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La enseñanza un tabú inamovible para la izquierda dogmática (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el mayo 1, 2012 por admin6567
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Joseph Coll y Vehí, el eminente cervantista, retórico y paramiólogo español del siglo XIX acuñó, para la posteridad, la siguiente frase: "Las reglas no pueden dar ingenio al que nació sin él". Lo cierto es que, si hubo un tiempo en el que los hijos de personas trabajadoras no podían acceder a la educación, si existieron unos siglos en los que, a las mujeres, les estaban vetados los estudios superiores y que las universidades eran prácticamente patrimonio de las clases elitistas; podemos afirmar, con rotundidad, que ya han quedado relegados a ser meros recuerdos históricos porque, hoy en día, al menos en nuestro país, las universidades públicas acogen a pobres y ricos y a mujeres y hombres en condiciones de perfecta igualdad. Sin embargo, en los partidos de izquierdas, todavía existen prejuicios de clase, desconfianza ancestral y la creencia generalizada de que, la enseñanza, sigue siendo un privilegio de ricos y que, a las gentes trabajadoras, se las viene marginando por las derechas para volver a aquellas épocas en las que, el estudiar en las universidades, era bula de unos pocos que copaban las carreras profesionales.

Lo malo es que, cuando la política entra en cualquier tema y se intenta transformar, como es el caso de la enseñanza, en un arma arrojadiza para utilizar los unos contra los otros; todo atisbo de sentido común, toda idea práctica y juiciosa y cualquier empeño en entrar en la problemática de la escuela pública o de las universidades, naufraga ante el sectarismo partidista, la obcecación irracional y los prejuicios de clase, que tanto daño causaron a las naciones durante los años del sindicalismo decimonónico. El sólo hecho de que, incluso las buenas formas, se hayan perdido y hoy en día resulta dificultoso distinguir un profesor universitario de uno de estos antisistemas zarrapastrosos o un revolucionario del 15M, en cuyo movimiento, por cierto, muchos de ellos tuvieron arte y fueron parte. Es posible que a mucha gente no le importe que un catedrático de universidad parezca la viva imagen del Ché Guevara y, lo que todavía resulta más inexplicable, el que en cierto modo actúe como él, pretendiendo convertir las aulas en centros de adoctrinamiento de tipo revolucionario o anarquista, en lugar de impartir la asignatura e intentar desasnar a unos alumnos que se sienten apoyados, en sus instintos libertarios, por quienes debieran dar ejemplo de eficacia y despolitización.

Y, por si alguien no comparte esta opinión, naturalmente legítimamente, convendrá que echemos un vistazo al panorama estudiantil en España, para compararlo con el del resto del mundo. Por ejemplo, si queremos hablar de la excelencia deberemos aceptar que mientras en España sólo tenemos un 3% de alumnos destacados en el resto de la Unión Europea este porcentaje alcanza una media del 8 %. Si queremos hablar de nuestras universidades, estas que están en su gran mayoría regidas por equipos de tendencias izquierdistas, incluidos rectores y profesores, deberemos reconocer que nuestra situación, en el rankig de prestigio, de nuestras universidades no es muy confortante si es que debemos atenernos a que, por ejemplo, la Universidad de Barcelona dentro del ranking mundial ocupa un lugar entre el 152 y el 200 y esto que es la más valorada de nuestras universidades porque, si es que queremos hablar de las otras universidades españolas todas ellas ocupan puestos más atrasados. Por otra parte, el número de estudiantes que empieza a estudiar una carrera y al año o a los dos años abandona los estudios, alcanza un porcentaje de un 30%.

No puedo negar que es muy natural que, cualquier familia de trabajadores, tenga la ilusión de que sus hijos tengan una carrera universitaria, el algo que humanamente se puede entender aunque, hoy en día, nos demos cuenta de que tener una licenciatura no es garantía de poder ocupar un puesto de trabajo o, en todo caso, sí lo consigue, es muy probable que sea de cualquier otro distinto al que aspira. Esto causa frustración y desmoralización, creando un sentimiento de fracaso que puede llevar a situaciones muy desagradables. Pero existe un empeño de los partidos políticos de izquierdas de que, todos los hijos de obreros, estén o no capacitados para ser buenos estudiantes, han de gozar de becas que les permitan estudiar de gratis en las universidades públicas. El hecho es que, la finalidad verdadera de las becas, no es que cualquiera pueda estudiar una carrera, sino la exigencia al alumno de determinadas características como la excelencia, el sobresalir sobre los demás, la capacidad de estudio, la tenacidad y fuerza de voluntad, que le permitan sobreponerse a los obstáculos, no sólo de tipo económico sino de tipo técnico y académico a los que va a tener que enfrentarse.

Por ello, en un país como el nuestro en el que están sobrando licenciados, en el que sólo los mejores consiguen ocuparse y, aún así, muchos de ellos deben trasladarse a otros países comunitarios para conseguir un buen trabajo, el pretender que se debe garantizar, a toda costa, que todos los jóvenes puedan acceder a la universidad, sea cual fuere su predisposición y aprovechamiento, es casi un suicidio. Si una matrícula universitaria en España supone un dispendio para las administraciones públicas que ronda los 6.700 euros y para el propio alumno una participación en ella que puede rondar un 14%, es fácil calcular lo que cuesta una carrera de un muchacho, al pueblo español. Si aceptamos que hay un 30% de universitarios que abandona la carrera antes de terminarla, podemos deducir el desperdicio de dinero que ello representa para el resto de ciudadanos, que ha contribuido con sus impuestos a subvencionarlos.

Es evidente que, el nuevo Gobierno, debe dedicar el máximo esfuerzo para elevar el tono de los estudiantes universitarios; exigir una mayor nota para entrar en carreras donde exista sobra de licenciados y obligar a los que renuncien a devolver, en un número determinado de años, las cantidades que el Estado invirtió en él. Si un muchacho, sea rico o pobre, no vale para los estudios, una vez pasado por el tramo obligatorio mínimo de la enseñanza básica, es mejor que enfoque su porvenir hacia otro tipo de actividades, empezando por las distintas salidas que brinda la Formación Profesional o por otras profesiones igualmente dignas más a su alcance. De hecho, la inteligencia no es privilegio ni de derechas ni de izquierdas y no quiere decir que uno sea hijo de obreros para que su inteligencia sea mayor que otro de clase rica y viceversa.

Y aquí no cabe la argumentación simplista de señores, como el líder del PSOE, señor Rubalcaba, que apela a la sobada argumentación de que ello significa una discriminación entre pobres y ricos; por la sencilla razón de que, los que no son aptos para el estudio, por mucho que puedan sacar un título de las universidades privadas (una mera suposición que, raramente, se da); la misma vida se va a encargar de ponerlo en el lugar que les corresponda, por mucho título universitario que tenga. Hoy en día, las empresas no son como las de antaño, cuando el hijo del dueño era su heredero y el que, en muchas ocasiones, hundía el negocio. En la actualidad, los empleos están profesionalizados y nadie quiere en una empresa a un individuo que no sea capaz de ejercer su cometido con eficiencia. Becas, todas las precisas. Ayudas a los hijos de trabajadores que acrediten reunir las facultades precisas para aprovechar sus estudios, también. Demagogia respecto a que todos deben poder cursar carreras, rotundamente no. O esta es, señores, mi opinión sobre este tema.

 

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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