Baltasar de Gracián en su Oráculo manual decía: “No hay cosa más fácil que engañar a un hombre de bien”. Y es que, por muchas vueltas que queramos darle al tema griego y por mucho que pretendamos comprender el hecho de que, toda Europa, se haya volcado (con el dinero de los ciudadanos, porque los millones que se entierran en esta operación de rescate no salen de otro lugar que del bolsillo de los contribuyentes), en la misión de apagar el incendio que se ha producido en Grecia, una nación donde la corrupción ha estado a la orden del día; el pueblo ha sido incapaz de entender que sus dirigentes, socialistas por cierto, no han hecho otra cosa que endeudarse para satisfacer a aquellos que pensaron que, viviendo por encima de sus posibilidades y sin esforzarse más, su buena vida sería eterna. Para remate, Grecia ha intentado engañara a la UE facilitándoles datos amañados de su situación económica dinero. Lo cierto es que, a medida que transcurren las semanas, nos afirmamos más en la idea de que lo que se está haciendo es parchear, a base de millones de euros, una situación irreversible que, al fin y al cabo, va a acabar por estallarnos ante nuestras propias narices.
En esta UE del euro, cogida con alfileres, la posibilidad de que Grecia entre en quiebra pueda ser el detonante para que, el propio euro, cave su sepultura y que, esta unión, evidentemente artificial, de las distintas naciones que integran la comunidad europea, deba volver, en peor situación que la que tenía antes de constituirse, a recuperar sus respectivas soberanías, con sus antiguas monedas y sus propias leyes nacionales; con lo que, esta aventura europea quedaría convertida en un mal recuerdo. Lo cierto es que Bruselas, el Parlamento europeo (que ha sido incapaz de fabricarse una Constitución común a todos los estados miembros) el ECOFIN y la evidente preponderancia de Alemania y Francia; no parece que hayan conseguido solucionar los problemas comunes que afectan a la Zona Euro y, en general, los de toda la UE. Porque, señores, parece que es muy fácil, desde determinadas instancias del poder, adoptar por el método más expeditivo o sea, hacer una quita espectacular, del 75% del valor del endeudamiento griego, para así poder entregarle a Grecia los 130.000 millones de euros que parece necesitar para salvarse de la quiebra. Lo malo son las consecuencias.
Es evidente que estas pérdidas, aunque parezca que afectan, en su mayor parte, a inversores institucionales (bancos, fondos, lobbies de inversiones etc.) lo cierto es que, en definitiva, van a perjudicar a los accionistas de las entidades financieras y bancos que deban sufrir la pérdida de valor de sus acciones, derivada de su depreciación por el recorte sufrido por la parte de la deuda que van a dejar de cobrar. Serán los pequeños inversores, los ahorradores particulares y los que han invertido en fondos de pensiones quienes van a ser los perjudicados por la magnanimidad de quienes son los que, en definitiva, manejan desde el poder los hilos de este invento europeo. El que Grecia quiebre o deje de quebrar, puede constituir una grave preocupación para aquellos países que, imprudentemente, se arriesgaron a adquirir deuda griega que, para cualquier enterado en la materia, era fácil prever que no tenía la garantía de solvencia de cualquier otra nación europea. Lo curioso es que, entre las entidades que tienen más deuda griega están los bancos de Alemania y Francia lo que, seguramente, nos puede explicar el interés de ambas naciones de impedir su quiebra.
El euro es una moneda que, evidentemente, ha nacido con mal pie y que está bailando en la cuerda floja, pudiendo caer de su pedestal si una pieza de este, tambaleante y descabezado, entramado económico, jurídico, financiero y social, que es la UE, falla y da al traste con este castillo de naipes que los europeos hemos pretendido construir para poder enfrentarnos, de igual a igual, con los EE.UU. y las grandes potencias emergentes de Asia y el Brasil. Sin embargo, fuere por la falta de sintonía de los países integrantes de la UE y de los que forman la Zona Euro o por la solapada lucha entre Alemania y Francia para intentar dirigir la batuta o por las reticencias de muchas naciones a perder parte de su soberanía nacional; lo cierto es que, desde que se inició la crisis de las sub-prime, los avances y retrocesos, los sustos y las retiradas estratégicas, han estado a la orden del día, llegándose al absurdo de que países que, al principio, superaban con creces el déficit permitido ( Alemania y Francia fueron perdonados, como si no fuera cosa importante en excederse de los máximos), ahora, cuando llevan el control práctico de las decisiones de Bruselas, se hayan convertido en los más exigentes con las naciones que, en condiciones mucho más duras que las que ellos tuvieron que afrontar, intentan reducir su déficit con medidas draconianas que ponen en peligro su estabilidad interna y su propia recuperación. Todo ello, bajo la amenaza de ser expulsados de la Zona Euro, con las letales consecuencias que ello supondría para cualquier país.
Y es que, a los españoles de a pie, a los que, sin ser arte ni parte en toda esta movida que los políticos y economistas, a partes iguales, han querido llevar a cabo, jugando con la supervivencia de las naciones; poniendo en peligro su soberanía; estableciendo un juego de poder que beneficia a unos más que a los otros y obligando a acatar medidas que, a muchos, pudieran parecer poco razonables pero que, si al ECOFIN, al Parlamento Europeo de Bruselas y a determinados países, que todos sabemos que son los que cortan el bacalao en la UE, les parece que deben aplicarse al resto, no queda otro remedio que allanarse y cumplir con ellas. No obstante, creo que lo que si ha quedado claro en todo este proceso de la implantación del euro ha sido que, desde su fecha de implantación, en 1 Enero del 2002, cuando compramos el periódico tuvimos que pagar un euro por lo que antes sólo teníamos que abonar 120 pesetas. Desde entonces, las cifras cantan: la cesta de la compra se encareció un 31’3% frente a un alza salarial (anterior a los recortes) de un 16%, las familias españolas que gastaban, según la OCU, 765.000 pesetas (4.600 euros) en el supermercado, ahora gastan 6.800. La subida de salarios, según la Encuesta Estructural Salarial del INE, por el contrario, sólo ha sido de un 13’7%. Según la CEACCU (Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa), el euro ha encarecido, en 10 años, los precios de los productos y servicios más “cotidianos” en nada menos que un 60%.
Ahora, en momentos de gran incertidumbre económica, financiera y social para España, se nos dice que, si abandonáramos el euro, todavía nos empobreceríamos más, lo que significa que, sea cual sea el resultado de la crisis que estamos padeciendo, es evidente que, a los españoles, pocas esperanzas nos quedan de salir con bien de nuestra entrada en esta trampa saducea en la que se ha convertido la moneda europea. En fin, lo que si es cierto es que no queda más remedio que confiar en que, el nuevo gobierno del señor Rajoy, consiga minimizar las consecuencias de la recesión, siempre que, los Sindicatos y el PSOE, los grandes culpables de que seamos los peor parados, parejos con Portugal, Grecia, Italia e Irlanda, de toda la UE y, en especial, de la Zona Euro; no sigan empeñados en ponerle trabas y tenderle trampas al Ejecutivo, que le impidan ganarse la confianza de quienes tienen que ayudarnos. Pero, visto lo visto, pocas esperanzas tenemos de que sea así. O esto es, señores, lo que pienso al respecto.
Miguel Massanet Bosch