Manuel Martín Ferrand (Publicado en Republica.com, aquí)
El próximo 20-N, los españoles que acudan a las urnas sólo podrán escoger, que es de lo que se trata, entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba si están empadronados en la Comunidad de Madrid.
Todos los demás ciudadanos del país que pretendan apoyar con su voto a cualquiera de los dos tendrán que depositar en la urna correspondiente una papeleta cerrada y bloqueada que, con el emblema del PP o del PSOE, incluirá una lista de personajes mayoritariamente desconocidos, incluso en su circunscripción.
A partir de tan singular fenómeno, establecido por la vigente normativa electoral, son muchas las rarezas que ofrece nuestro sistema y ello, unido a la experiencia que llevamos vista y vivida desde 1977, nos permite decir que la nuestra es una democracia de mala calidad. Se autotitula representativa y parlamentaria; pero, ¿lo es?. Supone, por supuesto, un notable avance con respecto a la dictadura precedente; pero, ¿nos conformamos con lo que es mejor sin llegar a ser bueno?
El diario ABC acaba de publicar, en un brillante trabajo colectivo impulsado por su director, Bieito Rubido, una lista con diez falsos paradigmas que vienen marcando, deformando, nuestra inteligencia democrática. Vale la pena reseñarlos aunque solo sea en el enunciado de sus epígrafes: 1) El nacionalismo es progresista. 2)Estudiar no conduce a nada. 3) Cambiar una ley es suficiente para cambiar la realidad. 4) El idioma español lo inventó Franco. 5) El hiperlocalismo es sagrado. 6) La cultura es gratis, basta con bajarla de la red. 7) La Historia no prueba nada, todo es relativo. España no pinta nada en el mundo. 9) Toda deuda puede ser refinanciada y 10) El esfuerzo es de derechas.
Son diez estupideces notables que, en su conjunto, señalan el espíritu que, emanado desde el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, Rubalcaba y otros grandes del puño y la rosa, ha calado en la sociedad española, en buena parte de ella, y conforman un estilo de pensamiento que niega cualquier modalidad de excelencia, todo lo contrario de lo que debieran pretender un Estado fuerte, una Nación orgullosa de serlo y una Patria respetada por sus ciudadanos.
Son muchas las razones y circunstancias que nos han llevado a ese estado de cosas, a invertir valores intelectuales y éticos que no se discuten en el mundo en el que decimos querer pertenecer. Una de ellas, y no la más pequeña, es la falta de compromiso entre los candidatos en una elección, fuere la que fuese, y los ciudadanos a quienes pretenden representar.
Bastará recordar, entre varios centenares de casos, dos nombres del Gobierno presente, Miguel Sebastián y Trinidad Jiménez, para hacer evidente lo que digo. Los dos, en su momento, fueron candidatos a la alcaldía de Madrid y ambos fueron batidos por Alberto Ruiz Gallardón. Dado que, en las formas, aquí nadie se presenta a alcalde -ni a presidente autonómico, ni a jefe del Gobierno- sino que encabeza una lista de potenciales concejales, o diputados regionales o nacionales, el compromiso de representación obliga a quienes resulten elegidos a ejercer su función durante todo el tiempo de su mandato. ¿O no es así?
Sebastián y Jiménez, nuestros ejemplos prácticos, duraron muy poco en la tarea de representación de los madrileños y, muy especialmente, en la de los ciudadanos que les votaron. Prefirieron una cartera ministerial en las que no han brillado sus luces, que cumplir con el contrato tácito -así hay que entender la relación entre el votante y el votado- a que libremente se habían ofrecido. Eso es tongo.
Ahora, en vísperas de nuevos comicios legislativos, sería deseable que docenas de candidatos, todos los que verdaderamente mueven votos, dejaran claro cuál es su proyecto de futuro. Están en nuestra inquietud, de una parte, los que, como beneficiarios del triunfo, puedan sentir la tentación de dejar un Ayuntamiento -por ejemplo, el de Madrid- para disfrutar la gloria de ser ministros y, al tiempo, hacer correr el turno del puesto del que deserten. Ana Botella, en ese supuesto, sería alcaldesa de Madrid. Seguramente sería una buena alcaldesa, incluso menos despilfarradora que el alcalde todavía titular; pero, ¿no debimos ser prevenidos de ese incumplimiento de contrato?
Igualmente, en el orden de lo representativo, resulta inquietante que, por ejemplo, Rubalcaba, si no consigue las llaves de La Moncloa, se refugie en el Cister, o en alguna canonjía más o menos pública, y no acuda a sudar la camiseta a la Carrera de San Jerónimo como parecen desear unos cuantos millones de simpatizantes socialistas que no entienden como necesario mirarle la dentadura al caballo que se disponen a comprar.
¿Cuál es el compromiso que adquieren, frente a los votantes, los candidatos que completarán las listas del 20-N? Nuestros votos serán válidos e inmutables durante toda la legislatura. Ellos, ¿están a la que salte o pueda saltar? No hay simetría en el compromiso.