Alguien, con muy buen sentido, dejó dicho acerca de la venganza, lo siguiente: “No es posible tomar venganza de una villanía, sino cometiendo otra” y, a tenor de lo que está sucediendo en Libia, no nos queda más remedio que darle la razón a quien formuló tal pensamiento. En realidad, todo lo que está pasando en el norte de África y en Oriente Medio, se podría condensar en una sola idea: hay quien tiene interés en desestabilizar esta zona, no porque esté preocupado por la falta de democracia en los países que la ocupan; o porque tenga unos sentimientos de piedad o remordimientos de conciencia por las canalladas que pudieran haber cometido los dictadores que la han venido dominando desde hace décadas, con mano de hierro ni, tampoco, porque hayan pensado que sea posible que, con semejantes mimbres, sea posible regenerar a unas naciones dominadas por un islamismo intransigente, con la modernidad, la libertad religiosa y los derechos de las mujeres. Aquí estamos hablando de petróleo, de situación estratégica y de la necesidad, de algunos líderes de occidente, de preparar un escenario ante su propio pueblo que le permita ocultar los errores de gobierno que han venido cometiendo.
No creo que, hoy en día, todavía quede algún iluso que pueda creerse que la revolución de Túnez fue impulsada por unos pocos jóvenes que, a través de Twitter, consiguieron levantar a toda la población y derrocar al dictador de turno, simplemente, mandando unos mensajes a través de la red. Una revolución precisa de planificación, de dinero, mucho dinero, de activistas bregados y de ayudas externas que la apoyen, amén, de un importante aparato de propaganda que la justifique ante el resto de países. La palabra usada como talismán y bajo cuya sombra se han estado creando muchas de las nuevas dictaduras, que hoy se justifican en ella es, sin duda, “democracia”. Este sistema de gobierno, que muchos dudamos que sea posible en todas las naciones (debido a la particular idiosincrasia de cada pueblo, y la innata predisposición de muchos de sus ciudadanos a resistirse a obedecer las normas y a rebelarse en contra de la disciplina y el orden establecido); en muchas ocasiones, se utiliza como coartada para favorecer intereses espurios de gobernantes, naciones o grupos de presión, interesados en sacar provecho material o político de las rebeliones que ayudan a prosperar.
El concreto caso de Libia es uno de los ejemplos más palpables de manipulación de la opinión pública de quienes deseaban echar mano de la inmensa riqueza petrolífera de la nación gobernada por el señor Gadafi. A nadie le extrañaría que los servicios secretos de algunas naciones europeas y de los propios EE.UU, hubieran intervenido para crear una situación de inestabilidad en toda la zona que propiciara cambios de gobiernos que, mediante ayudas y apoyos materiales de las naciones interesadas, acabaran por concertar importante acuerdos petrolíferos que les garantizasen un suministro constante lo que, a su vez, les permitiría depender menos de Irán o del petróleo ruso. Ni Francia ni Inglaterra se han tomado la molestia de disimular, en lo más mínimo, sus intenciones y, así lo demostraron con la visita, al alimón, de sus dos jefes de estado para ponerse en contacto con el gobierno provisional libio, al que reconocieron cuando seguía en el poder el coronel Gadafi, y al que han ayudado, bajo la cobertura de la ONU, no sólo con ayuda aérea, como figuraba en la autorización del organismo internacional, sino con un evidente apoyo técnico, terrestre y material, sin el cual a la oposición a Gadafi le hubiera sido imposible vencer al ejército del dictador.
¿Qué se extralimitaron en sus apoyos a los revolucionarios y se salieron del mandato de la ONU? No creo que hoy haya nadie que todavía dude de ello, cuando, como ha sido evidente, el control a la actividad aérea de los aviones de Gadafi ha sido superfluo y, no obstante, los raids aéreos de la coalición de la OTAN no se limitaron, como estaba previsto, a atacar a las unidades de Gadafi, sino que han actuado directamente sobre poblaciones, en las que han causado miles de víctimas civiles. Pero este tema se oculta, porque no es conveniente que sea conocido por los países que siempre han mirado con recelo aquella extemporánea intervención.
Consideración aparte merece nuestra participación en una contienda, en la que nada teníamos que ganar y si mucho que perder. Primero, por el coste de mantener unas unidades, aéreas y navales, en el lugar de la batalla durante ocho meses, con el evidente despilfarro de petróleo y la innecesaria exposición de nuestros soldados a un riesgo evidente. La señora Chacón, la creadora de un nuevo tipo de ejército-ONG, que ahora, se nos aparece como una defensora de la independencia de Catalunya, reservándose para cuando se le presente la ocasión de ocupar el sillón del señor ZP en el PSOE, momento en que se pondrá la etiqueta de patriota española. No parece que, en este caso, haya dado muestras de su pacifismo ni de su horror por la guerra, como hizo cuando el tema de la guerra de Irak les sirvió para hacerse con el gobierno de la nación. Se trataba de crear una distracción que desviase la atención del pueblo español de los problemas por los que estaba pasando la nación, el menor de los cuales no era, precisamente, el tener a cinco millones de parados. ¡El coste para el país no importaba!
En todo caso, si hubiera una demostración evidente de que, lo que ha sucedido en el norte de África, en Siria y el Yemen; se les ha escapado de las manos a las naciones occidentales y de que, sus argumentos a favor de que implantasen verdaderas democracias en los países a los que han ayudado a revolucionarse; ha quedado claramente desmentida cuando, las masas que buscaban la paz y la democracia, tan pronto como se han hecho con el poder, han comenzado a luchar entre sí para disputarse el control del país y, de paso, no han tenido ningún empacho en cometer con sus adversarios los crímenes, las torturas y las bellaquerías de las que ellos se quejaban de que se les aplicaban por los anteriores gobernantes. Porque señores, si hay un acto más lamentable, más obsceno, más inmoral y vejatorio lo hemos podido ver todos en los documentales, fotografías y videos que nos han llegado respecto al trato inhumano que se le ha dado al señor Gadafi; dando la razón a quienes no establecían diferencia entre los de un bando u otro en cuanto a la falta de respeto por los derechos humanos en aquella nación. La muerte, señores, nos iguala a todos y el cadáver de una persona, sea de quien sea, merece un mínimo de respeto. Los ensangrentados despojos del dictador, metidos en una nevera para que los ciudadanos satisfagan su morbo ultrajándolo y vejándolo, no es más que una muestra repugnante de que, quienes han asumido el poder en Libia, no desmerecen en nada a quienes les precedieron en el mando, en cuanto a sadismo, inmoralidad, falta de ética y desprecio por el Estado de Derecho.
El señor Gadafi fue capturado vivo y debió de ser enviado ante el Tribunal Internacional Penal para que fuera juzgado y castigado, en su caso, con arreglo a sus crímenes; pero nunca, tal y como ha sucedido, se le puede permitir a la muchedumbre que se tome la justicia por su mano, cuando se pretende que la comunidad internacional los reconozca como una nación democrática. En realidad, los que fomentaron el levantamiento de los revolucionarios africanos se han pillado los dedos y, en especial, España, que todo lo que ha logrado es que, nuestra frontera con África, haya quedado en manos de los más radicales regímenes islamistas, todos ellos con aspiraciones a anexionarse a sus territorios al viejo Al Andalus. O esta es, señores, mi forma de ver las cosas.
Miguel Massanet Bosch