Es posible que, en España, se haya perdido, entre tantos otros valores que han dejado de ser tomados en cuenta por los españoles, el del respeto por la vida de los demás. Que nadie me interprete mal ni saque falsas conclusiones; no quiero decir que la gente se pasee por las calles matándose los unos a los otros, no, no señores, no se trata de esto; sin embargo, sí está proliferando entre algunos sectores más “avanzados” o “progresistas” de la ciudadanía, determinadas doctrinas, algunos hábitos o ciertas interpretaciones de lo que son la moral y la ética, que han llegado a imbuir en las conciencias de algunos españoles que los llamados “derechos o libertades de las personas” pudieran estar por encima del derecho a la vida de otros seres humanos que, por desgracia para ellos, dependen de personas que se quieren erigir en “jueces supremos” para decidir si pueden vivir o deben morir, según sea su humor, sus intereses, su propio criterio o sus caprichos.
Todos sabemos los cambios fundamentales que, gracias a dos legislaturas socialistas, ha experimentado nuestra sociedad, tanto en el aspecto religioso como en las costumbres o los valores éticos o morales, que han comportado importantes reformas en la legislación, tanto civil como penal, que han hecho que, una parte importante de nuestra ciudadanía haya experimentado un cambio radical en sus formas de vida, en su interpretación del límite de sus derechos o libertades y en el concepto que se tiene de lo que es el bien y el mal. Es decir, se ha pasado de una filosofía cristiana de la vida a un eclecticismo en el que se han mezclado, en un melting-pot peligroso, una nueva filosofía relativista del concepto del bien y el mal, con el egoísmo innato en todo ser humano junto a una concepción materialista de la existencia; propensa a reducir los fines de la vida a un sentimiento hedonista de la existencia.
Lo cierto es que hemos pasado del delito del aborto a una legislación sumamente permisiva con este tipo de crimen hasta que, por fin, y bajo la etapa de la ministra de Igualdad, señora Bibiana Aído ( es increíble que en una chica tan joven se pudieran albergar ideas tan absurdas, irresponsables y sectarias); en la que se llegó al colmo del absurdo cuando, por primera vez en la democracia, un delito, por arte de la más pura y dura insensatez de un feminismo radical mal entendido, se transformó en un derecho ratificado por una Ley que, ¡vayan ustedes a saber por qué tipo de locura colectiva, fue aprobada en las Cortes con el apoyo de partidos que se han declarado, alguna vez, como demócrata-cristianos! Sabemos que está recurrida ante el TC, por atentar abiertamente contra el precepto que garantiza, como un derecho fundamental, el derecho a la vida. Claro que, el Alto tribunal, no tiene prisa y ha tenido asuntos “más urgentes” que solventar, que aquel que, cada día que pasa sin resolver, puede costarles la vida a miles de niños en gestación.
Nunca nos cansaremos de reprochar a un tribunal encargado de velar para que la Constitución sea cumplida, su politización, el que no esté formado íntegramente por magistrados de la carrera judicial y que no se limite a interpretar la Carta Magna según se desprende de su propio texto, de la hermenéutica de lo que está escrito en él, dejándose de elucubraciones de propia cosecha y sectarismos políticos, que tanto daño han venido causando a España; el último con la legalización, contra todo pronóstico y sobrepasándose en sus funciones, del apéndice de ETA en el país vasco, este infumable partido abertzale, BILDU que, en el poco tiempo que viene gozando de sus prerrogativas municipales, ya ha dado muestras suficientes de su talante etarra sin que parezca que, a don Pascual Sala y a sus cinco compañero progresistas, les influya en lo más mínimo en cuanto arrepentirse del grave error que cometieron, legalizándola.
Sin embargo, resulta curioso la doble vara de medir de esta izquierda que no duda en levantar su voz contra el hambre en los países pobres, que causa la muerte de miles de niños o contra la miseria de otros países que , por cierto, están sojuzgados por dictadores que se consideran de izquierdas ( Cuba, Venezuela, Bolivia etc.); reclamando, con razón, contra las matanzas perpetradas en algunas naciones actualmente en plena efervescencia revolucionaria, propugnando la intervención de la ONU y, si es preciso, para que se manden tropas que eviten las matanzas y, no obstante, se muestran tan ajenos a sucesos que, como está ocurriendo actualmente en la Siria de El Asad, parece que nadie se entera de ellos, nadie se manifiesta ante sus embajadas y nadie se rasga las vestiduras; lo mismo que ha ocurrido en algunos países africanos, como Somalia, en guerra perpetua; algo así como si algunos muertos no importaran y otros, por el contrario, mereciesen todo el apoyo de los llamados “progresistas”, “Indignados” o, simplemente “antisistema”. Una actitud que deja al descubierto la hipocresía que se esconde en estos apóstoles de la “justicia” o “defensores de los oprimidos”
Estos que se quejan del sistema capitalista y que abogan por la plena igualdad; estos vagos que no tienen otra cosa que hacer que molestar a los ciudadanos, ensuciar las calles y agredir a las personas de bien que pretenden circular libremente, sin que nadie les prive de sus libertades; no parecen darse cuenta de que, gracias a las nuevas leyes que, presuntamente, apoyan los derechos de los niños y los jóvenes, las familias han dejado de poder educar a sus hijos, de influir en sus actos y de castigarlos cuando hacen algo mal. El extremo al que se ha llegado con las nuevas normas, impide a un padre que le pueda dar una bofetada a su hijo cuando se lo merezca porque acaba en la cárcel; un padre que quiere que su hijo regrese a una hora prudencial a su casa no tiene facultad para obligarle a hacerlo y puede dar gracia a Dios si el “vástago”, en cuestión, no le presenta una denuncia por agresión verbal. De ahí que, una parte importante de los jóvenes se hagan hombres pensando que todo les está permitido, que un feto no es “un ser humano”, como dijo la señora Aído o que se puede “hacer el amor” libremente, sin responsabilizarse de sus consecuencias, como si, un sentimiento tan importante se redujera al acto animal de la cópula. La familia, no es más que un estorbo y los que saben lo que les conviene – naturalmente lo que mejor les cuadra a su inconsciencia – son ellos mismos. Su deseo se convierte en un derecho absoluto (el libertinaje) que, nada tiene que ver con el de los demás. Esfuerzo, sacrificio, estudio, ambición y trabajo son palabras que ya han sido desterradas del limitado diccionario de estos vividores.
Nadie se debe, pues, llamarse a engaño cuando observamos que, cada día, abundan más las agresiones a las mujeres, que los asesinatos horrorosos de niños y, aún más, de recién nacidos, simplemente porque lloran o representan un estorbo para el padre y la madre, que prefieren no estar atados a la obligación de cuidarlos; que los abortos los contamos por cientos de miles anuales (cuando hay tantas parejas que tienen que ir a China para conseguir adoptar a un crío); que la falta de información, la despreocupación o el dejarse llevar por los instintos, impulsan a muchas jóvenes a abortar sólo pensando que no van a tener fuerzas para cuidar de su hijo, sabedoras de que la ley las apoya, incluso en el caso de que sus padres se opongan a tal asesinato. Ahora ya se vuelve a hablar de la eutanasia, que quedará en manos del médico y no del juez. Otra matanza se avecina, esta vez no será los niños ahora se trata de los ancianos, que estorban en sus casas. Si, señores, esto es lo que pienso que nos espera si Dios no lo remedia.
Miguel Massanet Bosch