(Publicado en Republica.com, aquí)
Que Cataluña es un problema no requiere de muchas explicaciones, el entendimiento con Cataluña se hace cada día más difícil y el consenso constitucional de la transición se debilita con el paso de los años. La conversación entre Felipe Gonzalez y Miguel Roca, reflejada por Lluis Bassets en un libro que merece lectura (al igual que otros recién publicados como el de Germá Bel o los textos de Juliana y López Burniol en La Vanguardia) discurre por la melancolía y un cierto sentimiento de frustración y de fracaso (de otros).
Los comentarios de los dos políticos en la reserva, González y Roca, el martes al presentar el libro, no han tenido reflejo en la prensa madrileña (si en la catalana) más atenta a las vicisitudes de las primarias socialistas (fru fru y burbujas) que al problema catalán, que es de fondo y que puede tener consecuencias. Jordi Pujol dijo en Madrid hace un par de años que las cosas van mal, que no nos gustamos ni entre nosotros ni a nosotros mismos y que la deriva del disgusto es incierta, e incluso peligrosa.
Para entenderse hay que tener ganas, hay que tener la voluntad de escuchar, debatir y decir No o SI, según cuándo y a qué cuestiones. La Constitución del 78 dejó muchos cabos atados (algunos sueltos) y abrió puertas y ventanas, pero no resolvió el conflicto histórico, probablemente porque el capítulo VIII generalizó un modelo que es más que federal, pero que desde Cataluña se quiere de otro modo, con reconocimiento de su singularidad, que quizá es inalcanzable, porque es sentimiento.
Aznar y Zapatero, desde una posición distinta y con objetivos que en nada se parecen, se creyeron llamados por alguna divina providencia para resolver definitivamente el viejo problema. Solo lo han complicado, no han aportado a la solución aunque se creyeron, quizá por falta de lecturas, de reflexión y de talento, llamados a esa misión histórica.
Quince años después de la llegada al poder del PP, mediante dos pactos con los nacionalistas vacos y catalanes, y tras ocho años de gobierno socialista en Cataluña (aliados con republicanos nacionalistas) el entendimiento de Cataluña con el resto de España va a peor, la distancia crece y el malestar aumenta; un malestar recíproco. En Cataluña piensan que el resto de España vive por encima de sus posibilidades y que son ellos los que financian esos excesos con sacrificio de sus oportunidades; y en el resto de España el recelo respecto a lo catalán crece y no le remedia ni la decisiva contribución catalana a la gloria del fútbol español del que hace gala el presidente Zapatero en su visita a Pekín.
La votación en el Parlamento catalán de una Declaración de Independencia que solo tiene pretensión de enredar allí y provocar aquí, es poco relevante, pero servirá a los enredadores para hacer ruido y crear confusión. El gobierno catalán de CiU quiere hablar de autonomía y sobre todo de dinero; y en el debilitado gobierno de Madrid no se sabe bien a qué juega, si es que juega a algo. La distancia entre los dos focos más prósperos de España (Madrid y Barcelona) se ensancha en beneficio solo de los irredentos y los alborotadores. Entender Cataluña requiere de más esfuerzo, más interés y maña; y que ellos entiendan esto también exige esfuerzo allí y más pedagogía por parte de todos.