(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)
SABATINAS INTEMPESTIVAS
Aún a riesgo de que el personal esté hasta el gorro de la gama de interpretaciones electorales. Desde los augures que pronostican nuevos comicios en dos meses, hasta los que olfatean una oleada revolucionaria que hará temblar el país, no hay más remedio que acercarnos a una realidad muy hispana, nada sofisticada y muy obsesiva para el funcionariado eterno de las comunidades, sean las que sean, pero ideológicamente consolidadas en “qué hay de lo mío”. Ya tocará la próxima semana hablar de “guerra fría”, pero de momento con temperaturas primaverales esto parece una balneario gallego En un intento por acercarme al centro del desenlace me vine a Madrid y por más que veo a aspirantes y consagrados sigo en la misma inopia con la que salí de Barcelona un lunes, con las urnas aún calentitas de tanto manosearlas. A ver si se convencen de una vez. La política en Italia consiste en tratar de simplificar realidades complejas. La política en España, sin excepción de comunidades, se reduce a hacer complejas situaciones muy simples.
Dentro de la derrota general de ambiciones, los resultados han sido óptimos. Por primera vez desde las elecciones de 1977, que inauguraron nuestra democracia, se ha roto el más falaz de los esquemas; el de que había partidos de derechas y partidos de izquierda. En primer lugar todos los partidos de entonces eran viejos e incluso quienes pasaban por jóvenes hacían grandes esfuerzos por parecer viejos –¿se acuerdan del Viejo Profesor? ¿O del PSUC?–. No fuimos conscientes de que el olor más persistente de nuestra venerada Transición era el moho. Después de tantos años sin luz la política transpiraba moho.
Las recientes elecciones han planteado un nuevo paradigma, valga el palabro pedante, que ha obligado a todos a redefinirse. Lo nuevo y lo viejo. Y el resultado ha sido de lo más chusco. El bipartidismo ha salido herido, humillado, despreciado por los sectores más dinámicos de la sociedad, pero no derrotado. Aún puede gobernar, es más, aún va a seguir planeando como un viejo elefante hinchable sobre la vida política española. Para los reticentes a este argumento les voy a poner un ejemplo. ¿Se han dado cuenta que la parte ha sustituido al todo, y nadie dice “yo con el Partido Popular no pactaré”, sino que precisa “nosotros con Rajoy no pactaremos nunca”. Sorprende que a tanto analista de mente corta e imaginación larga no le haya llamado la atención la asistencia de José María Aznar, presidente de honor del partido, a la reciente reunión del sancta sanctorum pepero. Es verdad que Rajoy le designó en una silla de esquina, pero mientras conserves la silla te corresponde una migaja de poder. No quiero decir que Aznar aspire a sustituir a Rajoy, no es tan ingenuo, lo que sí aspira, y puede conseguir, es que decir PP no se traduzca exclusivamente en Mariano Rajoy.
Hablando claro y simplificando las cosas. Un pacto entre Soraya Sáenz de Santamaría, ay Sorayita la malvada, y Susana Díaz, “la reina mora”, podría consumarse en un tiempo récord: El inconveniente es que Rajoy no lo admitiría jamás –lo que en política significa mientras sea posible– porque está convencido que después de haber perdido millones de votantes y decenas de diputados ¡ha ganado las elecciones! Y por su parte, el soldado Sánchez no tiene otra oportunidad para superar su absoluta inanidad que jugar sucio, marranear en el PSOE. Fíjense si será zafio este zangolotino que lo primero que se le ocurrió tras su desastre electoral fue pronunciar una frase para el bronce: “Hemos hecho historia”. Me temo que no coincidamos en la apreciación sobre el hecho histórico del PSOE; yo creo que a tamaño trepa indecente, digo bien, indecente, es un hecho histórico haber sobrevivido a unas elecciones tras dejar un partido que difícilmente aguantará un segundo round. (Poner a su principal competidor, Eduardo Madina, en el puesto número siete, y a la garbosa arribista Irene Lozano en el cuatro ha significado que Madina deje de ser diputado.)
Eso es lo que tenemos. He oído decir que “el Mas” y “el Homs”, dos pillos y un destino, han conseguido que su partido, cuyo nombre aún no me he aprendido, haya pasado a ser la ¡cuarta fuerza en Catalunya! Creo que son rumores porque si fuera cierto ningún diario catalán hubiera evitado abrir la primera página con tal notición.
Resumiendo. Para lo viejo, para el bipartidismo de clausura o de espectáculo, los resultados han sido óptimos. Lo digo sin ironía. Es como si el destino sobre el que se ciscaron durante décadas les otorgara otra oportunidad; con bastante probabilidad la última, o la penúltima, nunca se sabe.
Toda la legítima fascinación ante lo nuevo, ante lo que significan grupos como Podemos y sus ramificaciones –fue un momento estelar contemplar a Sáenz de Santamaría, en su rueda de prensa, acompañada de ese palo de escoba que además habla, Jorge Fernández Díaz, recitando los resultados y otorgándole, si la memoria no me falla, 42 escaños… para luego ir desgranando en su proporción los demás parlamentarios que alcanzaban hasta los 69–. ¡La maldad de Sorayita, su retorcimiento, tiene la candidez de Caperucita después de haberse comido a todos los lobos!
A riesgo de ser mal interpretado, lo que a estas alturas no me produce angustia alguna, no hay aún condiciones en España para un cambio. Se podrán producir novedades que abonan el optimismo, tan ausente en los años pasados y tan desbordante en los últimos. Podemos es un proyecto cargado de presente y con difícil futuro. Pero digo más, una aventura como la de Ciudadanos es también abrir un frente nuevo que facilite la caída de esas murallas que acogotaron la vida política española desde 1977. De aquí no se salva nadie, pero esta gente nueva sí. Ya les tocará expresarse.
¡No seamos gilipollas! Llevamos más de cincuenta años pidiendo una derecha nueva, no veteada de franquismo, que corresponda a otra generación, y van nuestros listos de cátedra y nos explican que Ciudadanos ha pedido un crédito a los bancos en la idea de sacar un mínimo de 43 diputados y sacaron 40. Tienen deudas. ¿Pero hay algún partido que no las tenga, que no las pague y que sean millonarias? ¡Baja el tono Errejón, que te tocará suscribir pólizas, y si no al tiempo! ¿Vas a dimitir por eso? La política es cara, no digamos ya el poder.
De momento la división está entre lo viejo y lo nuevo, pero el poder real seguirá en lo viejo. No hay condiciones para ir más lejos, como diría un veterano; ni objetivas –Europa–, ni subjetivas –la sociedad española–. Esas boberías estadísticas sobre la España interior y la España costera ya las explicaron hace tropecientos años la Institución Libre de Enseñanza y el peor Ortega y Gasset, el de la España invertebrada; un señorito madrileño que había leído a Kant –definición sarcástica de don José sobre sí mismo–. Pero no alcanza a la complejidad de este panorama. Porque de ser así la España más corrupta, la mediterránea y la capitalina, serían al tiempo las más dinámicas. Y eso es una teoría italiana de origen mafioso que ha alcanzado hasta Milán y los oscuros talentos del catolicismo avanzado.
Si tuviera que reseñar dos rasgos sarcásticos y significativos de estas elecciones que han radiografiado, con blancos y sombras, esta España que lucha por entrar en el XXI tras haberse saltado, o creído saltar, dos siglos, uno es la quiebra de Bildu por varias cosas, pero sobre todo por la cabezonería de decirles a los ciudadanos hasta cómo tenían que depositar sus bolsas de basuras. Y la otra, espléndida, es la inconmensurable aventura del diputado recién electo por el Partido Popular –segundo por Segovia–, don Pedro Gómez de la Serna, comisionista, cazuelas, desvergonzado, corrupto por acción y soberbia. Por sus cojones que no dimitía. Menudo negocio ser diputado y comisionista.
¿Pero saben lo que más me conmocionó de este caso? No sólo que ni el Partido Popular consiguiera hacerle dimitir, sino que más de 30.000 dóciles segovianos, cómplices de la bellaquería, le votaron.