus artículos. Y no se crean que me olvido de los que teóricamente debieran ser mi partido, pero que dejaron de serlo desde el momento que antepusieron sus intereses electorales a la defensa de los principios y valores básicos en los que estaba fundamentado el PP. Hoy en día, se esfuerzan en mostrarse más catalanes que los catalanes, más defensores del idioma catalán que los propios de las esquerras republicanas y más defensores de los homosexuales que el propio Zerolo. En fin que, en estas circunstancias, ya me dirán ustedes a quien va a votar un derechista que ama a su patria, pero que no ve donde agarrarse para que, España, salga de esta abulia ciudadana en la que parece que todos estamos en una especie de sueño hipnótico en el que, a pesar de que sabemos que vamos hacia el despeñadero, no hay nadie que de el paso hacia adelante para intentar volver a despertar la ilusión de aquellos que creemos que, el pueblo español, bien dirigido por un gobierno sin complejos, ambigüedades ni prejuicios, sería capaz, como lo hizo en tiempos de Aznar, de resurgir, como ave Fénix, y alzar el vuelo de la recuperación, simplemente bajando impuestos, abriendo créditos y sujetando a los bancos, para que no sean siempre los que se lleven la mejor tajada, tanto en tiempos de crisis como en época de bonanza económica. ¿Vale la pena votar?, pues, con franqueza… psssche.
Miguel Massanet Bosch