José Ignacio Torreblanca (Publicado en Café Steiner-El País, aquí)
No
deja de ser una casualidad pero es revelador que la película “La vida de Brian”,
una sátira sumamente irreverente sobre la vida de Jesús dirigida por Terry
Jones, se estrenara en 1979, exactamente el mismo año en el que el Ayatollah
Jomeini tomaba el poder en Irán y ponía en marcha una teocracia
islámica.
Los caminos recorridos en estos 34 años no pueden ser más
marcadamente diferentes pues mientras que Terry Jones fue acusado de blasfemo y
fuertemente criticado por herir la sensibilidad de millones de cristianos pero
pudo proseguir su carrera artística con éxito y sin temor, Salman Rushdie,
recibió una condena a muerte del mismo Jomeini por su libro “Los versos
satánicos” (1988), obligándole a vivir recluido y protegido el resto de su vida.
La sima se abrió aún más con el asesinato del cineasta holandés, Theo Van Gogh
(2004), por su película “Sumisión”, las viñetas danesas publicadas por el
Jyllands Posten (2006), los incidentes en torno a la quema del Corán
protagonizados por el Pastor Terry Jones (2011), curiosamente, homónimo del
director de Monthy Python, y la violencia generada estos días en torno a la
película “Inocencia de los musulmanes”.
La muerte del Embajador Stevens
y otros tres diplomáticos estadounidenses, junto con los incidentes a los que
asistimos en otras partes del mundo, demuestran que el debate sobre la
tolerancia religiosa, la blasfemia y la libertad de expresión ha dejado de ser
posible ya que se ha convertido en un elemento más en una estrategia de
confrontación compartida por los extremistas a ambos lados.
Para los que
se han marcado como objetivo demostrar la naturaleza violenta y fanática del
Islam, las reacciones que vemos en el mundo musulmán no sólo son una
confirmación de sus tesis, sino un acicate para seguir por una senda de
conflicto que se está demostrando increíblemente fácil y enormemente fructífera.
Por su parte, para muchos en el mundo árabe y musulmán, estos hechos tienden a
confirmar que Occidente utiliza su marco de libertades para amparar ataques
continuados contra sus principios y valores más sagrados.
Por esa razón,
mientras que en tiempos de Theo Van Gogh y las viñetas danesas tuvo sentido
hablar de tolerancia, defender firmemente la libertad de expresión y recordar
que el Tribunal Supremo de Estados Unidos considera que la Primera Enmienda de
su Constitución ampara la quema de la bandera como una forma de libertad de
expresión, ese debate ha dejado ahora de tener el mismo sentido.
Eso no
quiere decir que debamos renunciar a nuestros principios ni valores. Limitar la
libertad de expresión sería un tremendo error. Pero el hecho de que una sencilla
cámara de video, una conexión a Internet y una cuenta en Youtube pueda provocar
una crisis internacional de tal calibre significa que nuestras relaciones con el
mundo musulmán están a merced de los fanáticos y los provocadores. Ellos actúan,
tienen la iniciativa, marcan la agenda. Nosotros sufrimos las consecuencias,
contenemos daños, somos arrastrados al conflicto. La frustración de EEUU, que se
vio involucrado en Libia en un conflicto en el que no quería participar, lo dice
todo: vidas, esfuerzos diplomáticos, recursos económicos, todo dilapidado a
cambio de nada.
¿Qué hacer a partir de ahora? ¿Cómo tejer las relaciones
diplomáticas que permitan romper esta espiral? Eso sólo sería posible si los
desgraciados incidentes de Bengasi sirvieran para tejer una complicidad entre
todos los que en unos y otros países se muestran asqueados por este nivel de
violencia e intolerancia y, en paralelo, entre los gobiernos que tienen que
gestionar esta crisis a un lado y a otro si fueran capaces de entender cuán
frágiles son y qué inermes están si no se unen y actúan en consecuencia para
sofocar conjuntamente estas crisis y blindarse contra otras futuras. Hoy por
hoy, encontrar ese camino parece enormemente difícil. Sin embargo, es el único
posible.
No hay que existir la violencia en el mundo.La violencia existe cuando no existe la tolerancia entre la gente.
La gente tienen que acceptar y respectar la otra gente que vive en el mundo.
Si lo hacemos vamos a vivir en un mundo mejor.
juegos de carreras
Aires de La Parra: Atrapados en la blasfemia (por José Ignacio Torreblanca)
juegos de carreras
Aires de La Parra: Atrapados en la blasfemia (por José Ignacio Torreblanca)