(Publicado en El blog de Manuel Hernández, aquí)
Uno de los rasgos típicos de los regímenes totalitarios es que la distinción entre el Estado y el partido se difumina hasta hacerse imperceptible. No sucede lo mismo en los países democráticos, en los que hay una pluralidad de partidos. Sin embargo, a menudo la diferencia entre lo institucional y lo partidista se difumina más de lo tolerable en un Estado democrático. Es lo que sucede en España, cuando los dos grandes partidos optan por asaltar las instituciones por medio de lo que hipócritamente llaman pactos de Estado cuando en realidad son pactos entre partidos para repartirse los puestos en instituciones que deberían ser independientes y neutrales. Ahí están las cuotas para el nombramiento de los miembros del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial. Pero este peligroso fenómeno de confusión de lo institucional y lo partidario se manifiesta también en cuestiones de menor transcendencia pero muy reveladoras de la tendencia de los partidos grandes a apropiarse de las instituciones.
Un ejemplo lo hemos visto en las fallas de Valencia. El comienzo de estos populares festejos es presidido por la alcaldesa de la ciudad (lógico) y el presidente de la Comunidad Valenciana (lógico también). También sería lógico que estuviera Rodríguez Zapatero, como Presidente del Gobierno nacional, si pasara por allí. Lo que no es tan lógico es que aparezca Mariano Rajoy. ¿En calidad de qué? ¿De diputado, que es el único cargo institucional que ocupa? No, está en calidad de presidente del partido de la alcaldesa y el presidente regional. Como si eso fuera suficiente para compartir palco con las autoridades institucionales.
Otro ejemplo algo diferente fue el tratamiento que dieron los informativos de la televisión pública a una noticia sobre Madrid. Para comentarla habló primero el alcalde (lógico). Pero a continuación, en lugar de la del líder del grupo municipal socialista, se recogió la opinión de Jaime Lissavetzky, que ni es concejal del ayuntamiento ni, por lo tanto, representa a los madrileños. Hoy por hoy, es solo un aspirante a representante.
Se me puede decir, y con razón, que son hechos muy anecdóticos y, en cualquier caso, poco graves. Pero sí son muy reveladores de la facilidad con la que los políticos del PSOE y el PP confunden sus partidos y las instituciones y la naturalidad con la que esa confusión es asumida por los medios.