(Publicado en República de las ideas, aquí)
Ahora que ya sabemos, o sospechamos con funda-mento suficiente, la verdadera razón por la que José Luis Rodríguez Zapatero no acudió, como debiera haber hecho, a la Cumbre Iberoamericana que acaba de celebrarse en Buenos Aires, cabe preguntar: ¿Está Zapatero en condiciones de ejercer con la debida solvencia la presidencia del Gobierno de España? Su debilidad política es notable y, tras el fracaso electoral del PSC, que le tiene grogui y desnortado, solo se sostiene en pie gracias al costoso tacataca – la Academia prefiere que digamos tacatá – que le alquila al PNV y a CC para sacar adelante los Presupuestos en curso y, posiblemente, cualquier otra iniciativa parlamentaria a la que le fuercen los acontecimientos.
Zapatero es, políticamente hablando, un alma en pena y, si nos atenemos a los síntomas, entra en lo posible que su estado anímico no sea el de un titán, que ande abatido por el múltiple fracaso de su política. La hipótesis contraria nos llevaría a concluir que el líder socialista ha entrado en un grave episodio de irresponsabilidad. Ante la bien resuelta rebelión de los controladores aéreos, otra muestra de la inoperancia gubernamental dado que hace ya nueve meses que el titular de Fomento y último responsable de AENA tomó la responsabilidad de la solución definitiva del problema, Zapatero se ha mantenido agazapado. ¿La declaración de un estado de alarma, el primero desde la Guerra Civil, no es motivo suficiente para la presencia y las explicaciones del jefe del Ejecutivo? Si lo que se pretende es salvaguardarle la imagen con la evitación de una situación desagradable y conflictiva, malo. Si de lo que se trata es de su incapacidad para dar la cara, peor. En cualquier caso no hay lugar para las disculpas.
Tampoco fortalece el ánimo ciudadano la actitud de la oposición frente al irritante y artificial conflicto planteado por los controladores aéreos de una manera incivil y dolosa. Mariano Rajoy, náufrago en Lanzarote, reaccionó ante la crisis como un viajero común, con declaraciones más propias de un turista ocasional que de quien aspira a la presidencia del Gobierno y lidera el “otro” gran partido nacional. En general, y especialmente Esteban González Pons, el PP no ha estado a la altura de las circunstancias en el desgraciado y muy costoso caso de los controladores. No es prudente, y hasta podría ser inmoral, aprovechar electoralmente las circunstancias de crisis nacional que exigen la contribución de todos para ser resueltas.
La intensa actividad de Alfredo Pérez Rubalcaba en el episodio – no suficientemente concluso – de los controladores habla de la gran capacidad del vicepresidente, ministro y portavoz del Gobierno, pero pone en evidencia la escasez de otros departamentos. A José Blanco, siempre tan dispuesto y ambicioso, en esta ocasión y por veloces, se le han escapado los caracoles. Escondido tras la figura vicepresidencial – o, quizás, presidencialmente sustituta – ha tratado de disimular la responsabilidad directa de Fomento en el problema. Blanco siempre está más dispuesto a vender sus logros que a enmendar sus fracasos y eso, como en esta ocasión, da lugar a grandes destrozos. En puridad, y si este fuese un país inmerso en la normalidad del funcionamiento público, a pesar de la actitud claramente delictiva de los controladores, el titular del Ministerio en que se alberga y del que depende la actividad aeroportuaria y aeronáutica ya debiera haber presentado la dimisión. Es cuestión de estilo y de aceptación de responsabilidades.
El episodio provocado por los controladores sirve de paréntesis a la más trascendente realidad. Seguimos donde estábamos, en plena crisis económica y social, con un paro creciente y dramático y con la urgente necesidad de que el Ejecutivo tome todas las medidas, por impopulares que resulten, que puedan aliviar el problema. Por ello insisto, ¿está Zapatero en condiciones, aún contando con el tacataca parlamentario de dos partidos de fácil alquiler, para enfrentarse a la situación? No lo parece.
El ambiente, desde la dispersión centrífuga de las Autonomías hasta las amenazas incontestadas de Marruecos, no puede ser menos favorable y requiere, para su solución, ideas claras, proyectos concretos, firme resolución de llevarlos adelante y, naturalmente, fuerza suficiente para mantenerlos hasta que fructifiquen. La solución más fácil y urgente y menos traumática debiera proceder del seno del PSOE; pero, ¿están los socialistas, inquietos y desunidos, para abordar grandes proyectos de Estado? El líder anda asido a su tacataca y los demás, mayoritariamente, buscan un salvavidas para cuando dé la vuelta la tortilla.