No soy fumador porque decidí dejar de fumar hace la friolera de más de 40 años, por consiguiente, nadie me podrá tachar de ser defensor de los fumadores ni de actuar por impulsos derivados de ser adicto al vicio del tabaco; pero esto no quita que no sea un defensor acérrimo de las libertades, del sentido común y de los derechos de los ciudadanos a elegir a donde quieren ir, lo que quieren hacer y de los límites del poder de los gobernantes, en cuanto se trata de prohibir, sea lo que sea, siempre que haya otros métodos de actuación que permitan encontrar el tan buscado término medio, que es donde se dice que se encuentra la virtud. Y es que, en este tema de los fumadores y de las prohibiciones radicales a que se pueda fumar en todos los locales cerrados e, incluso, en espacios abiertos cercanos a parques infantiles o a hospitales; no podemos menos de encontrar una cierta semejanza con determinados sistemas absolutistas, aquellos de “ordeno y mando”, donde el Estado se constituye en una especio de órgano policial, al estilo de la GESTAPO, donde lo de menos es que se produzca una determinada inspección, sino que de lo que se trata es de establecer una vigilancia férrea de los ciudadanos para que se acostumbren a permanecer vigilados, coartados en sus libertades y sometidos, cada vez más, a los caprichos de los gobernantes. Un ejemplo reciente, felizmente superado por la inmediata reacción de los ciudadanos: el de Bolivia. El señor Evo Morales decidió subir los combustibles de una manera exagerada, seguramente para conseguir financiar una política que no tiene por donde cogerse; los ciudadanos consideraron que se los estaba manipulando y que el poder estaba abusando de ello y protestaron, protestaron con fuerza y masivamente; la consecuencia pronto se dejó ver: retirada de la norma y regreso a la situación previa.
Si es sabido que el fumar es perjudicial para la salud, si el tabaco puede producir cáncer y si se considera que es un vicio que se debe erradicar del país, ¿cómo es posible que, el Estado, tenga el monopolio de venta del tabaco, se lucre de los impuestos que lo gravan y permita que los ciudadanos lo puedan adquirir, libremente, a partir de una determinada edad? ¿Es esto una actitud hipócrita o, simplemente, una flagrante contradicción? Por otra parte, si lo que se tenía en mente era establecer una prohibición absoluta que impidiera fumar en locales como restaurantes, bares, cafeterías, salas de fiestas etc. deberemos preguntarnos si, la implantación de la prohibición de fumar en ellos, ha sido una improvisación de última hora, quizá para distraer la atención de la ciudadanía de otros problemas más graves que nos amenazan o, si no es así, ¿cómo se entiende que se estableciera una prohibición para los locales de más de 100 metros cuadrados de capacidad, a los que se les obligó a establecer cubículos separados ad hoc, para ser usados por los fumadores?. Aquellos establecimientos que tuvieron que hacer un esfuerzo económico para acondicionar sus locales, ahora, a los pocos años de aquella imposición, se verán, de nuevo, castigados por la nueva ley, que no admite excepciones y va a afectar a todos por igual. ¿Quién va a compensarles de aquellas inversiones que se han convertido en inútiles? Para más INRI, si quieren volver a convertir sus establecimientos en lo que eran antes de las reformas, tendrán otro coste adicional que, ni el Estado ni las Autonomías, les van a resarcir.
Puede que esta ley de limitación a los fumadores de su derecho a fumar donde les plazca, pueda tener su parte positiva, no dudo de que existe una cierta animadversión por parte de un sector de la ciudadanía a los efectos del tabaco y el humo y acepto que el fumar no es bueno y que debiera de acabar por desaparecer ¡Como tantas otras cosas de las que parece que nos preocupamos menos! Pero, que quieren que les diga, hay formas y formas de convencer a los ciudadanos; los gobernantes debieran acostumbrarse a que gobiernan para todos y no para determinados sectores de la población; las imposiciones manu militari, a contrapelo, con prepotencia y descaro, suelen ser mal recibidas por el pueblo llano que, en ocasiones, se siente pisoteado por el poder en lugar de ser ayudado y protegido por él. Veamos, por ejemplo ¿había necesidad de establecer una prohibición de fumar en la calle, cerca de los parques infantiles, con la excusa de que sería un mal ejemplo para los niños? Qué curioso, sin embargo, los niños pueden comprar droga a la puerta de los colegios, pueden insultar impunemente a sus profesores e, incluso, si se tercia, pueden pegarles o enviar a sus padres a que lo hagan ¿es o no un mal ejemplo para el menor?, o, sin ir más lejos ¿hay algo peor que a un niño de pocos años despertarle la libido antes de que la naturaleza lo haga? y, sin embargo, tanto la famosa EpC, como todos los colegios públicos están practicando tal tipo de enseñanza. Ya no hablemos de lo que se enseña en las TV, en horarios en los que los chavales pueden verlo, si sus padres no están en casa o están distraídos o, si me apuran, les importa un ardite que los niños buceen en las inmundicias de los programas basura. Suponemos que, enseñarle a un niño que la mujer puede asesinar a su hijo que se gesta en sus entrañas es un modelo de buenas costumbres que el niño debe aprender antes de la mayoría de edad.
Pero, todavía hay una faceta de esta cacicada de la señora Pajín y sus colegas socialistas, que me repugna más. En efecto, la señora Pajín ha animado públicamente a que los ciudadanos se conviertan en soplones oficiales y denuncien a cualquier infeliz que no se haya apercibido de que está fumando a menos de 100 metros de un colegio o de un hospital, ¿se debería denunciar a una pareja que se acostara entre los matojos en un parque infantil o, esta situación, no se considera escandalosa ni perjudicial para un menor? Según se dice, ya se han recibido el primer día de vigencia de la ley, más de trescientas denuncias de particulares. No lo dudo, porque la intransigencia, la falta de “buen talante”, el gusto de hacer mal por hacerlo o la falta de tolerancia ( esta “virtud” que nos demandan los gays y lesbianas; o lo que se nos pide cuando presenciamos conductas sexuales impropias en las calles, que nos tenemos que tragar etc.) resulta que entre muchos de esta izquierda casposa que se llaman progres no existe y gozan en convertirse en chivatos, boqueras, chusqueles, largónes, membrillos, voceras y bucanos que, todos estos vocablos, son apropiados para semejantes elementos que sólo merecen el desprecio y la repulsa de cualquier persona que sea como Dios manda.
Por desgracia, en este Gobierno, donde las féminas más que ministras son comisarios políticos y todas ellas anteponen su militancia feminista a las conveniencias del pueblo; es posible que se esté repitiendo, una vez más, el intento de que, mediante sucesivas prohibiciones ( primero fue el vino, luego el tabaco; luego las hamburguesas; luego quisieron quitarnos la religión católica; han conseguido o, al menos, lo han intentado romper la familia; han destrozado la moral y han privado a los niños del derecho a nacer) y lavados de cerebro, se vayan limitando las facultades del pueblo a pensar por sí mismo y a decidir, sin necesidad que el “papá Estado” se convierta en nuestro mentor para convertirnos en un hatajo de borregos sumisos que se dejen conducir hacia el matadero, sin oponer resistencia. De hecho, ya son muchos los ciudadanos que han comenzado a balar y no pocos los políticos que, además, berrean con gran propiedad dentro de esta “élite” que nos gobierna. Lástima que, todo el esfuerzo que han aplicado en endosarnos sus leyes sectarias y doctrinantes no lo hubieran dedicado a gobernar mejor, sacarnos de la crisis y dar trabajo a los 4.600.000 parados que han conseguido acumular y que, si mucho no nos equivocamos, van a acabar por ser su Armagedón.
Miguel Massanet Bosch