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Alguien quiere amordazar a SS. Benedicto XVI (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el agosto 14, 2011 por admin6567
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El político y escritor tradicionalista valenciano, del siglo XIX, don Antonio Aparisi y Guijarro, en sus Obras completas dejó constancia de su compromiso con la religión católica, con el siguiente pensamiento: “Una sociedad sin religión no es más que un conjunto monstruoso de hombres, que solo saben gritar, aborrecerse y despedazarse”. No es que pretenda, al citar a este personaje, que todo el mundo comparta su manera de pensar, pero no cabe duda de que la idea no carece de verosimilitud, si es que nos atenemos a estas sociedades laicas en las que no existe ninguna norma moral ni ética y donde todo está permitido bajo la apariencia de unas libertades que, curiosamente, en la mayoría de ocasiones, no tienen, ni tan siquiera, el límite del respecto de las libertades ajenas cuando éstas no coinciden con las propias. Este laicismo se caracteriza, no por el hecho de que cada ciudadano tenga libertad para ser o no una persona creyente; para que cada cual pueda opinar libremente sobre una creencia determinada sobre la que no este de acuerdo o que, simplemente, se declare agnóstico o ateo; por el contrario se ve impulsado a actuar como si, cualquiera que se declare afecto a una determinada religión, por el simple hecho de tener dicha creencia ya se ha convertido, automáticamente, en un enemigo a batir, un ser indeseable al que hay que destruir y  arrebatarle sus derechos, aunque éstos estén contemplados en la propia Constitución de la nación.

En España, desgraciadamente, ya tenemos una larga experiencia en la forma de comportarse con los católicos y el aborrecimiento que determinados miembros de las izquierdas han venido demostrando, a lo largo de nuestra historia, con el clero y las personas que se han venido declarando como católicas. Curiosamente, no suele ocurrir lo mismo con otras religiones de “importación” como son los evangélicos, los islamistas, los Testigos de Jeová o cualquiera otra de las miles de creencias que existen en el mundo. De todos es conocido el trato que se le dispensó a la Iglesia Católica en tiempos de la II República y la Guerra Civil, algo que ya había tenido precedentes en el levantamiento socialista de octubre de 1.934 en Asturias, Barcelona y otros puntos de España y, anteriormente, en la Semana Trágica de Barcelona de 1909, donde ardieron más de 80 iglesias y centros religiosos. Ni la llegada de la democracia, con gobiernos democráticos y una nueva Constitución, la de 1.978, en la que se promulga al Estado español como aconfesional (no laico como se empeñan algunos en calificarlo) y, consiguientemente, una nación en la que existe libertad de culto y posibilidades de que cada ciudadano, según su credo religioso, pueda practicar libremente y con la protección del Estado el culto al que esté adscrito, mientras ello no constituya una infracción de la legislación vigente.

Resulta sorprendente que este Estado democrático, en según que aspectos resulte no serlo tanto y, evidentemente, con una cierta tendencia a aplicar a los católicos y su Iglesia una distinta vara de medir que a otras instituciones religiosas o  colectivos a los que se les ha permitido expresarse y manifestarse con entera libertad aunque ello haya podido molestar o afectar a un importante sector de la población española. No sólo se ha permitido, sino que se ha fomentado por el Gobierno central, que por determinados grupos extremistas, antisistema y radicales se haya iniciado una campaña de acoso, insultos, descalificaciones, mofas y calumnias contra de la religión católica y sus ministros; que se ha llevado a cabo, con perfecta impunidad, en televisiones, radios, obras teatrales, películas y publicaciones; en las que se han puesto de manifiesto el odio, el rencor y las intenciones perversas de estos grupos que parece que tienen, como único objetivo, el erradicar de España el catolicismo aunque ello signifique olvidarse de nuestras raíces, nuestra cultura y del derecho de cada español a pensar y practicar, con entera libertad, sus creencias religiosas.

Dentro de unos días, como hace unos meses ocurrió en Catalunya con motivo de la consagración de la basílica de la Sagrada Familia, nos visitará SS. el Papa Benedicto XVI. Van a visitarnos, para asistir a la magna concentración de las juventudes católicas, JMJ, cientos de miles de jóvenes de distintas nacionalidades y de todos los continentes, con la única finalidad que ver al Papa, unirse en oración con él y aprender de sus palabras.  Sin embargo, existen colectivos en nuestro país que no pueden consentir que, miles o millones de católicos den públicamente fe de sus creencias; porque ellos se ven incapaces de creer en algo, de contemplar sin sentir irritación, como jóvenes sanos y creyentes se alegran, se sienten hermanados y fortalecidos en su fe, al poder asistir, en Madrid, a los actos presididos por Benedicto XVI; su bajeza moral llega a extremos tan absurdos como son los de pretender impedir que las pacíficas concentraciones de la juventud católica puedan discurrir en paz; lo que les ha impulsado a organizar sus propias concentraciones sin otro objeto que enturbiar la visita papal.

No contentos con ello y previendo que sus concentraciones no podrán igualar ni siquiera ensombrecer los actos oficiales presididos por SS el Papa, han pretendido, con la colaboración de estos levantiscos e insubordinados miembros del 15M, hacer causa común y acercarse lo máximo posible a los lugares previstos para la gran concentración católica con el ánimo de interferir cuanto puedan y molestar, con sus gritos y amenazas, el normal discurrir de los actos litúrgicos previstos. Como no podía faltar, todos los grupos de esos nuevos “intocables” surgidos de las complaciente leyes socialistas que han favorecido la salida de los armarios (¡nunca pensamos que pudiera haber tantos y tan concurridos!) de tantas personas – estos mismos que nos castigan cada año con sus horteradas, provocaciones, pintarrajeadas, actitudes obscenas, vestimentas escasas y lenguaje procaz y desmedido, con la ocupación de las calles de Madrid y Barcelona; a los que hay que respetar y cederles el paso – que acogieron con gran algaraza la publicación de la ley de ampliación del aborto, como la liberación de la mujer para poder entregarse al libertinaje y a la depravación, que la han llevado a perder su dignidad humana, quedando reducida al mismo nivel de las bestias.

Pero no importa, ellos buscan en la democracia lo que les conviene de ella pero, no obstante, desprecian todo aquello que les incomoda y así, no se han arrugado cuando se les ha ocurrido, en el colmo de la desfachatez, pedirle a la Fiscalía que “vigile” los discursos de Benedicto XVI, por si acaso al Papa “se le ocurriera hablar sobre el aborto o en contra de los gay y lesbianas” ¡Ah, caramba! ¿De modo que el Papa no puede hablar de lo que le parezca?? Veamos si nos aclaramos, ignorantes. En España existe la libertad de expresión para todos los que habiten en este país y para los que nos visiten. Lo que les sucede a este hatajo de intolerantes, es que confunden el deber de los españoles (no del Papa) de cumplir las leyes por las que nos regimos y de respetarlas con el hecho de estar obligados a compartirlas y, mucho menos, comulgar con ellas; estando en nuestro derecho de emitir nuestra opinión sobre ellas, aunque sea contraria. El TC ya ha aclarado, muchas veces, este tema, incluso, hace pocos días, se pronunció dando la razón a unos que mantenían ideas nazis que, naturalmente, no es lo mismo que practicarlas. Lo malo es que, el sub-delegado del Gobierno, en Madrid, no parece estar por la labor de enfrentarse a ellos y, es probable, que acabe cediendo a sus requerimientos. Una más de las boutades de este Gobierno. Al menos esto opino yo.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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