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Sarkozy y Cámeron, los héroes del desastre libio (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el septiembre 21, 2011 por admin6567
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Es posible que la situación económica de Europa y, en  particular, los problemas lacerantes existentes en nuestro país, no nos permitan dedicar la atención hacia lo que está ocurriendo en el resto del mundo y, particularmente, en lo que está sucediendo en el norte de África y parte de Oriente Medio. Tampoco descartaríamos que, por parte de nuestros gobernantes, haya una postura más bien retraída respecto a facilitar demasiada información de nuestra intervención en el conflicto con Libia; siendo probable que, a nuestra ministra de Defensa, le resultaría incómodo hablarnos del papel de nuestras fuerzas armadas en el conflicto de Libia, y del elevado coste económico que ello representa para un país endeudado hasta la coronilla. Y es que, el mantener en acción un aparato de guerra, que muchos entendemos desproporcionado, resulta excesivamente gravoso para el país que soporta un paro de casi 5 millones de euros.

Porque, aquí podríamos aplicar el famoso aforismo latino ¿Qui prodest?, si es que queremos buscar la explicación razonable al gran entusiasmo de los señores Sarkozy y Cameron, por iniciar una acción armada en contra del dictador Muamar el Gadafi, cuando la verdad es que, este señor, llevaba ya 42 años al frente de su país, Libia, cometiendo toda clase de desmanes internos y contra las naciones occidentales, sin que nadie, salvo EE.UU, que ordenó bombardear el palacio del dictador, se hubiera preocupado, ni poco ni mucho, de lo que les estaba pasando a los libaneses. Sin duda, a cualquier persona que quiera ver más allá de las sobadas explicaciones oficiales y sea reticente ante los acuerdos excesivamente politizados tomados por la ONU; le puede llamar la atención la repentina furia bélica que les entró a ingleses y franceses, para atacar a sangre y fuego a aquel que, sólo unos meses antes, había sido recibido con todo los honores en Europa y, en este saco, meto también a Italia (su tradicional amigo y beneficiario), sin que, España, fuera una excepción, puesto que, en el 2007, fue el propio Rey, don Juan Carlos I, quien recibió en el aeropuerto, con todo boato, al, hoy denostado y odiado, líder libanés.

La explicación, probablemente, la encontremos en una sola palabra “petróleo”. Observen la paradoja de que, en otros países del norte del continente africano y Oriente Medio, se han producido rebeliones semejantes, en contra de sus respectivos dictadores, tan absolutistas y totalitarios como el señor Gadafi y, sin embargo, dense cuenta de la lentitud, prosapia y desgana con la que se están moviendo y actuando, estos mismos países que, con tanto ánimo y premura, quisieron intervenir militarmente en Libia. Es evidente que, quien colaboró activamente (nadie se puede creer que fuera una simple incitación a través de las redes sociales) tenía, entre ceja y ceja, otro objetivo menos altruista y más materialista, cuando prendió la mecha de los movimientos de protesta, primero de Túnez y luego de Egipto que luego fueron propagándose por Libia, Yemen y Siria, con parecidos proyectos y desiguales resultados. Resulta curioso el planteamiento de esta cadena de revoluciones, fundadas en el totalitarismo, la impunidad y las vejaciones sufridas por los ciudadanos de cada una de ellas; y la apatía que durante años han mostrado ante una situación tan intolerable, tanto los propios revolucionarios como los países que les han declarado la guerra. ¿Gadafi era bueno antes y ahora no?

Es evidente que la resolución de la ONU, que autorizaba una intervención militar, limitada a impedir que las tropas del coronel Gadafi “masacrara” a los rebeldes que se levantaron contra él; no ha sido tenida en cuenta o se aplicado sesgadamente en cuanto a lo que debiera haber sido su correcta interpretación. La aviación de la coalición, que ha intervenido militarmente contra Libia, ha actuado excediéndose en sus competencias cuando han atacado objetivos militares terrestres y ciudades en las que han causado abundantes víctimas entre su población civil. Es evidente que los rebeldes, arrinconados en la frontera de Egipto o los que huían a través de la de Túnez, no estaban en condiciones para reaccionar en contra de las tropas de Gadafi si no hubiera sido que se les facilitó armamento pesado y se les dio asistencia militar por parte de los países intervinientes. Alemania ya de un principio se apercibió de la jugada de Francia e Inglaterra y se abstuvo, inteligentemente, de sumarse a los ataques. EE.UU. amagó pero, casi en el acto, se retiraron; dejando que la OTAN cargara con el mochuelo. España, bien, hizo lo que no debía y, el quijotismo de nuestros gobernantes y su subordinación al señor Sarkozy que, por aquel entonces, aparentaba estar del lado de Zapatero, cometió, de la mano de nuestro Presidente y de la señora Chacón, el gravísimo error de involucrarse en una cuestión  que no le competía y que, en realidad, a los que favorecía era a sus dos compañeros de armas. Italia escurrió el bulto e intentó, hasta el último momento, llegar a acuerdos que la beneficiaran con el régimen libio.

Se sigue luchando en Libia, la derrota de Gadafi ha sido más dificultosa de lo que se pensaba y, en estos momentos, su aniquilación todavía no ha sido confirmada y se resiste en algunas de las ciudades adictas al coronel. Los presuntos “vencedores” son un ejército de pacotilla, sin disciplina, sin verdaderos profesionales que los conduzcan y sin otra aparente intención que vengarse de los que no los apoyaron. Sus dirigentes políticos, tres, pertenecen a distintas tribus que, seguramente, tienen un concepto muy distinto de lo que se entiende por democracia y, por encima de todo este panorama caótico, surge la amenaza de un estado regido por la “saría” musulmana; algo que parece que se está extendiendo por todos los países afectados por la revolución en los que, “los hermanos musulmanes”, permanecen vigilantes esperando la ocasión de entrar en acción y hacerse cargo del botín que, ingenuamente, les han brindado quienes, ilusamente, luchaban soñando con un régimen democrático. Lo cierto es que, lo que han conseguido todos estos que se han levantado en contra de las tiranías, ha sido crear un estado de verdadera anarquía, con unos gobernantes que se ven incapaces de contener a las masas y con las dificultades propias de los levantamientos desorganizados y regidos por los habituales activistas e improvisados líderes que, en cuando se acaba la revuelta, son incapaces de poner en práctica los difíciles mecanismos de garantizar la paz.

Y, he aquí, los resultados. Los señores Sarkozy y Cameron, como si el uno no se fiase del otro, acudieron juntos a Trípoli, para que nadie se les pudiera adelantar en la toma de posiciones, para conseguir, del mismo gobierno provisional, los sustanciosos contratos de suministro de petróleo y de instalación de compañías de ambas naciones para “ayudar” a los nativos a administrar las enormes riquezas petrolíferas de Libia. ¡Tonto el último! Y, como siempre, el tercero en discordia, España, se ha tenido que conformar con la pedrea, el dudoso honor de haber contribuido a destruir media nación Libia, sin que, ni siquiera, hayan echado una sola bomba. ¡Dios sabe lo que van a tardar en reponerse de una guerra tan cruenta!, en la que, so excusa de salvar a algunos de ser eliminados por Gadafi, han muerto miles de personas  luchando en una guerra fratricida de la que, como suele ocurrir, los pobres y miserables van a seguir siéndolo, sólo que ahora, en lugar de estar bajo una tiranía, van a estar bajo un democracia que, para el caso, es lo mismo si, como hemos podido comprobar en España, los que la dirigen no tienen la capacidad para hacerlo o están hipotecados por su propia incompetencia, y deben someterse a las consignas y órdenes de otros países o instituciones, que  son quienes fijan el rumbo a seguir. Quizá esté equivocado pero, esto es lo que pienso.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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