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Igualdad, ¿qué tipo de igualdad, señores de izquierdas? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el noviembre 24, 2010 por admin6567
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A.Karr dijo: “La igualdad no es más que un peldaño para llegar a caminar sobre las cabezas de los demás” y, la verdad, no sé si estuvo acertado o no, pero sí podemos afirmar que, en nombre de esta palabra, utilizada como instrumento reivindicativo y usada para no pocas incitaciones a la revolución y justificativa de matanzas indiscriminadas de personas, cuyo único “crimen” consistía en haber con seguido una situación económica desahogada, a la que sus verdugos de izquierdas no habían podido acceder. Es evidente que, desde tiempos inmemoriales se ha sabido hacer de la libertad un eslogan para enfundarse la armadura de la infalibilidad, una excusa para atribuirse la preocupación por los desheredados de la fortuna y la medalla de la búsqueda de “una sociedad mejor”, en la que todas las personas fueran clones. Hasta aquí la teoría y hasta aquí lo que la demagogia ha conseguido trasladar a millones de personas, que sueñan con la posibilidad  de un mundo en el que desaparezcan los ricos y todos los humanos gocemos de una situación igual de bienestar. Lo que ocurre es que, todos pensamos que la igualdad está situada a un nivel superior al nuestro y, por tanto, esperamos que, cuando llegue el tan anhelado equilibrio, las balanzas de la equidad nos sitúen en una situación más favorable, en un estadio superior y más desahogado y ventajoso, respecto a la que la suerte nos ha venido deparando la vida.

Lo malo es que, la realidad, suele estar reñida con la fantasía y que no encontramos un ejemplo válido en la misma naturaleza, en el que exista esta igualdad utópica a la que tanto aspiramos, que pueda avalar que esta regla igualitaria se cumpla. En  efecto, basta que echemos una ojeada a nuestro alrededor para ver las enormes diferencias que existen entre animales y seres humanos, que hacen que unos sean más fuertes que sus congéneres o sean más agraciados que otros o más inteligentes o mejores y, así podríamos seguir enumerando distintos defectos y cualidades que nos diferencian los unos de los otros, en ocasiones de una forma que se puede considerar injusta y contraria al concepto que tenemos de la equidad. Es decir que, partiendo de lo que la Historia de la Humanidad y la de la evolución de las especies, propuesta por Darwin, nos vienen demostrando, esta presunta igualdad que las izquierdas nos quieren vender, y que proponen como la solución de los problemas de la Humanidad; no se puede calificar más que como una aspiración utópica e irrealizable que, no obstante, usada como reclamo político y como señuelo, para arrastrar a aquellos que ocupan las capas más desfavorecidas de la sociedad, no hay duda que tiene una cierta garra. Lo curioso es que, la experiencia de todos aquellos sistemas de gobierno, que han intentado implantar en un país, las doctrinas socialistas o comunistas; ha demostrado, de una forma dramática, que estos supuestos “paraísos igualitarios” no han dado otro fruto que el crear una clase dirigente despótica, elitista y poderosa, que se ha valido de unas doctrinas de aparente justicia social y de lucha contra la burguesía y los grandes capitales; para establecer que es el Estado a quien le corresponde imponer las líneas de actuación, la dirección de los medios de producción y, evidentemente, la supeditación de los ciudadanos a sus mandatos, decidiendo lo que les conviene y cómo deben comportarse, privándoles de su intimidad, derechos  individuales y de la potestad para elegir libremente su futuro.

Por extraño que pueda parecer, lo único que un país puede hacer para buscar el bienestar de sus ciudadanos es darles a todos las mismas oportunidades para prepararse para la dura competición que les espera en la vida. La base de todo es: la educación. Todos los jóvenes deben partir del derecho a una formación completa, eficaz y excelente. Sin embargo, y a los hechos me remito, en España este capítulo adolece de todo tipo de carencias: un profesorado politizado; unas universidades dominadas por extremistas y dirigidas por profesores timoratos; una falta endémica de medios materiales; absoluta falta de disciplina y alumnos que abandonan sus estudios antes de conseguir graduarse. No en balde, en Europa, se nos ha rebajado la nota de nuestros licenciados debido, en gran parte, a que, por razones políticas, se va exigiendo a los profesores que aprueben a un determinado porcentaje de sus alumnos, incluso cuando sus calificaciones están lejos de autorizarlos a pasar a un estadio superior de formación. No ha sido posible, por cuestiones de mera rivalidad política, que los partidos se pongan de acuerdo para elaborar una norma apolítica que establezca un sistema educativo basado en el trabajo, el esfuerzo, la excelencia y, por supuesto la disciplina, dentro y fuera de las aulas, que permita que de nuestros centros salgan generaciones de jóvenes útiles a la sociedad.

Por mucho que a algunos les disguste que, en la sociedad capitalista, con todos sus defectos y excepciones, que también los tiene,  existan diferencias, basadas en el mayor trabajo y esfuerzo de unos respecto a los otros; la mayor inteligencia de la que estén dotados algunos respecto al resto; en la iniciativa y riesgo asumidos por los más audaces respecto a los más conformistas y mojigatos; por la sagacidad en los negocios de determinados inversores respecto a los que no arriesgan su peculio y la imaginación de aquellos que han tenido ideas y propuestas exitosas, respecto a los que han preferido leer los periódicos deportivos; la verdad es que, las sociedades modernas, se basan en todas estas personas que, en definitiva, son las que le dan impulso a la economía de la nación, crean riqueza y puestos de trabajo que, a la vez, sirven para que los obreros y empleados, además de trabajo, consigan mejorar sus estatus y consumir, algo que es la base de cualquier economía; ya que, el consumo, constituye el motor de toda la economía de una nación. La burocracia estatal convierte en mera rutina cualquier iniciativa individual y, por ello todas, las sociedades públicas son un nido de la endogamia y clientelismo. El rendimiento es escaso y, sin duda, constituyen uno de los factores que influyen en el gasto público, que constituye uno de  las cargas mayores para los contribuyentes que no consiguen entender este aumento incesante de funcionarios que gravan, cada vez más, la mal parada economía de nuestra nación.

Hoy he estado escuchando al señor Caldera, en una tertulia en una radio. Lejos de entonar el mea culpa por su nefasta etapa de ministro de Trabajo se ha mostrado encantado de sí mismo y ha tachado de ignorantes a los que han considerado su propuesta de darles cursos de reciclaje a la mitad de los parados, para llamarlos “parados en busca de empleo” refugiándose en que, para saber los que están parados basta consultar la EPA. Lo que sucede es que los datos que más se conocen son los del INEM, que son los camuflados. Pero lo que más impacto me ha causado ha sido cuando ha hablado de los distintos enfoques que se le han de dar a nuestra economía, para encontrar ocupación a los millones de parados que proceden de la construcción y de las empresas relacionadas con ella. Se habla de 3.000.000, aproximadamente de parados procedentes del derrumbe de la burbuja inmobiliaria. Para el señor Caldera, con un desarrollo “sostenible” de los paneles solares y ocupar a parados en el cuidado y promoción de los bosques, parece que se va a conseguir absorber es toda esta masa de desocupados. ¡Dios nos acoja en su seno! Lo que no ha dicho es lo que cuesta cada obrero que ocupa un puesto en las energías renovables y cuantos puestos de trabajo van a perderse en las otras plantas que se van a desmantelar. Con esa gente no hay nada que hacer. ¡La hecatombe!

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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