El pueblo español ha hablado, mejor dicho ha vociferado contra aquellos que lo han conducido a una situación de precariedad como hace muchísimos años que no había padecido. Pero el pueblo ha dicho muchas cosas en su veredicto emanado de las urnas y creo que erraría quien sacase, del resultado de las elecciones del 20N, unas conclusiones precipitadas de lo que ha significado el duro castigo que se le ha inflingido al señor Zapatero, al candidato, señor Rubalcaba, al PSOE y al PSC. Por primera vez en muchos años, la ciudadanía han dejado aparcadas sus ideas políticas, han renunciado a utopías de clase y a los viejos tics de la lucha de clases, para centrarse en algo mucho más serio, mucho más inmediato y, por supuesto, mucho más esencial: la supervivencia. Ya en su día, Heinrich. Heine, poeta judío alemán del siglo XIX, considerado como último poeta del romanticismo nos legó, en su obra épico-satírica “Alemania.Un cuento de invierno”, un pensamiento que merece ser tenido en cuenta: “Los pueblos presienten instintivamente aquellos de quienes necesitan para cumplir su misión”.
Efectivamente, creo que sería un error pensar que la gran victoria electoral conseguida por el Partido Popular, en las elecciones del domingo pasado, pueda entenderse como que, de pronto, España haya cambiado abruptamente de color y que todos aquellos que antes pensaban en socialista, sustentaban ideas de izquierdas o tuvieran un concepto de la política basado en una concepción del estado distinta al sistema capitalista, hayan sufrido una metamorfosis y se hayan pasado, en masa, a compartir los postulados del que, hasta ahora, ha sido el partido de la oposición; para entendernos, lo que ahora se denomina centro-derecha. Sin duda, nadie puede dudar de que ha habido un transvase de votos, muy importante, que han engrosado las filas de los populares, pero hay datos que confirman que ha habido otros partidos de izquierdas que han salido mucho más beneficiados por este transvase que los de la derecha, dejando aparte el caso de Catalunya y el País Vasco que se rigen por distintos parámetros.
En primer lugar, ha habido una importante cifra de abstencionistas. Los unos, porque no creen ya en los políticos y los meten en un mismo saco como personas indeseables, que sólo engañan a los ciudadanos y, hay que reconocer, si queremos ser justos, que tampoco les falta razón, si es que queremos referirnos a lo que han sido las dos legislaturas pasadas. Los hay que prefieren no tomar ninguna iniciativa, convencidos de que, voten a quien voten, todo va a seguir igual, son aquellos del “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même; «Dejad hacer, dejad pasar, el mundo va solo»; y, por tanto no votan. Pero existen otros que no van a votar porque, sin querer abjurar de sus ideas quieren inflingirle un castigo a la formación política a la que habitualmente votan y consideran que no votando, ni se favorece a los partidos contrarios ni se apoya a los que merecen ser castigados. No podemos decir que el número de los abstencionistas sea despreciable si consideramos que, de un censo de votantes de 34.301.332, solamente han acudido a las urnas 24.590.557 lo que supone que, de entrada, ya no han votado un 28’31%, una cifra suficiente para hacer pensar a nuestros dirigentes.
Por otra parte, los votos nulos y en blanco han sumado un porcentaje de un 2’66% de los votantes que hay que restar a los 24 millones y medio que depositaron su voto. No es que esto signifique que se le reste un ápice de legitimidad a los comicios, en absoluto, pero sí es un signo del desánimo de la población, de la falta de fe en los políticos y, al mismo tiempo, entendemos que recoge, especialmente el absentismo, a estos grupos antisistema que han decidido que la democracia no va con ellos y, en consecuencia, prefieren actuar por su cuenta como hemos podido comprobar en las recientes representaciones de estos Indignados del 15M, que ahora ya no se podrán atribuir lo que ellos llaman “las representación del pueblo”, porque la abrumadora parte de la ciudadanía que ha votado a los distintos partidos demuestra que, el pueblo, ha decidido con su voto quienes son los que los van a representar.
Sin que renunciemos a tratar con más profundidad los efectos de la mayoría del PP; nos atrevemos a anunciar algunos de los obstáculos con los que van a lidiar el señor Rajoy y su gobierno. Es obvio que lo más urgente y lo que ha llevado a la gran mayoría de españoles a votar al PP, ha sido la evidencia de que estamos en una situación económica, social y financiera que, de no tomarse en serio y no actuar urgentemente puede acabar en bancarrota nacional. España estaba abocada al gran desastre. El tema de los resultados electorales conseguidos por AMAYUR en el País Vasco y CIU en Catalunya, es evidente que no contribuyen, a pesar de la mayoría absoluta de los populares, a que la legislatura vaya a transcurrir por los cauces de la tranquilidad. Si añadimos la incertidumbre sobre el comportamiento de los Sindicatos (en especial UGT, que era carne y uña con el PSOE), ante las inminentes reformas laborales que va a tener que acometer el partido ganador, como: la flexibilidad de plantillas, la reforma de la legislación de negociación colectiva y el control de los aumentos salariales; podemos concluir que, la singladura del nuevo gobierno, no va a estar libre de dificultades.
Los que vivimos en Catalunya sabemos que, la gran victoria de CIU, el desplome del PSC catalán y la labor que los partidos nacionalistas e independentistas han venido llevando a cabo entre la población vernácula, a la que han hecho creer que España está robando a Catalunya, que Madrid es la gran enemiga a vencer y que, en una supuesta independencia, estarían mejor; ha conseguido arrastrar a ciudadanos que antes no compartían estas ideas. Es evidente que van a intentar presentar un frente común similar a que se llevó a efecto a principios de la legislatura de ZP, el llamado “cordón sanitario” plasmado en aquel aberrante Pacto del Tinell. Aquí veremos si, el señor Rajoy y su Ejecutivo, son capaces de poner en su sitio al señor Durán y los suyos o van a caer en la tentación, como hizo el gobierno de ZP, de ir cediendo ante las pretensiones insaciables de los defensores de la independencia de Catalunya. Lo de ETA o, lo que es lo mismo, de AMAYUR, ya son higos de otro costal. Desde el momento en que el TC, presidido por el señor Pascual Sala, cometió la gran pifia de permitir a los etarras concurrir a las elecciones como si se tratara de un partido democrático cualquiera. Rajoy va a tener que aguzar el ingenio si quiere impedir que el Pais Vasco se convierta en un gran problema para España. Va a ser difícil evitarlo porque el efecto que ha tenido en los vascos, ha dado alas a los extremistas vascos, que sueñan con una autogestión.
Esperamos que, el señor Rajoy y su equipo sepan lo que hacer, tengan la firmeza para no dejarse intimidar y actúen con toda la fuerza que otorga el Estado de Derecho contra aquellos que utilizando medios y procedimientos que estén fuera de los límites de lo democrático. España precisa de un proceso de regeneración, de recuperación de la ética, de derogación de todas aquellas leyes dictadas por los socialistas en contra de la vida y las buenas costumbres. Ha de aplicar, sin contemplaciones, las medidas precisas para imponer el orden público, librándonos de okupas, antisistemas, indignados y demás corpúsculos; cuyo único objetivo es fomentar ideas revolucionarias que, sin duda alguna, si queremos regresar a la normalidad democrática y recuperar nuestras tradiciones morales se deben erradicar de raíz. O así es como lo veo yo.
Miguel Massanet Bosch