A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.
En la Rebelión de las Masas de Ortega y Gasset, dentro de su Prólogo para Franceses, encontramos una idea simple pero que entraña un profundo sentido de la realidad. Dice la cita: "A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.". Y es posible que la inmensa ingenuidad del pueblo español le haya llevado a aceptar el inmenso engaño del que ha sido objeto por parte de una pandilla de vividores, de politicastros y de falsos profetas, que se han apoderado de nuestro país gracias a sus trucos y promesas de hacer de España un país utópico, en el que los jamones colgaran de los árboles, el dinero fluyera de inmensas caracolas de oro y los hombres fueran aladas figuras angelicales que volaran por los cielos de este Olimpo irreal que algunos llamarían Paraíso. Y, precisamente, esta gran dosis de ingenuidad del pueblo, su afán de creer que la vida puede vivirse sin ninguna clase de sacrificios, esfuerzo, renuncias, dolores y trabajos, ha sido el gran placebo con el que los socialistas y nacionalistas han conseguido imbuir, en cerebros ávidos de esperanzas, de ilusiones y de esta envidia que, desde siempre, ha sido uno de los defectos de los que el pueblo español ha estado sobrado; la creencia de que puede existir una democracia perfecta que permita que cada ciudadano sea capaz, con el mínimo esfuerzo posible, de mantener un nivel de vida que el país y sus dirigentes son incapaces de proporcionarles.
A esto, con suma habilidad y sin otro aval que el engaño y la magia de la palabra encubridora de la mentira, es lo que los socialistas del señor Rodríguez Zapatero durante los siete años que han estado gobernando, y el señor Rubalcaba, ahora en la oposición; firmemente apoyados por nacionalistas y antisistema. Esto es lo que han querido hacer creer a los españoles con la fórmula "Estado del bienestar"; una expresión lo suficientemente elástica para poder ser aplicada tanto a un rico banquero como a un pobre al que se le hace creer que puede dejar de serlo por el simple método de dejarse llevar por su imaginación. Cuando el señor Fraga Iribarne dijo aquella ampulosa frase de "la calle es mía" seguramente no pensaba en que, en realidad, la calle siempre ha sido de aquellos que pretenden derribar a los que están en el poder, con la ilusoria idea de que los que se han hecho dueños de ellas van a ser los que van a sustituir, en sus puestos de dirigentes, a aquellos a los que contribuyen a defenestrar del poder.
Hoy, por desgracia, tenemos en España dos corrientes, cada una de las cuales letales para la nación, representadas, por una parte, por esta izquierda inconformista, que no sabe asumir la derrota, que está infiltrada en todos los organismos estatales y que dispone, por una cesión absurda de la derecha, del control de los más influyentes medios de comunicación; los que utilizan para tener siempre controladas a las masas de las que se valen para suplir la fuerza de los votos, mediante algaradas callejeras que, si bien no son capaces de reunir a una multitud que eclipse la fuerza de las urnas, sin embargo, tienen la ventaja de resultar muy aparentes, de dar la sensación de inseguridad y de crear una atmósfera que, hoy, en tiempos de Internet y de la telemática, se expande a la velocidad de la luz, hasta las últimas estribaciones del mundo. Por otra parte, por esta lacra que se ha ido extendiendo por algunas regiones del país, que políticos y sectores de población, incluso burgueses,.ambiciosos de poder y valiéndose de supuestos derechos históricos, y amparándose en supuestos agravios del Estado central, manejando determinados tópicos, como el de las lenguas vernáculas, han conseguido, –en parte por la torpeza de los gobiernos centrales que, sucesivamente, han incurrido en el grave error de intentar convivir con los nacionalismos en lugar de zanjar de una vez los primeros atisbos de esta enfermedad que hoy afecta a una parte importante de la nación, a causa de la metástasis de la propaganda nacionalista que, cada vez se ha hecho más incisiva y actúa con mayor impunidad – convencer a parte de la ciudadanía.
Existe la creencia de que, lo mejor que se puede hacer es intentar convivir con este fenómeno separatista. Muchos medios de comunicación, especialmente los más interesados en favorecer la especie; cargan con la fiereza del cocodrilo contra todos aquellos que denuncian el peligro en el que se halla España. Hoy mismo, el periódico del grupo Godó, La Vanguardia, dedica sendos artículos en contra de la denuncia de la señora Esperanza Aguirre, en la que la presidenta de la comunidad madrileña, pone el dedo sobre la llaga ante la posibilidad, casi certeza, de que el partido de la Copa del Rey se convierta en un acto de propaganda del independentismo vasco y catalán. Resulta algo, verdaderamente, insólito que los que se han manifestado a favor de las pitadas al Rey y al himno nacional, sean aquellos que se muestren ofendidos contra la señora Aguirre, acusándola de politizar el evento.¡ Se necesita tener cara dura para que, los que precisamente están politizando, de una manera deliberadamente ilegal, un evento deportivo!, con el peligro de que se produzcan episodios graves, sean los mismos que exijan rectificaciones y denuncien a quien, con gran clarividencia, ha señalado el peligro que entraña el permitir que se celebre un partido que ha sido, previamente, jaleado con la suficiente malicia para que se ponga en peligro la integridad de las personas, la deferencia al enviado del Rey y el respeto con el que se debe escuchar el himno español.
Y es que, un golpe de estado no necesariamente ha de ser militar y cruento, porque también puede consistir en una insumisión a las normas democráticas; en deslegitimar a un gobierno salido por la mayoría de votos en las urnas o mediante la ocupación, por cualquier motivo que sea de las calles, mediante un abuso de huelgas, manifestaciones, campañas de descrédito o acoso a las autoridades, como precisamente ha ocurrido en Mallorca con la ocupación de una oficina pública por una serie de gamberros que han atacado al personal funcionario presente. ¿Nadie va a actuar en contra de estas personas? Es posible que, incluso el señor ministro de Justicia, se achante y no quiera mojarse si, como parece que va a ocurrir, se produce el gran mitin separatista e izquierdista en el Vicente Calderón. Puede que el Rey, según ha declarado la Casa Real, envíe al Príncipe para que sea humillado por una audiencia politizada hasta la raíz y, es posible que, a la salida, los gamberros de turno se dediquen a destrozar medio Madrid sin que haya nadie que les ponga las peras a cuarto. Todo ello es posible.
Y yo me pregunto ¿por qué las calles siempre son invadidas por la izquierda?, ¿cuándo los de derechas, los que somos mayoría pero permanecemos en casa, no nos decidimos a imitar a estos gamberros y salimos a denunciar que un gobierno, al que hemos votado, se achante cuando se le pone a prueba? Esta actitud pusilánime, esta pereza a manifestarnos, esta abulia por la que esperamos que sean los otros los que nos saquen las castañas del fuego, fue la que en el año 1.931 permitió que una trampa permitiera la proclamación de la República y la que en 1.936 otra trampa permitiera el ascenso del Frente Popular al poder y… luego vino lo que vino, cuando los crímenes de las bandas terroristas y la flojedad del gobierno de Azaña y la deslealtad de Companys, irritaron a los españoles de orden y se produjo lo que, para algunos, era algo irremediable en aquellas circunstancias, la Guerra Civil española. No quiero ser agorero, no quiero anticipar acontecimientos pero, si el ministerio de Interior y el de Justicia se doblan ante actos que retan al Estado de Derecho, a nadie le debiera extrañar que la medida llegue a su colmo. Las izquierdas deben saber que todo tiene su límite. O, señores, así veo yo la situación de esta pobre nación a la que, los más patriotas, conocemos como España.
Miguel Massanet Bosch