“Destrón, el consejo; la lengua, el ciego”
No se puede decir que, el debate entre los dos candidatos, haya pasado inadvertido para la ciudadanía y tampoco han tardado mucho los informativos en sacar la noticia en sus medios, acompañada de los comentarios de sus especialistas en política, columnistas y comentaristas que, antes de que se terminara el evento, ya habían sacado las pertinentes conclusiones respecto al resultado final del enfrentamiento, tan esperado, todo hay que decirlo, entre el señor Rubalcaba del PSOE y el señor Rajoy del PP. Pero yo pienso que vale más esperar a que la sopa se haya enfriado un poco antes de dar la primera cucharada, ya que siempre existe el peligro de que uno, al precipitarse, se queme la lengua. En todo caso, debo reconocer que, como otros millones de españoles me tragué el programa de la TV1 desde la A hasta la Z y que no me aburrí en absoluto, como parece que muchos “disciplentes” y engolados comentaristas, que esperaban milagros del encuentro y van diciendo por ahí que esperaban más de ambos contendientes y que hubo momentos en los que, el enfrentamiento, les resultó tedioso.
Para el común de los españoles, aquellos a quienes, queramos o no, no nos queda más remedio que aceptar lo que se nos da, no creo que lo que se dijo en el debate careciera de interés; tanto por lo que nos dijeron los candidatos como por lo que expresaban sus gestos y su comportamiento en el plató.. Ya llevamos años cansados de que se nos engañe, se nos prometan imposibles, se nos empobrezca y se nos tome por discapacitados intelectuales, por lo que, el asistir a un debate en el que podamos calibrar, no sólo lo que son capaces de ofrecernos los candidatos; escuchar cuales son sus ideas económicas y sociales; verificar, en directo y viéndoles las caras, la credibilidad que son capaces de trasmitir a la audiencia y observar aquello que, el señor Zapatero, en sus comienzos, nos quería vender como “talante” –aunque, más tarde, todo aquel “buenismo” y sus promesas de dialogar constantemente con la oposición, resultara ser, como tantas otras de sus promesas, un mero “bluff” propagandístico –, demostrado por ambos interlocutores a través de sus respectivas intervenciones, nos permite, a poco que queramos reflexionar sobre ello, sacar nuestras propias conclusiones, sin que debamos acudir a opiniones ajenas ( en ocasiones sesgadas e interesadas) para decidir cuál de ambos candidatos, Rajoy o Rubalcaba, nos resulta más creíble, más carismático, más preparado para acometer el arduo panorama al que deberá enfrentarse, si quiere sacarnos del abismo sociopolítico y económico en el que nos ha dejado el anterior gobierno socialista. Y, si me permiten el comentario, el que más confianza, seguridad, eficiencia y capacidad de gestión sea capaz de transmitirnos, en un momento en que, la moral colectiva, está tocando fondo a causa de las negras perspectivas que asoman en el horizonte, no sólo para España, sino para Europa entera.
No voy a insistir en lo que ya se ha dicho sobre el debate ni, tampoco, en quien fue quien lo ganó. Si, en cambio, quiero resaltar la diferencia en la forma en la que cada uno lo planteó y la respectiva estrategia que utilizaron para intentar llevarse el gato al agua, algo difícil si se tiene en cuenta que ambos eran conscientes de la expectación que se había levantado ante el único cara a cara que va a tener lugar antes de los comicios del 20N. Aparte del nerviosismo, patente en los primeros minutos de las respectivas intervenciones, pronto se vio que el señor Rubalcaba renunciaba a entrar en los problemas económicos a fondo, con el análisis y la precisión que la actual situación española requería y prefería dar sólo unas pinceladas, muy de brocha gorda, de lo que él entendía que se debía hacer al respecto. Es curioso que hablara de pedir a la UE una moratoria de dos años en llevar a cabo el ajuste; pedir al BCE que bajara los tipos de interés y, para completar, que le diría al Banco Europeo de Inversiones que debía hacer un plan europeo de inversiones con 70.000 millones de euros. Curiosa la forma de meterse en semejante jardín de cardos sin inmutarse; porque, el señor Rubalcaba, parece estar convencido de que Europa no tiene más que hacer que preocuparse por lo que él desea – cuando ha sido uno de los máximos exponentes de lo que ha representado para España la lacra del socialismo y cómplice en el desastre actual de nuestras finanzas y desempleo –; se erija ahora como el adalid de la CE y vaya por ahí exigiendo que, el resto de países, se pliegue a nuestras necesidades y antojos, sólo porque nuestro Rasputín socialista así lo quiera; es algo así como si una hormiga quisiera enfrentarse a un elefante.
Lo que no dijo, el candidato del PSOE –el que tanto intentó acorralar a Rajoy con sus insistentes e inquisitoriales preguntas –; fue cómo se las iba a componer para que no le echaran a gorrazos del Parlamento Europeo; vaya, es aquello de: “Destrón, el consejo; la lengua, el ciego” que, en román paladino, significa que: antes de hablar se debe reflexionar sobre lo que se va a decir, cuanto más, cuando hay millones de personas que están pendientes de sus palabras. En todo caso, el muro de granito que levantó el señor Rajoy entre él y su contrincante, tuvo la suficiente flexibilidad para irle devolviendo, una a una, a su adversario, las documentadas y precisas respuestas que quería que la audiencia entendiese y se quedase con ellas. Respuestas medidas, eficaces, documentadas y fácilmente comprensibles, destinadas a la variopinta audiencia a la que se estaba dirigiendo. Es verdad que, don Mariano, no es un gran orador ni tampoco anda muy fino en esto de la dialéctica pero, a cambio, conoce como preparase para un debate en el que sabe que su adversario tiene ventaja sobre él en esta habilidad.
Algo hay que reprocharle al candidato del PP, y es que, fuera por la cantidad de datos que tenía que ir exponiendo, la complejidad de los diversos temas a tratar o porque se le nota más fluido en el intercambio de palabras que en lo que requiere un mayor esfuerzo de memoria; pero se le vio excesivamente dedicado a leerse sus fichas lo que, de cara al público, puede resultar un poco decepcionante. En todo caso, pecata minuta, que fue compensada con exceso por la solidez de su defensa. Creo que lo podemos definir como un buen fajador, frente al alud, inconexo y, a veces, algo embarullado, del señor Rubalcaba que, eso sí, como ha quedado reflejado en toda la prensa, daba la impresión de que, en lugar de estar exponiendo un programa y comparándolo con el de su opositor, daba por sentado que el que gobernaba era ya el señor Rajoy, al que, en una de las sesiones del Parlamento, el opositor le pide cuenta de sus actuaciones.
En todo caso, creo que se puede convenir, sin riesgo a equivocarse, que “el pece para quién lo merece” y, a estas alturas del mes, cuando apenas faltan unos 10 días para la fecha de las elecciones, salvo un imprevisto catastrófico, mucho tememos que las posibilidades del PSOE de renovar por una legislatura más, parece que se van esfumando; por mucho que, algunos, sigan empeñados en que todavía se puede producir el milagro, algo en lo que, la mayor parte de los socialistas, no cree ¿qué se le va a hacer?. Lo cierto es que, las propuestas que expuso el señor Rajoy, que no negó las dificultades y los sacrificios que será preciso hacer, resultan más creíbles, sensatas, esperanzadoras, lógicas y de más sentido común que las del candidato socialista, que no fue capaz de despertar ningún entusiasmo con aquello del impuesto a los ricos y a los bancos. A estas alturas de legislatura, ya nadie se fía de las propuestas de aquellos que han sido causantes de la mala situación de España. O esta es, señores, mi opinión.
Miguel Massanet Bosch