Probablemente tendría temas más actuales a los que dedicar mi comentario y, es posible que me divirtiera más hablar de la cuestión de la marcha atrás, del Gobierno del señor Zapatero, respecto a la célebre reforma laboral, aquella que, apenas hace unos días, con rostro serio y crispado vendía como algo inalterable y definitivo, pesara a quien pesara y cayeran o no rayos o granizo; vean, no obstante, en lo que quedaron aquellas palabras cuando, lo que eran lanzas se han convertido en cañas y lo que era determinación haya quedado reducido a versallescas maneras y alfombras rojas para que los sindicatos, una vez más, hayan conseguido amansar al Ejecutivo, dominarlo y hacerle desdecir de sus anteriores buenos propósitos. Pero esta crítica la voy a dejar para mis próximos escritos, porque hoy me apetece meterme con aquellos que no aceptan de buen grado mis opiniones, lo cual me parece muy legítimo y aquellos que no se conforman con criticarme y me tachan de fascista, lo cual ya no me parece tan normal; no porque se me tache de tal, lo que no me preocupa demasiado por estar acostumbrado a estas andanadas, sino por venir de quienes vienen que se han atribuido la potestad de convertirse en censores de los demás y, por sistema, se ven obligados a descalificar a aquellos cuyas ideas, argumentos o pensamiento político no se ajustan a la recta ortodoxia de las izquierdas; quienes, por lo visto, están en posesión de la verdad absoluta aunque, todo hay que decirlo, no parezca que, en la práctica, aquellas ideas de igualdad, libertad, independencia y solidaridad que vienen predicando, obsesivamente, tengan demasiada influencia en la marcha de la economía del país, sirvan para lograr una mejora en el bienestar del pueblo o ayuden a mejorar las relaciones entre los españoles, notablemente perjudicadas desde la llamada Memoria Histórica y el empeño de quienes nos gobiernan en resucitar viejas cuitas y rencores de épocas pasadas.
Hay que agradecer, eso sí, que, en general, las críticas no alcancen la categoría de insulto, pero es muy curioso ver con la facilidad que a uno se le tacha de cavernario, fascista, reaccionario o, como dicen en Catalunya, “carca” por el simple hecho de no comulgar con determinadas ideas, con ciertos adoctrinamientos y con algunas costumbres nuevas, que se han convertido en cuestiones axiomáticas para esta izquierda que es incapaz de entender que, en democracia, hasta las minorías tienen derecho a existir y expresarse con toda libertad, sin que ello suponga tener que someterse al acoso y descalificación automática por quienes están convencidos de que, por tener pensamientos de izquierdas y laicos, estar en contra del capitalismo, practicar la filosofía relativista y haber leído algunos libros de Lenín o Troski, ya están investidos de la autoridad suficiente para despreciar a quienes tienen otras formas de pensar y, aún más, se ven con el derecho de insultar y menospreciar a quienes tengan la “osadía” de contradecirlos, refutarlos o combatirlos con argumentos y datos que dan testimonio de que. existen otros espacios de opinión que merecen las mismas oportunidades y facilidades para poder exponerse con la misma libertad.
Un ejemplo: un señor muy enfadado me escribió una crítica furibunda porque había puesto una coma equivocada. Automáticamente descalificó todos mis argumentos por tan imperdonable error. De hecho, me dijo que ninguna de las comas de mi escrito era correcta y que debía sic “ruborizarme” por tan malvada acción. Acepto la corrección con humildad, no la generalización del reproche, por no ser cierta y, alego en mi defensa que, antes de despeñarme por la roca Tarpeya se me tenga en consideración que escribo cada día uno o dos artículos de dos folios a espacio sencillo, lo que, en ocasiones, hace que cometa faltas tipográficas y de otro orden. Al no tener un corrector que las rectifique aparecen tal y como “salieron de fábrica” Sé que hay muchos lectores comprensivos que me lo perdonan y, los que no son capaces de comprenderlo pues, sintiéndolo mucho, les diré que “no hay más cera que la que arde”.
También los hay que, a pesar de que lo repito hasta la saciedad, no entienden que mi opinión no tiene mas valor que ser la de un simple ciudadano de a pie y, por tanto, no la de un experto o un ilustrado sabio. Confunden la labor de un columnista con un artículo científico, en el que se exige precisión, argumentos y pruebas. Sin duda no aceptan que sólo se trata de enfocar una visión de la realidad, no a través de los ojos de un experto, sino desde el punto de vista de un simple observador, que la juzga desde la perspectiva del hombre de la calle y, tal como la ve la comenta sin que, con ello, pretenda convencer a nadie ni pontificar sobre el tema del que está tratando.
El utilizar, en una argumentación, el recurso de llevar al absurdo una situación, o emplear la sorna o, incluso, la ironía, son perfectamente compatibles con las exposición de unos hechos que se quieren comentar bajo un aspecto jocoso, porque lo que se pretende resaltar, mediante una exageración de la realidad, es que aquel tema entraña el peligro de que sea utilizado de una forma cicatera, totalitaria, desmesurada o abusiva. Los recortes de las libertades de los individuos, suele ser uno de los objetivos de un gobierno de izquierdas y, en ocasiones, utiliza excusas que dan la sensación de contener un beneficio útil para la convivencia social pero, no obstante, si se escarba un poco debajo de la piel que disimula la intención del legislador, aparecen las vísceras donde se esconden las verdaderas intenciones que subyacen bajo aquella apariencia inofensiva. Es cierto que existen muchas personas que no son capaces de detectar la ironía, que todo se lo toman al pie de la letra y que se muestran intransigentes con aquellos que no se atienen a las reglas que ellos, ante su incapacidad para sondear la verdadera intención del escritor, quisieran que se censuraran y castigaran con la máxima dureza. Lo siento por ellos pero, unos pocos, no pueden pretender establecer reglas o limitar la libertad de expresión de todos los demás.
Y una última reflexión respecto a esta izquierda progre y beligerante. Esta que se atreve a insultar, caricaturizar, menospreciar y proferir blasfemias contra los católicos, sin respetar el derecho constitucional a no ser discriminados por razón de creencias religiosas o todos estos activistas, que nadie sabe de qué viven o quien los patrocina, pero que están presentes en todos aquellos actos inciviles, manifestaciones, alborotos y salvajadas o, todos aquellos que se declaran antisistema y que viven entre la droga y la delincuencia o, toda esta tropa de la farándula, que se apuntan siempre a la opción de la que más jugo puedan sacar, que consiguen grandes beneficios del Gobierno a cambio de hacerle la propaganda y que tan volubles y antojadizos son cuando las cosas van mal dadas y se barruntan un cambio de tendencia política. Ninguno de ellos hace nada para contribuir a sacar a España de la crisis; ninguno de ellos tiene entre sus “vicios” el de coger el pico y la pala y ponerse a trabajar en algo útil; ninguno de ellos ayuda a los necesitados para que pueda pagar su alquiler o puedan comer caliente una vez al día (algo que, por cierto, hace Cáritas de la Iglesia católica). Eso sí, tienen tiempo para hacer cerrar la capilla de la Universidad de Barcelona, impedir a la señora Rosa Diez que pronuncie una conferencia y quemar, de tanto, una bandera española. Lo que es evidente, señores, es que ninguno de ellos me amordazará con sus críticas para evitar que siga pensando y exponiendo lo que creo que debe decirse. Lo contrario sería una cobardía imperdonable. Y, como decía sir Walter Scott, “Descansar demasiado es oxidarse” algo que, en modo alguno, deseo que me ocurra.
Miguel Massanet Bosch