(Publicado en La Vanguardia-Reggio´s, aquí)
No hay más que pegar los oídos al sonido de la calle; recordar nuestras propias conversaciones familiares en las reuniones de Navidad; leer los comentarios de los lectores en las webs de los medios de comunicación, para confirmar esta sensación: hay irritación ciudadana. Empezó como desorientación, se desarrolló como inquietud, se expresa como miedo al futuro, y estos días adquiere la categoría de cabreo.
La subida de tarifas básicas, los defectos de comunicación gubernamental, el número de parados y la inseguridad de los empleados están creando un fondo de indignación bajo el que se incuba el descontento social. Con un agravante: hasta ahora nos preguntábamos cómo aguantaba un país con más de cuatro millones de parados. Ahora nos empezamos a preguntar cómo aguantará con muchos de esos parados sin ayudas y una crisis que castiga duramente a las clases medias y tarda demasiado en alumbrar una mínima esperanza.
Hay tres teorías que intentan explicar por qué todavía no se ha producido el estallido. La primera, que los más desprotegidos tienen el colchón familiar, que al menos les permite una economía de subsistencia. La segunda, que existe una fuerte economía sumergida (se habla de la cuarta parte del PIB) que proporciona ingresos más o menos estables e impide el fantasma del hambre. Y la tercera, que afortunadamente no existen organizaciones que inciten a la rebelión ni a la ruptura del orden establecido.
Me permito añadir una cuarta: la sociedad española ha encontrado el chivo expiatorio para descargar sobre él las iras contenidas. Se llama José Luis Rodríguez Zapatero, y existe un amplio acuerdo en considerarlo responsable de todo. Por eso las encuestas de intención de voto le retiran la confianza. Quizá sea injusto, como tantas opiniones de las masas, pero le toca sufrir aquello tan extendido de que muerto el perro se acabó la rabia. En consecuencia, se entiende que, desaparecido él, se iniciará la senda de la recuperación. Si es así, presta un buen servicio al país manteniéndose en el poder hasta que esa recuperación se empiece a notar. Lo terrible sería que se marchara ahora, pasara un año, y la situación siguiera igual.