Como diría este gran cómico de la palabra y la expresión, señor Mota, podríamos apuntar que ya empieza a resultar cansino y, sin duda, un topicazo, esto de que las mujeres, a la menor ocasión que se les presente, tanto en una disputa corriente, un altercado, una reunión de amigos o porfiando a cerca de quien tiene razón en un accidente de tráfico, utilice, abuse y aplique, impropiamente, el término "machista", tan de moda en estos tiempos, con el que se suele calificar cualquier actitud de un varón que intente hacer valer sus razones ante una mujer. Resulta ya, excesivamente, repetitivo el que, la eterna batalla de géneros siga existiendo y radicalizándose, cuando las mujeres asisten normalmente a las universidades sin ninguna clase de discriminaciones; comparten con los hombres los mismos tipos de trabajos, forman parte de los más prestigiosos equipos de investigación y ocupan, sin que a nadie nos extrañe en lo más mínimo, puestos tradicionalmente reservados a los hombres, como el de político, soldado, barrendero, torero, herrero, fontanero etc. amén de formar parte de cualquier tipo de profesión liberal..
Por extraño que pueda parecer, todavía existen colectivos de feministas, unos de mujeres perfectamente formadas para la vida moderna y otros, el de las eternas disconformes con el papel que, la sociedad, dicen que se les tiene asignadas a las mujeres, empeñadas en mantener una especie de extraña concepción de lo que debe ser el papel de la mujer emancipada y libre, consistente, para ellas, en retener determinados privilegios, tradicionalmente reconocidos a las mujeres y, al mismo tiempo, exigir de los hombres que moderen su lenguaje, su modo de expresarse, sus gestos y hasta sus reacciones masculinas en su trato con ellas cuando, sin embargo, ellas se empeñan en predicar a los cuatro vientos que, lo que piden, es que se las trate como al género opuesto, que se les permitan igualarse a los hombres y tener derecho a ocupar y desarrollar cualquiera de las tareas y cometidos en igualdad de condiciones que ellos.
Si nos atenemos a la polisemia del término "machista" observamos que el diccionario de la lengua le atribuye dos significados: a) perteneciente o relativo al machismo y b) partidario del machismo. Lo que no nos aclara demasiado si no nos preocupamos de aclarar lo que significa "machismo" y, aquí si que se nos aclara el término al quedar definido como: "Actitud de prepotencia de los hombres respecto a las mujeres". Y si seguimos por el camino emprendido y consultamos el significado de "prepotente" nos encontramos de nuevo con dos acepciones: a) Más poderoso que otros o muy poderoso y b) que abusa de su poder y hace alarde de él. Muy bien, con estas aclaraciones semánticas, creo que nos podemos enfrentar, con ciertas garantías de imparcialidad, al tema que nos ocupa. Y espero que, lo que nos podría llevar a un buen punto de partida, sería establecer un baremo de fácil comprobación ¿ se podría considerar que dos hombres que debaten sobre una cuestión acaloradamente y a gritos defendiendo, cada uno de ellos, sus razones, si no median amenazas entre ellos, que el uno u el otro actúa con prepotencia,? Evidentemente no ¿Se podría considerar que, en el caso anterior, la discusión acalorada fuera un signo de prepotencia? No, señores, es simplemente un contraste de pareceres irascible o violento por ambas partes, pero no hay prepotencia alguna Y ahora pregunto, ¿si ello tuviera lugar entre un hombre y una mujer, cuál sería la valoración de los que presenciaran el debate?; con toda probabilidad, si fuera una mujer quien lo juzgara, acusaría al varón de machista y prepotente.
Y ello nos lleva a otra consideración. ¿Pretende el sexo femenino sacar ventaja de su victimismo, basado en la explotación y menosprecio recibido en tiempos pasados de los que responsabiliza al sexo contrario? En este caso deberíamos concluir que, lo que andan buscando las feministas, no es simplemente la igualdad de derechos, ni la igualdad de trato, sino que están pretendiendo buscar sacar ventaja de la ocasión que se les presenta, para explotar una situación peyorativa arrastrada de tiempos anteriores –si es que se puede considerar así, lo que sería muy discutible dado el gran poder que las mujeres, por su condición de madres y esposas, siempre han tenido sobre los hombres a través de la historia de la humanidad – para conseguir privilegios para las mujeres que les permitan ponerse por delante de sus eternos rivales los varones; para lo cual, –¡Oh querido Franz Wiener, comediógrafo y libretista belga (1.877-1937), que tanto conocías a las mujeres cuando dijiste: "Cuando una mujer no tiene razón debe comenzarse por pedirle perdón", ¡cuánto mal hiciste a aquellos varones que creyeron en ti! – han conseguido la desinteresada colaboración de aquellos infelices soplagaitas, que se han creído que, amilanándose y actuando de alfombrillas de las mujeres, van a conseguir sobrevivir, indemnes, a su matriarcado. En todo caso, hete aquí sus primeros logros: la paridad en las listas políticas, el abortar libremente; el equiparase a los hombres en cuanto a practicar el sexo con toda libertad y, este concepto absurdo y anticonstitucional, denominado "discriminación positiva" una expresión contradictoria en su propio enunciado, ya que, si hay algún tipo de discriminación nunca puede ser calificada de positiva ya que, en todo caso, va en contra de la ética, la justicia y el propio Artº 14 de nuestra Constitución.
Supongo que será inútil pensar que, en el cerebro obcecado y revanchista de estas extremistas radicales, muchas de ellas desesperadas porque nunca se han comido un rosco y otras cegadas por las absurdas teorías libertarias favorables al aborto, al sexo libre, a la promiscuidad –que tanto mal han hecho a la humanidad y que tantos millones de fetos han conseguido llevar a la tumba –,y a la lucha sin cuartel contra sus enemigos tradicionales, los hombres; causantes, según ellas, de todos los males que azotan la humanidad. Y es que, queridísimas señoras, como decía un anónimo: "Cuando la mujer quiere hacerse hombre, no pasa de dejar de ser mujer". Y digo que sería inútil imbuirles una idea tan sencilla de lo que significa igualdad de sexos, algo que no tiene otro significado que: ambos géneros, en igualdad de condiciones y a igualdad de conocimientos, de facultades, de méritos e inteligencia, puedan optar sin discriminación alguna por razón de sexo, a cualquier cargo, objetivo o puesto público o privado. Lo que, naturalmente, esta reñido con cualquier pretensión de que, la diferencia de constitución, la presunta debilidad física de la mujer o su condición de madre, fueran de por sí un mérito adicional, una suerte de comodín o un derecho añadido, para darle ventaja sobre los hombres.
Esto me lleva a considerar estos debates parlamentarios inútiles, en los que parece que las mujeres, cuando les incordia algo que les dicen o reprochan los hombres en sus discusiones parlamentarias, suelen acudir al manido recurso del "machismo", para desautorizar a aquel que ha rebatido sus argumentos, con mejor o peor suerte. Está visto que en el 99% de los casos en los que las mujeres acusan a los hombres de actitud machista, el calificativo es impropio y fuera de lugar. Es obvio que, si desean ser equiparadas, en todo, a los varones, también han de estar dispuestas, como hacen los varones cuando discuten entre si, a aceptar el lenguaje duro, expeditivo y rudo, aunque siempre respetuoso, de su rival; sea este hombre o sea mujer. Y es que, los tiempos han cambiado y todos debemos adaptarnos a ellos. O así, señores, opino yo sobre este tema.
Miguel Massanet Bosch