Editorial El Imparcial (aquí)
Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy protagonizaron ayer un debate que no descubrió nada nuevo pero que, al menos, se celebró. Eso es importante, por cuanto no siempre ha sido así, aunque debiera serlo. Es importante que quienes están llamados a encabezar gobierno y oposición confronten públicamente, facilitando así que la opinión pública escuche de viva voz cuáles son sus propuestas. Unas propuestas que, esta vez, tuvieron al desempleo y la crisis económica como principales puntos de referencia. De hecho, focalizaron el primero de los tres corpus de que constaba el debate. Y fue ahí donde Rubalcaba empezó a perderlo: es decir, a no ganarlo, en la medida que, si bien el señor Rubalcaba logró, con un cuerpo a cuerpo, educado pero agresivo, embarullar un tema muy espinoso para él, no consiguió derribar al rival como precisaba. Incluso, es curioso que, en su comprensible afán por arrinconar al rival con preguntas, el señor Rubalcaba cometió el desliz freudiano de colocarse en líder de la oposición y tratar al señor Rajoy como presidente.
La cuestión es que el candidato socialista necesitaba una victoria apabullante sobre su adversario. Sin embargo, a tenor de lo acontecido ayer, eso no sucedió. Se puede decir que Rajoy ganó a los puntos, lo cual es mucho decir, pues al dirigente popular le bastaba simplemente con aguantar el tipo. Para ello, no tuvo más que aportar unos datos tan demoledores como en ocasiones, cansinos. El candidato popular evitó la confrontación directa e ignoró las preguntas incómodas de su contrincante, haciendo una labor pulcra, quizá demasiado al hilo de sus papeles. Y en ellos se apoyó para desmontar las tesis socialistas, según las cuales los culpables de la crisis eran poco menos que Estados Unidos, Grecia y la Ley del Suelo aprobada con el PP hace décadas. En este sentido, Rajoy -registrador de la propiedad de profesión- demostró tener un conocimiento abrumadoramente superior al de Rubalcaba en materia urbanística, aunque quizá le faltó algo de agilidad a la hora de rebatirle algunas referencias al paro o la construcción.
No obstante, siendo importante la economía, quizá ambos candidatos descuidaron un tanto otra serie de cuestiones tales como educación, enseñanza -ambas demasiado mediatizadas por la contienda económica- y cohesión territorial. Es significativo —y decepcionante- que se hablase más de las diputaciones provinciales que de política exterior -sobre todo por parte de Rubalcaba-, algo especialmente grave, sobre todo si se tiene en cuenta la pérdida de peso específico que ha tenido el país en esta materia. Es de alabar, en cambio, el consenso habido a la hora de afrontar el tema del terrorismo, tanto en las formas como en el escaso tiempo dedicado a ello.
Es difícil, pues, inferir que el debate de ayer haya modificado sustancialmente la intención de voto del electorado español. Tampoco ayuda el formato, demasiado encorsetado y sometido a las imposiciones de ambos partidos. En cualquier caso, ayer quedó reflejado que tanto PSOE como PP tienen a Rubalcaba y a Rajoy como principales figuras; algo, por lo demás, bastante obvio, de no ser porque hasta el día 20 de noviembre el Presidente del Gobierno sigue siendo José Luis Rodríguez Zapatero; el gran ausente, pues —dicho sea de paso- no participa en un solo mitin y ayer apenas se le mencionó, salvo un lapsus del señor Rajoy, quizá no del todo inocente.