El gran periodista y novelista español del pasado siglo, don Manuel Pombo Angulo, se refería a la paradoja, en su obra “Valle sombrío”, con las siguientes palabras: “La paradoja es el recurso de los que no pueden ser morales”. Sin duda lo más paradójico que hoy en día se da en esta España, a la que ya, don Francisco Silvela, el Presidente del Consejo de Ministros durante la regencia de doña María Cristina de Habsburgo-Lorena, definió como “un país sin pulso”; es que, las contradicciones de sus políticos se han convertido en algo tan habitual que se puede decir que ya nos hemos acostumbrado a ellas, hasta el punto de considerarlas como algo inherente a esta profesión.
Nadie se extraña cuando, el señor Rubalcaba, hace 14 meses se burlaba y hacía befa del señor Rajoy, porque había propuesto que se restableciera la antigua ley de Estabilidad Financiera, promulgada por el PP y derogada por los socialistas cuando se hicieron con el poder; modificando la Constitución para que, ningún partido, en lo sucesivo pudiera implantar por su cuenta, según sus intereses electorales, topes de gastos que pudieran, como es el caso que se da en la España de las autonomías actualmente, cuando una gran parte de ellas se han endeudado, de tal manera, que han conseguido que, fuera de nuestro país, nadie se fíe de nosotros. La idea del señor Rajoy, que tanta risa le daba al señor Rubalcaba, no era otra que la que, recientemente, nos la ha propuesto otro de los que se tomaron a broma al presidente del PP, el señor Zapatero, consistentes en que sea la Constitución la que marque el tope máximo del gasto.
Sin embargo, no han acabado aquí las paradojas del ex ministro de Interior que, percatándose de que había metido la pata hasta el corvejón, se inventó una excusa pueril cuando declaró que, el señor Zapatero, cuando le comento el acuerdo con el señor Rajoy y le explicó los motivos, ¡le había convencido!. No le debió de convencer tanto cuando, apenas 24 horas más tarde, consciente del revuelo que la noticia de la brusca revisión de la Carta Magna, había despertado en su partido y las voces disonantes que, muchos de las personalidades del PSOE, estaban expresando, ante un acuerdo que, evidentemente, pondría freno a todos los despilfarros, arreglos, bufonadas y componendas habituales dentro de las filas de su partido; ha creído que ello podía al descubierto, de alguna manera, el evidente fiasco que ha supuesto, para sus aspiraciones a la Moncloa, el hecho de tener que tragarse el sapo de sus descalificaciones a la propuesta del señor Rajoy y, por ello, ha vuelto a incurrir en una nueva contradicción, haciendo honor a su proverbial fama de enredador, manipulador, tergiversador e intrigante, intentando una nueva de sus conocidas artimañas.
Ahora, pretende suplir a ZP en la redacción de la propuesta que se ha de presentar en el Parlamento y el Senado, con la intención de vaciar de contenido el poder que se le quiere dar a la Constitución de establecer un tope máximo respecto a los gastos de las comunidades y el Estado, de modo que, la estabilidad presupuestaria, se convierta en una obligación constitucional. Pretende, el ingenioso Rubalcaba, imitar al Conde de Romanones, al que se le atribuye aquella sentenciosa frase:“dejad que ellos hagan la Leyes y dejadme a mi los Reglamentos”, en clara referencia al autentico poder que otorga al Gobierno la potestad reglamentaria; sólo que, en esta ocasión, no se trata de manipular un Reglamento, sino que lo que pretende nuestro Rasputín nacional, es dársela con queso al BCE ( el que, con toda seguridad, ha obligado a ZP a tomar la decisión) y a los máximos dirigentes de la CE, señores Merkel y Zarkozy, intentando colarles, de matute, una modificación de la Constitución que, en realidad, se limite a aparentarlo; de modo que las, excepciones a su cumplimiento, sean de tal fuste e importancia que consigan convertir la norma en una mera cláusula testimonial.
Lo que le ocurre al señor Rubalcaba es que, cuando ha tenido que aparecer públicamente y se le ha sacado de las lúgubres catacumbas del secretismo, las intrigas ocultas, las negociaciones encubiertas y los vericuetos del CIS; ha quedado convertido en una persona previsible, transparente, de ideas cortas y ocurrencias más bien carentes de la chispa que se le venía atribuyendo. Debo reconocer que me ha defraudado. Es obvio y no creo que nadie lo pueda dudar, que el nuevo ministro de Interior, señor Camacho, no es más que un cabeza de turco encargado de llevar a cabo las instrucciones, las órdenes y las trapisondas de su verdadero jefe, el señor Rubalcaba que, solo nominalmente, ha dejado de ocupar su puesto en Interior, para aparentar que sólo se ocupa de su carrera electoral. Dicho esto, estos días hemos tenido ocasión de comprobar, una vez más, las paradojas del antiguo vicepresidente, si observamos como, primero, cuando los del famoso 15 M aparecieron, sorprendentemente, unos pocos días antes de las elecciones del 22M ( muy oportunos para los socialistas), inmediatamente se apercibió del beneficio que podía sacar de aquella coyuntura y cursó órdenes a la policía para que se abstuviera de actuar, que no los molestasen y que permitiera, incumpliendo con ello la Ley Electoral, que durante la “jornada de reflexión” los indignados se dedicaran a intentar sabotear, todo lo que pudieron, la pacífica celebración de los comicios.
¡Qué gran diferencia, señores, con la energía, la prontitud, la desproporcionada y desmoralizante actitud del Ministerio del Interior, ante las “acusaciones”, evidentemente manipuladas, magnificadas, desproporcionadas y arteras de los famosos Indignados –¡qué cambio señores, qué vuelco y qué procedimientos los utilizados, hoy en día, por aquellos “pacíficos ciudadanos” los llamados “Indignados” que “sólo pedían trabajo y ayudas”; convertidos, actualmente, en verdaderas mafias urbanas, ocupando las calles a su antojo, acosando a pacíficos ciudadanos, amenazando a las fuerzas del orden y enviando notas por Internet incitando a averiguar los domicilios de los policías y ofreciéndose a matarlos – Si señores, el señor Rubalcaba no podía consentir que una de sus principales bazas, con la que cuenta para preparar los alborotos callejeros previos a los próximos comicios –¿recuerdan ustedes cuando, en las elecciones del marzo del 2004, las juventudes socialistas atacaban las sedes del PP y acosaban a sus votantes?–, por culpa de una actuación perfectamente legal y justificada de la policía y la Guardia Civil se le malograra ¡De ninguna manera!
Tenía que darle carne a la bestia, fomentar los alborotos callejeros, dar ánimos e impulsar a un movimiento que sabe que puede convertirse en un gran problema para un futuro gobierno, si se le deja crecer y se le permite actuar impunemente, atemorizando a la población, perjudicando a los comerciantes e impidiendo el normal desenvolvimiento de la vida ciudadana. De paso, ha conseguido desmoralizar a la policía, exasperar a sus mandos, confundir a quienes se ven involucrados en las algaradas callejeras, inquietos ante el hecho de que, quienes tienen las de ganar son precisamente aquellos causantes de los disturbios. ¡No, señores, esto no debemos permitirlo ni dejar que se convierta en una práctica habitual de los políticos socialistas!, empeñados en dejar a sus sucesores una España irrecuperable, entregada a las hordas comunistas y al caos callejero; manteniendo a las fuerzas del orden sujetas, convertidas en meros pim-pam-pum para soportar los insultos, los desplantes, las agresiones y las trampas de aquellos que actúan con la certeza de que no les va a ocurrir nada. Nuestras fuerzas del orden, no se lo merecen ni España tampoco. Al menos, señores, esta es mi opinión al respecto.
Miguel Massanet Bosch