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Imperativo de Selección (por Pedro J. Ramírez)

Publicada el julio 1, 2012 por admin6567
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(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)

OPINIÓN: CARTA DEL DIRECTOR

En el prólogo a la segunda edición de su España invertebrada, publicada hace exactamente 90 años, Ortega miraba por primera vez su controvertida obra desde fuera y alegaba que era «inevitable» que sobre ella «pesase una desapacible atmósfera de hospital». Su diagnóstico sobre la España del final de la Restauración no podía ser más negativo, pero «son las cosas a veces de tal condición -alegaba- que juzgarlas con sesgo optimista equivale a no haberse enterado de ellas».

¡Qué no podría decirse de la situación actual bajo ese mismo prisma y con esas mismas palabras! Cuando nuestro jefe de Gobierno llegó a la cumbre de Bruselas reclamando sin ambages una solución para el problema de la deuda «porque hay muchas instituciones públicas que ni siquiera pueden financiarse», estaba describiendo no ya un país hospitalizado sino un país que necesita permanecer en la UVI con «respiración asistida».

El éxito indudable cosechado por Rajoy ha consistido en lograr que se nos garantice el suministro de oxígeno en condiciones dignas. Nada menos, pero tampoco nada más. De ahí que la irrupción de espontáneos que alegan que nuestra solvencia quedará acreditada tan pronto como cese el irracional «castigo de los mercados» sólo denota cuán vasta y atrevida sigue siendo la ignorancia por estas latitudes.

Lo que las cifras del déficit del Estado de los cinco primeros meses y el último informe del Banco de España revelan es, por el contrario, que el Gobierno de Rajoy apenas está modificando la catastrófica trayectoria del de Zapatero en ese frente decisivo. Si el segundo semestre del PP en el poder no enmienda radicalmente el pobre balance de éste primero, estaríamos abocados o a la bancarrota o a un más estricto tutelaje internacional, pues cada vez damos mayores motivos para dudar de que, con ingresos tan bajos y gastos tan altos, podamos pagar lo que debemos.

Para Ortega nada resume mejor el sentido práctico de una política no basada en predicar sino en dar trigo como el rústico consejo de Sancho Panza: «En trayéndote la vaquilla, corre con la soguilla». Pocas veces la política proporciona una ventana de oportunidad como la que tuvo Rajoy nada más ganar las elecciones. Pero en lugar de actuar con la energía y rapidez que exigían las circunstancias, poniéndole un buen dogal a la res indómita del gasto público, perdió un tiempo precioso dejándola recorrer el coso de las fantasías andaluzas, quemando mucha pólvora en salvas y reemplazando la lidia sistemática de una reforma del Estado en profundidad -ésa era la «soguilla» requerida- por capotazos saltarines de mérito y efecto desigual.

Que en pleno naufragio económico aún haya comunidades autónomas que, alegando la imaginaria primacía de sus estatutos, se nieguen a aplicar copagos sanitarios o recortes en gastos escolares aprobados por el Gobierno es la mejor constatación de que casi un siglo después la España invertebrada continúa atrapada en la mezquindad de los «compartimentos estancos» que denunciara Ortega.

Pero incluso este juicio resultará benévolo si nos detenemos en el colapso del Estado de Derecho que supone que el Tribunal Supremo dicte una y otra vez sentencias que anulan la inmersión lingüística en Cataluña, la Generalitat las ignore como quien oye llover y el PP continúe completando pese a ello la mayoría de CiU en los momentos críticos. ¿Obedecerá esta vez el Gobierno catalán la resolución del Tribunal Supremo que le obliga a enseñar en español?, preguntamos el miércoles en nuestra web. El 96% contestó atinadamente que no… y hasta la próxima.

Es posible que, mirando la carretera con las luces largas de la Historia, España continúe viviendo la misma crisis de «desintegración», la misma falta de proyecto colectivo y el mismo auge de los «particularismos», en el sentido de que «creemos no tener por qué contar con los demás», que percibió Ortega a comienzos del siglo pasado.

Pero en medio de tantas tinieblas hay un elemento nuevo que quiebra el círculo vicioso de sus lúgubres reflexiones sobre la mediocridad de nuestros hombres públicos -la «ausencia de los mejores»- y la aversión al mérito que genera «un plebeyo resentimiento contra toda posible excelencia». Me refiero a los éxitos internacionales de nuestros deportistas, culminados por las gestas de la selección española de fútbol.

Si releer esta semana España invertebrada obliga a reconocer con tristeza su vigencia en cuanto atañe a la política y la sociedad, la mirada puesta en Kiev también permite discutir el fatalismo de Ortega, a través de su propio código de referencias. Empezando por su fascinación con la síntesis que Mommsen hace de la historia de Roma como «un vasto sistema de incorporación» y que él equipara en la dinámica histórica a las «ecuaciones de movimientos» de la realidad física. ¿Dónde se materializa eso mejor que en un proyecto deportivo con sus fichajes y sus tácticas?

Dice Ortega, con razón, que «los grupos que integran un Estado viven juntos para algo; son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo». Por ejemplo, ganar la Eurocopa de 2008, el Mundial de 2010 y la Eurocopa de 2012 y ser reconocidos por el Wall Street Journal como el mejor equipo de la historia del deporte en cualquier especialidad. Se consiga o no el 100% del objetivo, los hechos ya son suficientemente elocuentes de hasta dónde podemos llegar los españoles cuando nos marcamos una meta y ponemos a su servicio los medios adecuados.

Hay tres estampas de la semifinal del miércoles que explican bien lo que quiero decir. La primera, cualquiera de las «ecuaciones de movimientos» en las que Jordi Alba se asoció con alguno de los delanteros. He ahí la prueba de que la Selección incluye un acertado «sistema de incorporación». Tanto en el sentido de que un novato puede engarzarse con brillo inmediato en la diadema, como en el de que cada carril es una gozosa progresión geométrica que acumula fuerzas en pos del gol.

La segunda estampa es, por supuesto, la de la madurez exquisita de Sergio Ramos -la Selección curte a sus hombres- tanto valorada en sí misma, confrontada con su otro yo que puso hace unas semanas en órbita aquel sputnik «todo fuerza y corazón» o, especialmente, si la contraponemos con la del lanzador del cuarto penalti portugués. Durante la anterior Eurocopa ya me referí al estudio del Journal of Sports Science según el cual el índice de aciertos en los penaltis lanzados en cuarto lugar era el más bajo dentro de las tandas decisivas en los grandes torneos. La explicación es que cuanto más se acerca el desenlace mayor es la responsabilidad y todos los equipos reservan para el quinto penalti a su mejor especialista. En el Italia-España de hace cuatro años Casillas le paró a Di Natale el cuarto penalti y Dani Güiza dio la réplica con un manso disparo a las manos de Buffon. Bruno Alves siguió el miércoles la pauta, lanzándolo al travesaño, pero Ramos marcó el gol de su vida con la técnica de un virtuoso del violín.

El abrazo incontenible entre el castellano Casillas y el catalán Fàbregas cierra la trilogía. Tanto monta, monta tanto, San Iker como San Cesc. Por eso se detiene Ortega en la contestación que Fernando el Católico dio al embajador florentino cuando éste le preguntó cómo era posible que «un pueblo tan belicoso como el español» hubiera sido conquistado tantas veces: «La Nación es bastante apta para las armas, pero es desordenada, de suerte que sólo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden».

El soplo de la unidad es lo que convierte a España en la segunda mitad del siglo XV «en un cuerpo compacto y elástico». Ése ha sido el mérito analógico de Luis Aragonés, de Del Bosque y por supuesto de la Federación regida por el vasco Villar. Pero es que las hazañas de nuestra selección de fútbol han ido acompañadas por las de la de baloncesto -también fuimos campeones del mundo, también somos campeones de Europa-, no hay ningún deporte olímpico de asociación en el que no tengamos cómodo asiento en su imaginario G-7 y hay más españoles que de ninguna otra nacionalidad en la cima del tenis, el ciclismo, el motociclismo o el automovilismo.

¿Por qué cosechamos simultáneamente tantos éxitos deportivos y tantos fracasos al organizarnos como nación? La parte más básica de la respuesta está en la diferente perspectiva que adoptamos cuando competimos internacionalmente y cuando dirimimos nuestras miserias en casa. Cualquier deportista de élite sabe que en el mundo sólo hay una decena de franquicias respetables correspondientes a los grandes Estados-Nación y que España es una de ellas. Puesto que desunirse es debilitarse, lo inteligente es seguir la receta de Renan y «excluir toda exclusión».

Por otra parte, cuando suena el silbato que da inicio al partido la regla de oro es bien simple: tanto tienes, tanto vales. De ahí que se hable de la «hora de la verdad» como antitéticamente deberíamos tildar de «hora de la mentira» todas las campañas electorales y la mayoría de los actos oficiales. Bastaría reproducir el debate televisado entre Rajoy y Rubalcaba de hace siete meses para constatar hasta qué punto la política se convierte a menudo en una farsa convenida entre los engañadores y los engañados.

Está bien que Rajoy nos represente hoy a todos en el palco de Kiev, pero mucho más importante es que las reglas justas del deporte imperen en Génova, Ferraz y La Moncloa. Ésta es la parte más compleja de la respuesta a por qué nos va tan bien en una cosa y tan mal en la otra. A la cima no llegan los jugadores más dóciles con el entrenador, pero tampoco las alineaciones y las tácticas son luego fruto de negociaciones y consensos.

Ortega tituló el último capítulo de su libro Imperativo de selección y esbozó así su conclusión: «Si España quiere resucitar es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de todas las perfecciones. La gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas. Por lo mismo, de hoy en adelante, un imperativo debiera gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de selección».

Sustituyamos lo de las «minorías egregias» versus las «masas imperturbables» por una democracia genuina que recompense el talento, la virtud y el esfuerzo y dotemos a los electos de autoridad real sobre toda la Nación. ¿Dónde hay que chutar?

0 comentarios en “Imperativo de Selección (por Pedro J. Ramírez)”

  1. comercio en opciones binarias dice:
    diciembre 21, 2012 a las 6:13 pm

    Lo que Espana necesita ahora es un pais unida y fuerza a infrenarlo todo lo que veine ensima.
    En la vida en general podemos enfrentarlo todo cuando no somos solos y tenemos apoyo, asi es el gobierno y lo que esta en su cabeza.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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