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El gigantismo del Estado o el fracaso de Keynes (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el octubre 3, 2011 por admin6567
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El gran Cicerón decía “La patria es donde se está bien”. Seguramente habrá alguien a quien tan escueta definición le parezca insuficiente, que busque calificativos más altisonantes o que quisiera ampliar los conceptos que deberían acompañar a una cosa tan compleja como es un Estado. Sin embargo, me parece que es una frase muy afortunada que comprende todo lo que una persona puede pedirle a la comunidad en la que le ha tocado vivir y, seguramente, donde acabará sus días. ¿Qué más se puede ambicionar en la vida, una vida que sabemos complicada y llena de problemas y contrariedades, que tenga discurra en un lugar en el que uno se sienta a gusto? Sin embargo, qué difícil es encontrar este sitio paradisíaco en el que podamos decir que nos sentimos bien, que no tenemos quejas, que la convivencia es agradable y en el que nos sentimos protegidos, escuchados y dirigidos con buen tino.

Y es que, a medida que la nación ha ido creciendo en número de habitantes (de 24 millones en los años 40 del pasado siglo, a unos 47 millones de ahora), el Estado, este ente que tanto influye en nuestro bienestar, ha ido adquiriendo un tamaño y una complejidad que, al cabo del tiempo, cuando ya hemos inaugurado el siglo XXI, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se ha convertido en una especie de Cíclope, gigante nombrado en la Odisea de Homero, ser de un solo ojo y de una voracidad con los humanos de muy difícil parangón. Cuando Odisseo (en lengua latina Ulises) y sus compañeros de viaje visitaron la cueva donde moraba, supieron de su crueldad y apetito voraz que no tardó en hacer evidente comiéndose cada día, para el desayuno, a un par de ellos. En efecto, se ha pasado del Estado colaborador, aquel que simplemente se hacía cargo de aquellos problemas que no estaban al alcance de los ciudadanos, por su excesiva complejidad, importancia social o coste, como podrían ser la defensa de la nación, el orden en las urbes, la aplicación de la Justicia, por medio de órganos judiciales independientes; la vigilancia y cuidado de la salud pública; las relaciones internacionales; y la presentación al Congreso de leyes útiles y justas.

No parece que el modelo de Estado que, hoy en día, existe en nuestra nación, se ajuste mucho a aquel modelo idealizado. Al contrario, el Estado, que se manifiesta a través del gobierno de la nación, parece que se ha convertido en un monstruo que se va auto nutriendo de sus propios defectos y excesos; de modo que, para desempeñar sus funciones, cada día que pasa necesita, en una especie de manía megalomaniática, auto alimentarse a costa de los ciudadanos, de modo que: a mayor aparato del Estado, mayores impuestos, más limitaciones de los derechos individuales, más leyes restrictivas; más tasas; más vigilancia y control; más dirigismo político y económico y, por supuesto, más, muchos más, infinitamente más funcionarios que, en verdaderas legiones, van aumentando las plantillas de los organismos públicos hasta ser legión.   En este punto hay que hacerse una pregunta: ¿Es al Estado a quien le corresponde determinar lo que les conviene a los ciudadanos e imponerlo haciendo uso de su omnipotente poder?, o, por el contrario, son los ciudadanos los que, haciendo uso de sus libertades y del mandato que, en todo caso, delegan en sus gobernantes, los que deban fijar, en cada momento y circunstancia, hasta qué punto los poderes públicos se están extralimitando en los poderes que les fueron confiados.

Si la ciudadanía nos dimos una constitución, la de 1978, por medio de un plebiscito en el que, mayoritariamente, aceptamos unas reglas por las que se debía regir la nación, ¿tienen los que nos gobiernan facultades para hacer caso omiso de ella, cuando así conviene a sus intereses partidistas?, evidentemente no, ¿ es posible que, mediante leyes de dudosa constitucionalidad, se pueda puentear la Carta Magna, sin que el TC, un órgano que se ha demostrado estar al servicio del poder, haga el menor gesto ni levante un solo dedo para impedirlo?, o, ¿cómo se puede entender que una nación como la nuestra, indivisible desde el punto de vista constitucional y con un mandato expreso al Ejército para que se ocupe de que se cumpla a rajatabla el principio básico de la unidad nacional?, sin embargo, se permita, se consienta, se haga de mangas capirotes para no intervenir o si se hace, se actúe con excesiva blandura; con aquellos que, sin ocultarse, a cara descubierta, con toda la cara dura y sin ambages, incluso en el Parlamento de la nación, se expresan abiertamente por la secesión de determinadas porciones de España.

¡Qué clase de Estado es éste, que sólo se ocupa de ir engrosando las plantillas de funcionarios, incluso creando sociedades públicas, evidentemente superfluas, para enchufar, apadrinar, pagar favores y favorecer a deudos; aunque con ello se graven las cuentas de gastos del Estado y se obligue a la nación a endeudarse hasta límites que nos han llevado a ser una de las grande preocupaciones de Europa! Mientras, el señor Rubalcaba, sigue empeñado en potenciar, todavía más, la influencia del estado en la vida de los ciudadanos; se dedica a decirnos cómo debemos gastarnos nuestros dineros, y cómo hacer que el Estado intervenga más en la vida privada de los españoles; estamos viendo que el gasto público sigue aumentando y que estos socialistas que ven como se les acaba el chollo, se han dedicado a procurarse enchufes, empleos, suculentos retiros y toda clase de prebendas que, como es natural, van a contribuir, aún más, a aumentar el gasto público y a empobrecer a los que pagamos impuestos.

El gigantismo del Estado amenaza con acabar de colapsar España; el intervencionismo made in Rubalcaba y su empeño en estatalizar la pobreza; no hacen más que contribuir a que, desde fuera, nos vean cada vez peor y que disminuya la confianza en nuestro país cada día que pasa. El “vamos a imponer más impuestos a los ricos” o el “vamos a aumentar los impuestos sobre el tabaco y el alcohol” presentados como la piedra filosofal que va a proporcionar puestos de trabajo seguramente va a tener el efecto contrario como lo tiene todo intento de la Administración de intervenir en la libertad de los particulares para enfocar sus ideas y negocios según su propia inspiración y libertad de empresa; en lugar de enfrentar el problema desde sus raíces. Favorecer a las empresas para que puedan desarrollarse, mejorar su productividad, aumentar su liquidez y mejorar su competitividad para que estén en condiciones de luchar, en situación de igualdad, con la competencia extranjera.

Un Estado que sólo prohíba, obligue, imponga un sistema de vida determinado, dirija nuestros negocios o coarte nuestra libertad religiosa; confundiendo gobernar con fiscalizar; ser aconfesional con atacar a los católicos y a sus ministros; defensa de la vida con el aborto libre; gasto público con despilfarro, corrupción y ERES falsos; Justicia con presionar  a los tribunales, manejar a los fiscales y proteger a los suyos que delinquen para cargar las tintas en los supuestos delincuentes del otro partido; lucha contra ETA con chivatazos (caso Faisán) y acercamiento de presos a sus domicilios, excarcelaciones incomprensibles y desprecio por las víctimas del terrorismo, a las que ha estado ignorando durante las dos legislaturas; señores, no es un Estado democrático; ni cumple con la función social que se le encomendó ( 5 millones de parados) ni respeta la libertad de mercado ni merece que se le de una nueva oportunidad. No señores, el socialismo ha fracasado estrepitosamente y merece pasar a la oposición. O así lo veo yo.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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