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¿La degradación de las costumbres en España? (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el marzo 14, 2011 por admin6567
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En la década de los 60 una diseñadora de moda londinense hizo un descubrimiento sensacional que iba a marcar la moda femenina durante muchos años. En realidad, fue el principio de un fenómeno sociológico que repercutió en toda la sociedad y muy en especial en el sector masculino que fue, seguramente, el que con más regocijo acogió la idea de la señora Quant. Como, en su día, lo fueron los Beatles o la aparición de los jóvenes desmelenados y revolucionarios de costumbres campestres e ideas progresistas, que fueron conocidos como: hippies, una consecuencia de la guerra del Vietnam  –aquella trampa en la que se metieron, casi sin darse cuenta,  los EE.UU. una aventura de la que salieron trompicados y que costó la vida de muchos miles de americanos y el desencanto y la frustración de una gran parte de la nación, especialmente de su juventud, que se quedó decepcionada de los políticos y de todo lo que sonara a mentalidad conservadora –. La verdad es que, aquellas “escandalosas” faldas de 34 centímetros que, Mary Quant, puso de moda en la década de los sesenta, aparte de convertirla en multimillonaria, tuvieron la virtud de darles un aire de frescura y vitalidad a aquellas muchachas que exhibían orgullosas aquellos torneados y voluptuosos apéndices inferiores que, durante tantos años, les había sido vetado exhibir en público.

Sin embargo, aquella nueva moda, aparte de los peligrosos subidones de testosterona a los que fueron sometidos los sorprendidos representantes del género masculino, que tuvieron que adaptarse, de sopetón, de las fugaces ocasiones de descubrir lo que quedaba a la vista cuando, un leve movimiento de la falda, dejaba al descubierto una pequeña porción del muslo femenino; a tener la ocasión de solazarse con un amplio panorama de jóvenes retozonas que, de una forma natural, sin el más mínimo pudor y contentas de poder poner a la venta ( entiéndase como ofrecer el producto a un posible aspirante a conquistador) aquella parte tan esencial de su físico que, hasta aquellos momentos, les había estado vedado publicitar; significó, al mismo tiempo, un atentado contra la libido masculina que, si bien en los primeros momentos quedó suficientemente compensada por tanta exposición de carne femenina, acompañada del descubrimiento de que las mujeres, aparte de pechuga gozaban de otros encantos capaces de levantar la temperatura corporal de los hombres; cuando ha ido pasando el tiempo, aquella necesidad del depredador masculino de dotar a la imaginación de aquellos misterios por descubrir de la anatomía del sexo contrario, para que lo que quedara oculto del mismo fuera un aliciente, un revulsivo erótico y un estímulo para desencadenar el deseo lúbrico por el sexo contrario (aquel que pone en marcha todo el mecanismo psicomotor que acompaña a todo acto amatorio), hoy conocido como “hacer el amor”; una manera absolutamente equivocada de describir un acto físico, meramente instintivo, de obtener placer, comparándolo con un sentimiento inmaterial, fruto de sensaciones placenteras de orden espiritual, que se producen cuando las apersonas se sienten complacidas de la compañía de otra u otras, con las que se sienten identificadas.

Me van a permitir que les exponga una teoría, carente de cualquier aval científico, pero basada en una larga experiencia en la observación de las personas y de sus reacciones. Verán, en el mundo actual en el que vivimos y, especialmente, en esta España en la que las costumbres han sufrido un súbito revolcón en cuanto a la libertad de la mujeres y los hombres; cuando el sentido de lo que se entendía por decencia ha quedado relegado al olvido y cuando lo que, Mary Quant, en un alarde de atrevimiento, en su tiempo, se atrevía a mostrar a la sociedad, ha quedado reducido a un mero recuerdo de algo que, hoy en día, sería nada más que una “represión” a la libertad de la mujer a mostrarse tal y como es. En efecto, los roles han cambiado, los hombres ya no son los que llevan la iniciativa en la conquista de su pareja; es más, ya no se estila el compromiso para toda la vida y todo se reduce a ir probando, a ir experimentando con distintas parejas, y esto tanto hombres como mujeres. En esta tesitura ya no queda nada para la imaginación, las sucesivas experiencias amorosas acaban con cualquier atisbo de sorpresa y pronto, machos y hembras, empiezan a cansarse de “comer langosta cada día”. Así, el constituir una relación permanente es algo muy difícil, porque pronto la convivencia genera hastío, pequeñas discusiones y tentaciones de experimentar con personas distintas. Si se han casado vienen los divorcios, los problemas con la prole, las separaciones de bienes etc. etc. No obstante, este exceso de libertades, esta falta del límite moral y el cansancio generado por un abuso de sexualidad desmedido puede acarrear otras consecuencias.

No voy a discutir el hecho de que haya algunas personas que ya nacen con una determinada predisposición que no casa con el cuerpo que le ha tocado por decisión de la naturaleza. Los hay y su problema puede llegar a engendrar grandes trastornos psicológicos, incluso psicóticos, que deben tenerse en cuenta para intentar darles un tratamiento adecuado. Es evidente que, en estos casos, no se trata de un vicio, una búsqueda de nuevas sensaciones y experimentos, sino que la naturaleza les ha jugado una mala pasada para la que, modernamente, existen determinadas terapias de las que no nos vamos a ocupar. Sin embargo, cuando uno lee algunos artículos en la prensa que hablan de desgana sexual, de hombres o mujeres, que no son gays, ni muestran interés por el sexo, las mujeres/ hombres y el amor; no le queda más remedio que pensar ¿Cuáles han sido las causas de esta abulia? Y si las hay ¿pueden influir de una manera determinante en un cambio de rol sexual de aquellos que lo padecen? No se puede negar que el tema de la homosexualidad viene desde el tiempo de romanos y griegos, incluso en aquellas épocas casi formaba parte de lo usual, hasta que se llegaba al matrimonio.

En la Odisea, de Homero, leemos como los efebos eran moneda corriente de los grandes caudillos, sin que ello les restara nada de su virilidad respecto a las mujeres. No se puede negar, no obstante, que desde hace unos años, fuere por la permisividad existente o por el hecho de que la ciudadanía ha pasado del rechazo frontal a considerarlo algo normal o por la circunstancia de que la promiscuidad de sexos, las ceremonias colectivas, las orgías, las prácticas sexuales compartidas y la degeneración de una parte de la juventud; están propiciando que, las opciones homosexuales y lesbianas, vayan adquiriendo cada vez más auge; que el número de los que optan por su mismo sexo, como remedio a sus instintos sexuales, se está incrementando de modo que, fuere por la legislación que les da facilidades, sea por la laicización de la sociedad y el consiguiente derrumbe de los frenos morales o por los cambios que determinadas ideologías contrarias a la familia tradicional, a la concepción religiosa del matrimonio o, simplemente, como un medio de sujetar a la sociedad a una doctrina única que les permita controlar, al estilo soviético, a una población sedada y a una sociedad amoral sometida al poder del Estado omnipotente.  Los emperadores romanos sabían como hacerlo y los gobiernos actuales saben también lo que deben hacer para perpetuarse en el poder, con el apoyo de aquellos a los que no les interesa ni el orden, ni la moral, ni las buenas costumbres, ni la propia estimación o el auto respeto. Así, por cierto, se derrumbó el Imperio Romano de Occidente a la muerte de Teodosio. O esto es lo que pienso yo.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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