¿Por qué razón todo el mundo se empeña en hacer balance cuando finaliza un año y no cuando todavía se está a tiempo para rectificar aquello en lo que se ha equivocado, enfocar de una forma más satisfactoria las finanzas o evitar que, cuando ya no hay remedio para ello, nuestros despilfarros, nuestras insensateces o nuestra desmesurada confianza en que el tiempo acaba por arreglarlo todo; nos lleve a que finalicemos el año en números rojos, disgustados con el vecino de escalera o recurriendo a la consabida excusa de que “mal de muchos consuelo de tontos”? Claro que hay años, como este que ya estamos finalizando, que uno quisiera poder borrar de su vida, para no tenerlo que recordar más pero, como es imposible hacerlo, sería muy saludable que todos hiciéramos propósito de enmienda y, cuando me estoy refiriendo a todos, incluyo, con mayúsculas, a aquellos que tienen la función y el deber de gobernar nuestra patria y de procurar por el bienestar de los gobernados que, al fin y al cabo, somos los que peor lo pasamos cuando van mal dadas y los que tenemos que apretarnos el cinturón cuando llegan estas vacas flacas que, habitualmente, suelen ser más canijas y demacradas para los ciudadanos de a pie que para aquellos que se lamentan de no haber podido hacer más que un viaje a nuestras antípodas, en lugar de los dos a los que estaban acostumbrados.
Y es que, en España, no parece que exista vergüenza torera. Quiero decir que aquellos que ascendieron a los cargos públicos, fuera en las elecciones legislativas o en autonómicas, se blindan contra de cualquier circunstancia que pudiera descabalgarlos de sus cargos. No puedo entender que alguien al que lo han elegido para que realice una función pública determinada; aquel que está obligado a servir a sus conciudadanos, a todos ellos y no sólo a quienes le votaron; resulte que da muestras de no tener luces suficientes para ello, que su gestión no se ajusta a las esperanzas que se depositaron en su persona y que su permanencia en el puesto, para el que fue elegido, perjudica a la ciudadanía y a la nación; resulte que no hay manera legal de apearlo de su enchufe y que se debe esperar que transcurra el tiempo íntegro de su mandato para, mediante las urnas, deshacerse de él o ella, según fuere el caso. Incluso, en este último caso, teniendo en cuenta el sistema de listas cerradas, es muy probable que, para votar a un partido determinado, se tenga que volver a cargar con el interfecto por haber sido incluido de nuevo en las listas del partido en cuestión.
Los casos más evidentes de figuras políticas que han contribuido con sus errores, con su falta de preparación, con sus frivolidades y con su carencia de sentido común a que, su paso por la política, haya sido un castigo para la ciudadanía y una vergüenza para el propio partido político que se decidió a confiar en ellas. Lo peor es que, en el PSOE, parece que el único que se atribuye la facultad de escoger entre los más politizados, los más fieles y los más sectarios, es el propio señor Rodríguez Zapatero que ha conseguido rodearse de una cohorte de políticos de medio pelo, algunos de escasa o casi nula preparación, que, en su mayoría, han convertido la política en su modus vivendi y que se amarran a la poltrona como si en vez de nalgas tuvieran tentáculos de pulpo. Y es que, en este país, nadie dimite, nadie reconoce sus errores, nadie pide perdón por sus carencias y nadie tiene el gesto de admitir que, en algunos casos, son los de la oposición los que están en lo cierto. Es inútil que se den consignas de unidad, de aunar esfuerzos o de tomar las decisiones adecuadas para sacar a España de la situación de desconcierto, inmovilismo, carencia de propuestas sensatas, y expuesta a las problemáticas social, económica y financiera; que amenazan con ir empeorando, de no cambiar la ruta que sigue un PSOE desarbolado y en franca descomposición.
El señor Rodríguez Zapatero ha vuelto a confirmar, por enésima vez, que no se piensa retirar ni adelantar las elecciones, con lo que nos demuestra que está encantado de sí mismo y que, aquel que dice que su forma de dirigir la nación ha sido catastrófica, está equivocado y que la culpa de que todo vaya mal será de la señora Merkel o del señor Rajoy, que tiene un partido que no quiere “apoyar al gobierno”; o del capitalismo en general y la Globalización total o, del Papa de Roma; por oponerse al aborto. En realidad, lo que le sucede a ZP es que es incapaz de reconocer que no está dotado para una tarea que le sobrepasa y, su engreimiento, llega a un punto tal de absurda auto suficiencia que se cree estar por encima de todos sus ministros y consejeros, lo que queda evidenciado en sus improvisaciones, palos de ciego, rectificaciones y desmentidos, de cuyo conglomerado ha resultado el fiasco de su gobierno y la precaria situación en la que nos ha dejado. Y es que, él y su ejecutivo, no serían capaces de dirigir, acertadamente, ni un mísero “chiringuito” en una playa.
Y a tal señor tal honor. Así han transcurrido, por las dos legislaturas que los votantes de izquierdas le han concedido al señor ZP, una serie de personajes singulares que parecían caricaturas de verdaderos políticos, a los cuales se les ha entregado poder para hacer y deshacer y, en verdad, que en lo de deshacer han salido lucidos. Ministros como Magdalena Álvarez, ¿recuerdan? “ni partida ni doblá”; Moratinos; el fiscal rojo, Fernández Bermejo; el Frankestein del apoyo a la muerte, Bernat Soria; la joven, inexperta e insensata Bibiana Aído y su ley del aborto; la enchufada de ZP, la inefable Leire Pajín, con su bagaje sindical o, el sin par, Celestino Corbacho que, si lo dejan unos meses más, es evidente que acabamos todos en el desempleo. Hay otros que han pasado por sus ministerios, sin pena de gloria, y algunos que sólo están en ellos para intentar hundir al PP, aunque, si nos atenemos a las últimas encuestas sobre intención de voto, no parece que tengan demasiado éxito en el trabajo que se les encomendó.
Mención especial a la González-Sinde, la que fue nombrada para favorecer a los de la ceja; que, en el poco tiempo que lleva en el departamento, ya ha aprendido de sus compañeros del Ejecutivo, cómo ha de comportarse cuando fracasa en un trabajo. Ya lo ha dicho: no va a dimitir, porque “el que no se apruebe una ley no tiene que ver con su gestión” ¿Quién lo diría? Yo creo que sí ha tenido mucho que ver con su mala gestión y su intento de establecer un sistema inquisitorial, para hacer enmudecer aquellas web, incómodas o molestas, que se meten con el gobierno de ZP y con el mal hacer de todos su colaboradores. Si, señora, la ley que ha sido rechazada en el Congreso es su criatura y el fracaso ha sido un fracaso personal de la señora ministra de Cultura y, también pienso, que debiera dimitir, aunque no fuera más que para señalarles el camino a sus compañeros de equipo que no han aprendido a marcharse de una forma digna.
Que nadie lo ponga en duda y nadie pretenda buscarle una justificación lógica, porque es imposible: el gobierno socialista del señor Rodríguez Zapatero, este que llevamos aguantando y que nos queda un año y medio por aguantar, ha sido el fracaso más sonado de todo el tiempo que España está en democracia; durante el cual, se han batido records de incompetencia; de desgobierno; de atentados contra la Constitución; de ataques a la convivencia y a la solidaridad; de atentados contra los derechos individuales de los ciudadanos; de ataques a la Iglesia católica; de atentados contra la vida; de politización de la justicia; y, para finalizar, del descalabro más dramático de la economía, las finanzas y el desempleo. Este ha sido el balance de este 2010, para ZP.
Miguel Massanet Bosch
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