(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
TRIBUNA
Rubalcaba no necesita enterarse de la historia de la Transición por los libros. Seguro que recuerda, él que es un experto en acuñar frases de fácil comprensión por los ciudadanos, aquella tan inteligente como breve con la que Adolfo Suárez resumió la enorme dificultad de su tarea, consistente en construir una democracia que revolucionaba el modelo de gestión del poder imperante durante 40 años, y hacerlo mientras se utilizaban esos instrumentos para gobernar un país sometido a una grave crisis: «Hay que cambiar las cañerías, pero hay que seguir llevando el agua». A partir del sábado, el actual vicepresidente, en tanto siga siéndolo, va a continuar respaldando y construyendo la política de José Luis Rodríguez Zapatero, con los parámetros a los que el jefe del Ejecutivo ha reafirmado que no va a renunciar; pero va a tener que vigilar, simultáneamente, el proceso de elaboración de una propuesta política nueva, capaz de despertar el entusiasmo de ese millón y medio de votantes socialistas perdidos el 22 de mayo. ¿Habrá giro a la izquierda?
Nadie puede esperar que el programa con el que previsiblemente Rubalcaba concurra a las elecciones generales pueda leerse como una enmienda a la totalidad de la práctica desarrollada durante un periodo en el que él mismo ha tenido un destacado protagonismo. Sencillamente no sería creíble, y como ha expresado en su jugoso discurso de aceptación de la candidatura, sumiría en el desconcierto a esos más de seis millones de españoles que, pese a todo, han apoyado a los socialistas.
Sin embargo, para su propósito de concurrir a las urnas con espíritu de victoria, resultará imprescindible detectar con claridad las motivaciones de los desencantados, escuchar las voces críticas y no ignorar algo muy importante que ha dicho el propio Zapatero: «Podemos perder votos, pero no podemos perder nuestras convicciones». Y es que el PSOE no es una formación de aluvión, un torrente engañoso en las crecidas, sino un río referencial en el paisaje español, consustancial a nuestra democracia, con independencia de los ciclos que determinan su caudal. Entre esas convicciones irrenunciables debiera figurar el respeto a las normas que garantizan la democracia interna y que marcan diferencia con otras formaciones políticas: la celebración de primarias.
Es la oportunidad de que surjan nuevas personalidades revitalizadoras de los cuadros dirigentes. La legítima ambición por ganarse la voluntad de las bases en un concurso de ideas no pone en riesgo a un partido, sino que lo enriquece y estimula el deseo de participar. Felicito a Rubalcaba por su anuncio de buscar en las agrupaciones el aval de la militancia, a pesar de contar ya con el respaldo de la dirección del partido. Y nadie debiera mirar como a un intruso peligroso a un hipotético y hoy desconocido aspirante a disputarle la candidatura. Nadie vio así a Zapatero cuando se impuso, por sorpresa, en un congreso.
El debate sobre las ideas, cuando ya parece clarificado el que afecta a los nombres, está fijado en el calendario tras el verano. Formalmente será una Conferencia Política el marco en que se elabore el guión del programa electoral renovado, pero, de hecho, a partir de hoy mismo resultará imparable y deseable que cuantas voces se crean con la capacidad de aportar alguna idea -y tengan el espacio en el que hacerlo- comiencen la tarea. Lo que ofrezca el Partido Socialista como reflexión para mejor resolver los problemas que hoy afrontamos no es un tema interno que afecta a unos centenares de miembros del Comité Federal o a unos cientos de miles de afiliados. La democracia española, precisamente tras unas elecciones que han otorgado al PP un grado de hegemonía territorial inédita, precisa del contrapeso de una oposición sólida, capaz de ser alternativa. España necesita una opción socialdemócrata reconocible en lo esencial, aunque ajustada a las transformaciones sociales que todos detectamos. La defensa del Estado del Bienestar es una premisa irrenunciable para la socialdemocracia, no enfrentada ahora a la democracia cristiana que lo hacía suyo, sino al neoliberalismo que lo da por perdido.
Recuerdo el sentido de Estado con el que Suárez se comportó durante la crisis del PSOE motivada por el abandono del marxismo. Siempre tuvo claro que cualquier argumento de provecho para su formación no quedaría compensado por el daño que supondría para el país el debilitamiento de un partido clave para la estabilidad de una democracia europea. Así lo entendieron también los principales medios de comunicación. ¿Por qué habríamos de ser hoy más irresponsables y sectarios?
Eduardo Sotillos es secretario de Comunicación del PSM y fue portavoz del primer Gobierno de Felipe González.