(Publicado en El Observador Inocente, aquí)
“…el mecanismo de las elecciones y la representatividad es la única que garantiza consensos sociales y construye mayorías constatables…”
“…dejar en el aire el cumplimiento de las leyes en pos de cierta “voluntad popular” encarnada por unos cuantos miles de ciudadanos reunidos en plazas es confundir sociedad civil con minoría ideologizada…”
“… ¿cuántas personas son necesarias en una manifestación para cambiar las leyes de un país?, ¿y todas ellas estarán de acuerdo con esos cambios?…”
El autor del ensayo “Indignaos”, Stéphan Hessel, inspirador del movimiento del 15-M ha hecho unas declaraciones apostando por un nuevo tipo de democracia desvinculada de las oligarquías, y de igual forma ha comentado que hay que dividir entre legalidad y legitimidad, y que la segunda está por encima de la primera, con lo que el “pueblo” estaría en su derecho de no acatar leyes ilegítimas…
Estoy de acuerdo en el análisis que hace de algunas de las causas de la desafección ciudadana hacia la política, en concreto al peligroso compadreo que han estado practicando los gobernantes con las oligarquías transnacionales, a la impotencia de los estados delante de esas organizaciones, a la utilización partidista de los recursos públicos, a la lejanía social de los políticos en general, e incluso a la necesidad de reformar la democracia para afrontar los retos del futuro.
Ahora bien, a mi entender, estamos entrando en una peligrosa dinámica al denostar la democracia representativa y liberal, digo esto porque el mecanismo de las elecciones y la representatividad es la única que garantiza consensos sociales y construye mayorías constatables, porque la legitimidad de las leyes radica en la soberanía popular y dejar en el aire el cumplimiento de las leyes en pos de cierta “voluntad popular” encarnada por unos cuantos miles de ciudadanos reunidos en plazas es confundir sociedad civil con minoría ideologizada, y este es un de los mayores peligros que corre la democracia misma, porque estaríamos corrompiendo una de las esencias de la democracia e iríamos de cabeza hacia una supuesta democracia participativa en plazas públicas reales o virtuales en las que solo participarían aquellos previamente convencidos…sería el gobierno de la minoría frente a una mayoría silenciosa.
Es cierto que en democracia aparece una paradoja difícil de entender, y es que existe una tremenda distancia entre las propuestas de los partidos en campaña electoral respecto de las decisiones políticas tomadas en el gobierno, pues bien, esto que resulta chocante es el verdadero espíritu de la democracia: el consenso en el que una mayoría gobierna con respeto a las minorías, el problema radica en el mensaje maximalista de los partidos, no en la dinámica consensuada de gobierno, y esto debería calar en la cultura política de la sociedad, porque sino aparecerán voces reclamando democracias de inspiración ateniense sin saber las circunstancias de aquellos tiempos y la deriva imperialista que supuso esa estructura.
Cabría preguntarse ¿cuántas personas son necesarias en una manifestación para cambiar las leyes de un país?, ¿y todas ellas estarán de acuerdo con esos cambios?, ¿o solo siguen las consignas de alguna ideología trasnochada que ha visto la crisis y la desafección política como la oportunidad de medrar en el descontento social?, si se convoca una asamblea en la que participan 100.000 personas pero la población total es de 1.000.000 ¿son legítimas sus decisiones?, ¿alguien se ha parado a sopesar hasta qué punto son manipulables las asambleas, ya sea por la presión ambiental o simplemente violenta?, quizás alguien debería recordarnos cómo eran las votaciones en la República Romana, y se nos quitarían las ganas de democracia directa y asamblearia.
José Rosiñol Lorenzo