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¿Vacaciones de invierno?, ¿es esta la España en crisis? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el diciembre 7, 2010 por admin6567
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En ocasiones es preferible no precipitarse para no volver a arar en terreno ya labrado; es mejor dejar que el agua turbia se sedimente y que la transparencia te permita ver con más claridad lo que, en un principio, no son más que visiones borrosas de la realidad. No puedo olvidarme del profesor de filosofía cuando nos explicaba la concepción de lo que nosotros percibimos como realidad, según las teoría de Platón,; aquella en la que se ponía como ejemplo a una serie de personas sentadas en el interior de una caverna, de espaldas a la entrada, a las que se les mostraban las sobras que el sol proyectaba en la pared de enfrente cuando pasaban por delante de la bocana de la cueva, una serie de figuras de seres humanos y animales. ¿Es nuestra percepción de lo que nos rodea algo que,  en definitiva, no es más que una distorsión producida por una falsa apreciación de lo que observamos? Si, señores, puede que me haya metido en un berenjenal de aquellos que, cuando uno se da cuenta, ya no sabe como salir de él; pero, sin embargo, algo me ha sucedido durante estos días pasados que, de la simple reflexión sobre la huelga de controladores aéreos –en la que no me voy a fijar, debido a que ha sido analizada, por activa y pasiva, por miles de comentaristas que han expresado sus respectivas opiniones sobre los hechos, probablemente mejor documentados sobre la cuestión de lo que lo pudiera estar yo –, he tenido una visión distinta de la cuestión.

En efecto, existe un aspecto, colateral, una reflexión curiosa y una faceta, que es posible que haya pasado desapercibida, haya quedado absorbida por la enorme repercusión de esta cacicada que, imprudentemente, han cometido estos señores de los que depende la seguridad del espacio aéreo de España; que, sin duda debiera ser motivo de un análisis mas profundo del que, es probable, que se pudieran sacar algunas conclusiones sobre nuestra sociedad; de cómo los ciudadanos decimos cosas que después resultan que no se compadecen con nuestros comportamientos y nos dejamos influir por determinadas “reglas sociales” y “miedos al ridículo” que, es posible, nos dejen sumergidos en un laberinto de dudas y encrucijadas de perplejidad, que nos hagan dudar de las propias reglas de la lógica. Porque, señores, no me van a negar que cuando se nos habla de que, para este puente, llamado de la Inmaculada, un puente de 4 días, se van a producir desplazamiento de millones de coches, que invaden todas nuestras vías de comunicación terrestres; miles de pasajeros que utilizarán el tren; otros miles de ciudadanos que han llenado las pistas de las estaciones invernales de ski, los hoteles de montaña y los alojamientos rurales y, como culminación de todas estas informaciones, resulta que, con motivo de una huelga de controladores se nos dice que pueden haber a 600.000 usuarios que pretendían desplazarse para disfrutar de unas vacaciones invernales, que han quedado colapsados en los aeropuertos o han cambiado sus planes para dirigirse a otros lugares de ocio; nos cuesta que nos cuadren los números.

No nos queda más remedio que preguntarnos:  ¿estamos hablando del mismo país, que está sumergido en, quizá, la peor experiencia económica y financiera, la más traumática y la más prolongada de su historia moderna?, ¿es cierto o sólo nos lo imaginamos, que en nuestra nación existen 4.600.000 personas en paro y que, de ellas, cerca de 1.000.000 pueden quedarse sin ninguna ayuda, cuando se retiren los famosos 426 euros mensuales que les paga el Estado?, ¿cómo podemos compaginar esta aparente “opulencia” de nuestros conciudadanos, que les permite tomarse unas vacaciones de invierno y desplazarse a cientos o miles de kilómetros de sus residencia habitual, para gastarse los cuartos con tanta facilidad? Es posible que se me objete que no todos los españoles pueden permitirse estas “alegrías” y que los hay que subsisten con los alimentos de las basuras de los supermercados. Lo acepto. Es más, lo lamento, como lamento la falta de sentido común, la temeridad y el modo de enfrentarse a una situación preocupante, de muchos de los que se han entregado, seguramente sin haberlo meditado suficientemente, a esta forma alegre, desinhibida y alocada de vivir  el hoy, sin acordarse de que mañana también tendremos que pagar las facturas de la luz, mandar a los niños al colegio, pagar las hipotecas y comprar alimentos para toda la familia. Y, precisamente en este sentido, hoy he podido leer un artículo en la prensa que afirma que un  20% de los españoles “adopta una actitud snob, derrochadora y muy preocupada por las apariencias”. El articulista no ha descubierto nada nuevo porque, por desgracia, nuestra sociedad ya hace muchos años, diría siglos, que adolece de este tipo de dolencia mental, ya que no se puede calificar de otra manera a aquellos que, por miedo al “qué dirán”, por no querer reconocer que han sido despedidos o que han debido bajar la persiana del negocio, tiran de sus ahorros, ahorran en comida y gastos domésticos o guardan en el garaje el coche durante toda la semana, para poder salir con sus amistades los domingos y gastarse todo lo que han estado escatimando el resto de días.

Pero existe otro componente, y éste sí afecta al paro, que lo considero especialmente dañino, poco solidario y evidentemente un fraude para los ciudadanos que pagamos impuestos. Se trata de la famosa economía sumergida, una parte de nuestra producción que no está registrada oficialmente, que significa un ataque directo a aquellos que pagan impuestos, alquileres, tasas e impuestos municipales, para poder ejercer una profesión o una actividad comercial determinada. Oficialmente, el Gobierno admitió que podría llegar a un 20% de la economía; pero nos imaginamos que alcanza cotas más elevadas si es que, como resulta palpable, este desmesurado desempleo, el doble de la media europea, no obstante, no ha producido alteraciones sociales de importancia; mantiene a nuestros sindicatos en calma y la vida ciudadana se sigue desarrollando con apacibilidad. En realidad, me pregunto si muchos de estos que siguen percibiendo su subsidio del Erario público, que complementan con la ejecución de otros trabajos clandestinos por su cuenta o por la de otros desaprensivos, que los contratan para no pagar las cargas sociales que les corresponderían; ¿están muy interesados en conseguir algún puesto de trabajo?, ¿existen, de verdad, controles por parte de la Administración de todos los que disfrutan del subsidio de desempleo?, ¿se ha implantado, de verdad, aquella medida de que, el que rechace un trabajo por dos o tres veces, se le prive del derecho? Pensamos que, si se recortara la cifra de desempleados que defraudan a la Seguridad Social fingiendo que no trabajan para seguir percibiendo la ayuda del Estado, es muy posible que no fuera necesario recortar los 426 euros a aquellos que no consiguen que los contraten, a pesar de desearlo lo que les obliga a pasar por el Vía Crucis de no tener medios para poder alimentar ni cuidar de sus familias.

Algo hay, señores, que no funciona. El Gobierno sigue actuando a golpe de parcheo, tapando los agujeros que van saliendo, pero sin sacar el buque al astillero para hacer una reparación en profundidad y, sin percatarse de que, el mal mantenimiento de esta nave,  España, no es sólo achacable a la población, que también, sino que viene básicamente de la incompetencia del capitán y los oficiales; que no han sabido aplicar, en cada momento, las medidas adecuadas para prevenir una situación que, curiosamente, la percibían con claridad todos los ciudadanos y, sin embargo, el mando no supo acertar a ver el iceberg, amenazante, del colapso económico que se le venía encima, hasta que ya fue tarde para esquivarlo. Hoy  tenemos dos Españas, la oficial,  la que chupa de la mamandurria del Estado y la otra, la “sufridora” que es la que tiene que apechugar con la parte fea de la situación y la, verdaderamente, perjudicada por quienes nos gobiernan.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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