Deberíamos reflexionar a cerca de una frase que aparece en los Ensayos de Miguel E. de Montaigne, el gran filósofo, humanista y escritor francés del Renacimiento, refiriéndose a las ayudas de los demás, cuando dice: “Tanto nos dejamos llevar del brazo de otros, que anulamos nuestras propias fuerzas”. En efecto, si hubo unos tiempos en los que era preciso, para obtener dineros, acudir a los prestamistas quienes, por la concesión de sus préstamos, cargaban fuertes intereses, obligando al prestatario a invertirlos de forma que le proporcionara un beneficio que le permitiese devolver préstamo e intereses; función de la que, ya en nuestro tiempo, se han hecho cargo los bancos y financieras que han conseguido convertir aquel oficio de judíos y avaros en una profesión, igualmente rentable, no menos opresora pero, eso sí, unánimemente considerada como imprescindible para la financiación de las empresas mercantiles, en todas las facetas de la producción y venta de productos.
Pero algunos han descubierto que es mejor no tener que someterse a la ley de la oferta y la demanda; que no es preciso esmerarse en ser competitivos y en lograr la aceptación de los consumidores para conseguir dinero ajeno. Y es que los hay que pretenden jugar con determinados tópicos, pretendidos bienes de tipo cultural o profesiones supuestamente indispensables para la conservación y mantenimiento de tradiciones nacionales o locales, que han descubierto que, el tener que someterse a las reglas de la competencia, el conseguir atraer a compradores o público por los méritos propios o por la calidad del producto que se ofrecen o el arriesgar fortuna propia o endeudarse para iniciar un negocio es mucho menos rentable que el conseguir, de mano ajena, la ayuda para establecerlo sin tener necesidad de pagar contraprestación alguna. Precisamente de este grupo de personajes es a los que me quiero referir en este comentario de hoy. Porque, veamos, si son los bancos o las financieras las que, con su dinero, deciden apoyar, a cambio de un interés, a un comerciante o un industrial para que lo invierta en su negocio, que con su pan se lo coman. Otra cosa muy distinta es que sea el Estado mismo, a través del Gobierno, el que con el dinero de nuestros impuestos se dedique a subvencionar a determinados personajes o sectores que, bajo el espejuelo de la “cultura” o del “arte” o de la participación en actividades, supuestamente, beneficiosas para la imagen del país o de tipo “benéficas”; vaya distribuyendo el dinero de las Arcas públicas, sin que los “paganos” o sea los contribuyentes, tengamos arte ni parte alguna en cómo de distribuyen, a quien se les entregan y los fines a los que, finalmente, se acaban dedicando. Es decir, que los receptores del momio hagan de su capa un sayo con el dinero de los españoles
Sin duda, aún aquellas subvenciones que no encubren un despilfarro, una corrupción o trato de favor a amigos o miembros de una organización afín al gobierno; las que más o menos se pudiera entender que estuvieran justificadas, deberían ser dadas con cuentagotas y bajo una vigilancia intensiva en el caso, como es el de España, de una nación que se encuentra en un situación límite, con mas de cinco millones de parados, con empresas que, por falta de créditos, se ven obligadas a cerrar y con nuestra deuda pública creciendo cada día con la particularidad de que, cada renovación, significa un incremento de su coste y una mayor dificultad en renegociarla. Así, el hecho de que el Gobierno, con cargo al Tesoro público; siguiera financiando, a manos llenas, mediante subvenciones a entidades y organizaciones cuyos objetivos pueden ser muy laudables pero que, evidentemente, no siempre es posible atenderlos cuando las necesidades de los españoles y la falta de trabajo no permitan hacerlo; como sería aceptable, en tiempos de bonanza económica.
Aparte de que, como está probado, existe una propensión por parte de los beneficiarios de las subvenciones a relajarse, confiarse en que tienen las espaldas cubiertas y, en ocasiones, embarcarse en experimentos peligrosos, cuyos resultados sean inciertos si no catastróficos. Por otra parte, sucede que, en muchas ocasiones, las subvenciones estatales no están destinadas, precisamente, a favorecer los mejores proyectos, la iniciativas de los más talentosos o las necesidades más perentorias de la sociedad, sino que ¡Oh la humana naturaleza!, lo que ocurre con frecuencia es que las ayudas vayan a parar a grupos determinados, siguiendo criterios basados en el amiguismo, el clientelismo, el chauvinismo o la endogamia, los factores que, evidentemente, nada tienen que ver con los méritos de quienes las solicitan, sino con las influencias o el enchufismo.
La concesión de subvenciones públicas está muy ligada, con frecuencia, al pago de favores, el cobro de comisiones o a la concesión de contraprestaciones, a veces directas y a veces indirectas, como el caso de las colaboraciones, tal y como sucede en el caso de la TV1, un ente público, financiado por los impuestos de los ciudadanos, con déficit de 50 millones de euros al año y que, sin embargo, se dedica a ir participando en películas realizadas en España, por productores directores y artistas que, en la mayoría de los casos, han sido valedores incondicionales del gobierno de quien reciben el apoyo crematístico que les permite invertir en películas en las que, sobre su calidad intrínseca y sus méritos artísticos lo que prima es la propaganda política o la tergiversación de hechos históricos para que contribuyan a crear una falsa idea de los motivos verdaderos y de la realidad de lo ocurrido en España en los tiempos a los que se refieren. Vamos, una trascripción de esta tomadura de pelo en que consiste la famosa Memoria Histórica en la que, para más INRI, el gobierno del señor ZP se ha venido gastando, en forma de subvenciones, cientos de miles de euros sólo para que, unos “sabios” recogidos de entre la izquierda europea, puedan explicar sus “batallitas” imaginarias.
Sin duda, durante las dos legislaturas precedentes, los distintos gobiernos que ha presidido el señor Zapatero, ya fuere en la famosa Alianza de Civilizaciones, las ayudas a países como, Venezuela, Bolivia o Nicaragua; las del Ministerio de Igualdad de la señora Aído a los distintos colectivos feministas y abortistas; la prodigalidad de la anterior ministra de cultura, señora González-Sinde, con sus amigos de la farándula, entregando subvenciones millonarias para los cineastas, ya fuere directamente o, como hemos mencionado anteriormente, a través de la TV1, en forma de colaboraciones; se han ido caracterizando por su prodigalidad con todos aquellos grupos de izquierdas a los que les ha convenido tener de su parte y que han contribuido, de manera directa y entusiasta a la extensión del relativismo y a la persecución en TV, radios y prensa de su proverbial “enemigo” la Iglesia católica, una institución contra la que han dirigido sus más terribles ataques. Miles de millones de euros que se hubieran podido destinar a mejores fines, como el ayudar a la creación de puestos de trabajo o invertirlos en ayudas para los miles de personas que han tenido que recurrir a Cáritas para que les dieran de comer, sin que el Estado, para vergüenza de la clase política, haya dado muestra alguna de interesarse por semejante problema social. Sin embargo, los Sindicatos, comprados por el Ejecutivo, han recibido cientos de millones para mantener su boca cerrada, mientras el desempleo se convertía en el primer problema nacional. O así es como veo, señores, este despilfarro del patrimonio nacional de los españoles.
Miguel Massanet Bosch