Bernad Show, el gran escritor irlandés, ganador del Nóbel de 1925, se caracterizaba por su fina agudeza y por lo atinado de sus sentencias. Así, cuando nos queremos referir a los sacrificios o a la abnegación, podemos recoger aquella frase suya, expresada en su obra “ Maximes for revolutionists”, en la que decía: “El sacrificio propio nos deja en disposición de sacrificar a los demás sin sonrojarnos”. No descubrimos ningún secreto el afirmar que el carácter español, esencialmente latino, no tiene nada que ver ni se parece en absoluto al de los habitantes del norte de Europa. Sin duda tenemos cualidades que nos distinguen de nuestros colegas alemanes, holandeses o suecos, como pudieran ser el ser mas solidarios con los necesitados, cuando alguien es capaz de tocarnos la fibra sensible; somos abiertos y hospitalarios con quienes nos visitan, amamos nuestras costumbres y, en un momento determinado, cuando nos enfurecemos o se nos agota la paciencia, hemos sabido enseñar a quienes han pretendido sojuzgarnos que no somos fáciles de doblegar y sabemos luchar en defensa de nuestros hogares y de nuestras familias. No obstante, no podemos obviar que tenemos una serie de vicios o defectos que, en muchas ocasiones, nos han puesto a nuestro país en trance de desaparición. Hemos malgastado riquezas de la manera más absurda, y hemos dilapidado, por envidia, odio, revancha o, simplemente, por desidia un caudal de talento que ha quedado desaprovechado perdido en peleas, rencillas, guerras, revoluciones o masacres, de las que no hemos sabido sacar el escarmiento para que no se repitan.
Somos propicios a acostumbrarnos a la buena vida, al ocio, al dolce far niente o a la bona vitta, como dirían los italianos –un pueblo al que le debemos nuestra cultura y al que nos parecemos como dos gotas de agua –. Por ello, siempre que se ha pretendido apartarnos de nuestras habituales costumbres, nuestros hábitos laborales o nuestros conceptos de cómo se debe vivir la vida, hemos saltado como un muelle para rebelarnos contra quienes han tenido la osadía de proponernos el cambio. Las últimas encuestas llevadas a cabo por las agencias especializadas en medir las opiniones ciudadanas, han dado resultados sorprendentes. Cuando, a la juventud española, se le ha preguntado cuál sería su trabajo favorito o sus aspiraciones de futuro, en un gran porcentaje se ha decantado por ser funcionarios. No por ser unos grandes científicos o matemáticos o médicos ni, tan siquiera, han acudido al socorrido recurso de estudiar leyes. Quieren ser funcionarios, sin importarles, ni poco ni mucho, que sus salarios fueren modestos; a cambio de disponer de mucho tiempo para el ocio y de gozar de un puesto seguro para toda la vida. Una especie de ley del mínimo esfuerzo y el máximo goce de la vida; vamos, algo así, como un paraíso terrenal. Lo malo es que, desgraciadamente, no estamos en el cielo, sino que hemos sido condenados al trabajo, a los dolores, al esfuerzo para sobrevivir y, cualquier esperanza basada en una vida contemplativa sin problemas, no es más que una utopía que no conduce otra cosa que al desastre.
Resulta infantil pensar que personas capaces de razonar, formadas y con estudios o que desean conseguir un mundo más justo; quieran conseguir sus objetivos destruyendo una civilización construida a base del sacrificios, el sudor, el esfuerzo y los sacrificios de muchos miles de millones de personas que se tuvieron que esforzar para darle a la humanidad los inventos, los adelantos, las comodidades, los medicamentos y las técnicas que han colaborado a que no estemos viviendo todavía en la época de los neardenthales o los cromagnones. Debo reconocerlo, sin ambages, tengo envidia, siento mucha envidia de aquellos ciudadanos teutones que, después de una feroz guerra en la que sus ciudades fuero aniquiladas, su industria destruida y sus hogares destruidos por las bombas y la venganza de los vencedores; fueron capaces de, bajo gobernantes como Conrad Adenauer, levantar de las cenizas a una nación, caída y desmoralizada, elevarla ( trabajando de gratis para la nación) a la categoría de nación de primer orden, hasta convertirla, de nuevo, en la nación más poderosa de Europa.
En España, no obstante, hemos preferido refocilarnos en un pasado, en ocasiones nada edificante, lamentarnos de haber caído tan bajo y conformarnos con quedar reducidos a la categoría de los “intocables” de la India; cuando, apenas hace siete años, gozábamos de la admiración, el respeto y la sana envidia de la mayoría de países europeos. En lugar de afrontar los retos de la crisis trabajando más, poniendo más esfuerzo en superar las dificultades, colocando cada uno el grano de arena que precisaba la nación para salir de sus dificultades; hemos preferido resignarnos; aceptar con filosofía relativista y un tanto masoquista, convertir el desempleo en ocio de cafetería o bar de chupitos y esperar, mirando hacia el horizonte, a ver si escampa por sí solo. Desde el gobierno socialista del señor Zapatero hasta el último ciudadano español, con las honrosas excepciones que confirman la regla, en España se adoptó por las subvenciones, la endogamia política, el apoyo a los amiguetes, la chulería de los seudo intelectuales, el despilfarro de las administraciones y el victimismo habitual, con el que se pretende atribuir todos nuestros males a los efectos de los otros países, a las agencias de rating y al “malvado” sistema capitalista; sin que nadie haya hecho un examen de conciencia, para averiguar la parte de culpa que cada uno tenemos en el hecho de que, España, haya llegado e la desairada situación en la que nos encontramos en la actualidad.
Por esto ha sido que me he referido a este hecho cierto, a este temor de nuestros gobernantes que, después de haber mantenida engañada a la ciudadanía ahora se las ven y se las desean para hacer comprender, a los españoles, que no va a quedar otro remedio que aceptar que han llegado las vacas flacas y, en consecuencia, que es preciso que se apliquen medidas muy duras, muy desagradables y que, seguramente, van a hacer que vivamos peor, que debamos prescindir de lo superfluo y conformarnos con una calidad de vida más modesta y adecuada a nuestras posibilidades. Sin trabajo, estudio, esfuerzo y sacrificio es imposible que nuestra patria pueda superar el bache, en el bien entendido de que, probablemente, ni esta generación ni la siguiente van a poder gozar de un bienestar parecido al que tuvimos durante el gobierno del señor Aznar. Evidentemente, si lo que pretende el señor Zapatero o el señor Rubalcaba, es darnos otra ración de lo mismo; si piensan que manteniendo sus sueldos, aumentando los cargos políticos, enriqueciéndose a costa de la penuria de los demás, siguiendo esta política de despilfarro institucional, favoreciendo los intentos revolucionarios o negándose a aceptar la realidad para perpetuarse en el poder; entonces señores, va a ser muy difícil que logremos salir de este infernal laberinto en el que nos han metido.
O nos percatamos de que todos, ricos y pobres, vamos a tener que hacer un esfuerzo ímprobo para intentar la recuperación de nuestra nación; y pensemos que, engañándonos y dejándonos engañar, solventaremos nuestras carencias, no tendremos salida posible a esa situación que requiere que seamos conscientes de la evidencia y trabajemos para asimilarla, poniendo de nuestra parte lo necesario para superarla. En caso contrario, lo siento, pero veo un porvenir poco halagüeño. Si alguien espera que estas autonomías, arrasadas por los socialistas, vayan a poder seguir despilfarrando los dineros de los ciudadanos, endeudándose indefinidamente, sin variar el enfoque de su política para solventar el problema de tanto desgobierno, creo que está cometiendo un error garrafal. Esta es, señores, mi forma de ver el futuro de España.
Miguel Massanet Bosch