Como en España vamos camino de que la deriva de este gobierno del PSOE no nos permita vivir “dignamente” y, siendo escasas y poco probables las esperanzas de que el renovado equipo, que forma nuestro actual Ejecutivo, consiga mejorar la actuación de aquellos que les precedieron en el cargo; es posible que, los sufridores ciudadanos de a pie, aquellos que el Gobierno ha decidido, unilateralmente, que no somos capaces de poner en orden nuestras neuronas, para que podamos distinguir cuando alguien nos dice la verdad de cuando nos quieren meter uvas con agraces, sin embargo, alcancemos a tener la premonición o intuición de que algo siniestro se está fraguando; cuando ha vuelto a saltar al primer plano de la actualidad el tema de la eutanasia; en un momento en que nuestro Gobierno resulta que está saturado de problemas y tiene necesidad de distraer al pueblo de los problemas cotidianos que más le acucian, para intentar entretenerlo con cuestiones marginales que, por otra parte, no tienen nada de inofensivas, baladíes o intrascendentes; pero que llevan en sí el morbo suficiente para que los más inocentes, los menos perspicaces y los más adictos al régimen, encuentren carnaza suficiente para seguir alimentando sus sueños utópicos de que, las “grandes promesas” de los socialistas, todavía tengan oportunidad de alcanzarse.
Si, en anteriores ocasiones, fueron doctores siniestros y ambiciosos los que propusieron el acortar la vida de los enfermos en “situación terminal”, y se anticiparon a la promulgación de una ley ad hoc, para practicar, sobre sus enfermos, una práctica de supuestos “cuidados paliativos y muerte digna” por medio del expeditivo método de aliviar supuestos “calvarios” agónicos antes de morir, por medio del sacrificio del enfermo por un método rápido, irreversible y, supuestamente, indoloro. Ahora ha vuelto a ponerse el tema sobre el tapete, por este caballero que viene sobreviviendo de gobierno en gobierno del PSOE, siempre protegido por un halo de misterio, que ha sabido salir ileso de temas como el GAL, las negociaciones secretas con la ETA y el mismísimo y preocupante caso Faisán, en el que existe una trama policial que está ligada con ciertos trapicheos de supuestos chivatazos a miembros de ETA para anunciarles batidas para atraparlos. En efecto, el señor Alfredo Rubalcaba ha vuelto a dar la cara, esta vez para explicarnos, o pretender hacerlo, que la “eutanasia” que el propugna, no es eutanasia, sino otra cosa.
Lo que ocurre es que, el señor vicepresidente, no es de letras sino de ciencias y el consultar el diccionario de la RAE parece que no entra entre sus cálculos. Evidentemente que si, antes de meterse en el fregado en el que lo ha hecho, hubiera tenido la precaución de averiguar la definición de eutanasia se habría ahorrado el bochorno de afirmar que lo que propone y que, según él, no es una ley de eutanasia; argumentando que es “una decisión de alguien que sencillamente decide morirse” cuando, en el caso que él defiende, se trata de una ley para “situaciones terminales”, lo que significa que el enfermo “esta desahuciado clínicamente y les espera un calvario antes de morir” para lo que la medicina moderna ( que no ha sabido curar a la supuesta víctima), sí tiene unos medios muy perfeccionados para eliminarlo sin dolor y enviarlo al otro barrio. Vayamos por parte y veamos como define el diccionario de la RAE lo de la eutanasia: “Muerte sin sufrimiento físico//2. Acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una enfermedad incurable para poner fin a sus sufrimientos” ¿Dónde ve usted, don Alfredo, la diferencia que usted pretende encontrar en un sistema y en el otro? En ambos casos el término aplicable es el mismo, es ambivalente. Seguramente, al no encontrar una explicación mejor ha decidido, como es habitual entre los de su partido socialista, el de pretender establecer las reglas gramaticales que a usted le convienen, partiendo del supuesto de que todos los españoles somos analfabetos.
El problema de esta ley que usted pretende aplicar, no es que el enfermo quiera morir sin dolor, algo que, por supuesto, es lógico que sea así; sino que quienes decidan el momento de su muerte, en este supuesto indefinido de que se le haya decretado una “situación terminal” por los médicos (¿cuántos casos se han producido de personas que han conseguido sobrevivir, cuando ya habían sido desahuciadas por la medicina?), sean personas de su familia o los propios médicos o, si me apuran, un juez que, por supuesto va a hacer lo que le digan los doctores. Vamos a suponer que el enfermo, al que se quiere aliviar de sus dolores, conserve la razón y pueda decidir, por sí mismo, si quiere que lo maten o no. ¿Los médicos atenderían su petición si la situación no fuera terminal? Evidentemente que no, a menos que se saltaran la ética y violaran su juramento hipocrático. ¿Esto supone que se le retirarían los cuidados paliativos? Repugna a la inteligencia admitirlo. Sin embargo, si el paciente tiene un encefalograma plano y sus constantes vitales no responden, es evidente que el sujeto ya no padece, porque no siente nada ni es capaz de reaccionar a ningún estímulo, es decir que el sujeto está clínicamente muerto. ¿Es necesario que se le aplique cuidados paliativos o se le ayude a morir? De hecho, y nadie se engañe, en estas circunstancias la muerte ya ha llegado y sólo es un mero trámite desentubar al fallecido y desconectarlo del aparato de respiración asistida. El consentimiento de la familia sería un mero trámite burocrático.
No obstante, examinemos el supuesto de un enfermo que ha perdido la facultad de poder decidir por si mismo; un enfermo que permanece en coma o situación similar, que tiene pocas posibilidades de sobrevivir a su dolencia, que ocupa una habitación en un clínica y que obliga a sus familiares a sostener una guardia constante para atenderlo; cuyo final sea aleatorio, de modo que puedan pasar meses o años antes de que se produzca su óbito, ¿qué decidiría una ley de cuidados paliativos y muerte digna al respecto?, ¿ hasta qué punto una posible decisión de la familia podría tenerse en cuenta? O ¿qué posibilidades habría de que un médico o varios, según sus escrúpulos, decidieran que aquella persona ya no “valía la pena” mantenerla viva? Y es que, señor Rubalcaba, es muy difícil de fiarse de las leyes de un Gobierno que ha decidido permitir a las mujeres que aborten ( supongo en que beneficio de una posible limitación de nacimientos) cuando, este mismo Gobierno, propone legislar sobre la duración de la vida de las personas mayores o enfermas de cuidado. Si lo de los abortos se ha convertido en un “coladero”, por medio del cual son cientos de miles las criaturas inocentes que se sacrifican cada año, en nombre de no se sabe que supuestos derechos de las mujeres, ¿ podemos imaginarnos lo que sucedería si se abriera la veda a la eliminación de los ancianos?, ¡una carga para sus familias, un posible medio de enriquecerse para sus herederos y, lo más importante, un ahorro sustancioso de cargas para el Estado, si tenemos en cuenta que, cada anciano que causase baja en la Seguridad Social, significaría un importante ahorro para el Estado, en gastos de medicinas, médicos y en pago de pensiones. ¡Compañeros de la tercera edad, atentos al Herodes Estado, que apunta con bala hacia nuestras canas y calvas!
Porque el señor Rubalcaba no habla, según él, de eutanasia; pero sí habla de delegar en médicos, familiares y quien sabe en quien más, el derecho a escoger el momento en que un enfermo deje de serlo para convertirse en carne de tumba o incineradora. Este es el Estado protector, el que se ocupa de recortar, cada vez más, los derechos individuales para someterlos a los “intereses comunes”. Así se empieza…
Miguel Massanet Bosch