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El independentismo que va y viene (por Valentí Puig)

Publicada el octubre 13, 2012 por admin6567
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El nacionalismo fomenta hoy un determinismo discordante en el propio seno de la sociedad catalana y en la trama de España

Valenti Puig (Publicado en El País, aquí)

El nacionalismo catalán raramente ha aprendido de sus errores porque en gran
parte se basa en que los errores sean siempre cosa ajena. Después de las tesis
de la concordia, eso llevó al estoicismo de la conllevancia. Hoy fomenta un
determinismo discordante en el propio seno de la sociedad catalana y en la trama
de España. Así el independentismo va y viene como una fórmula que tiene bastante
de burbuja.

Como primeros implicados, los ciudadanos de Cataluña manifiestan su
perplejidad en las encuestas y al mismo tiempo perciben que el ritmo de la
política nacionalista es de taquicardia, precisamente cuando más falta haría un
pulso sereno, claridad en horas tan difíciles. En su libro sobre Cambó y
refiriéndose con crudeza a la Cataluña política, Pla decía: “Vivimos en el país
de las soluciones y solo hace falta plantear una cosa para que lluevan de todas
partes como el pan bendito”.

Ocurre ahora. Al ser tan ardua la gestión de la crisis económica, el liderato
de una sociedad compleja y el laberinto de un nacionalismo que —como es el caso
de Convergència— pretende solventar las discrepancias sobre la financiación
autonómica abraza la sombra de un independentismo inarticulado y sin sustancia
intelectual apreciable, de un lenguaje más bien arcaico y contrapuesto a la
dinámica de la sinergia y la cooperación.

Artur Mas ha hallado la solución y es una versión no excesivamente creativa
de la vieja ambigüedad: postular como salida lo que es un enredo semántico
ideado para captar voluntades, en un panorama de insatisfacción e incertidumbre
tan acentuado que la gestión política de la Generalitat consiste en esquivar
como sea las relaciones entre causa y efecto. Tendrán la palabra los electores
en noviembre y será de interés constatar el volumen del abstencionismo, un
incremento o una reducción, tal vez manteniéndose en los altos porcentajes que
se producen en toda elección autonómica a diferencia de las elecciones
legislativas. Algo tiene que ver con ese dato la evolución del socialismo
catalán, sin visión a largo plazo, bloqueado y dividido por sus complejos de
insuficiencia nacionalista.

Las mayorías no son destructibles ni indestructibles:
pertenecen a la voluntad popular

Ya observaba Pla las caras largas cuando la actuación se topa con una
dificultad, cuando surge una contrariedad naturalísima que no había sido
prevista. Hoy Artur Mas pide una mayoría indestructible para avanzar hacia la
independencia de Cataluña. A saber cómo se construyen las mayorías
indestructibles en sociedades que albergan los conflictos del mundo actual, las
tensiones generacionales, los intereses legítimamente contrapuestos, la
intricada manera de ejercer el pluralismo. Propugnar mayorías indestructibles es
otra contradicción semántica. Las mayorías no son destructibles ni
indestructibles: pertenecen a la voluntad popular, a la decisión de los
individuos y no a un arquetipo colectivo de los territorios.

Tiene un interés muy actual la idea de instituciones “inclusivas”. Las
concebidas por la Constitución de 1978 tienen una complexión estable,
perfectible como todo, pero su ADN es la continuidad, según consensos que se
realimentan por el simple hecho de un sistema de convivir. Eso es: las
instituciones dan cuerpo a la coherencia de una sociedad, de su naturaleza
política y al mismo tiempo su solidez y continuidad, así como su transparencia,
son necesarias para el buen crecimiento económico, al igual que la unidad de
mercado. Son instituciones que se modulan y transforman según la ley para que el
conflicto quede encauzado.

En busca de una aceptación anchurosa de la sociedad catalana en el instante
más álgido de la transición, el retorno de Josep Tarradellas en 1977 y la
restauración de la Generalitat fue una operación de envergadura, como lo sería
el Estatut de 1979, significativo de una amplia redistribución
territorial del poder del Estado. Tarradellas proponía una Cataluña autocrítica,
integrada e integradora, sin particularismo. En 2006, el segundo
Estatut tuvo más de problema que de solución, un error de la clase
política catalana que fue tergiversado hasta el punto de darle figura de
agravio.

Desde entonces, contribuir al impulso del tifón ha sido una tarea
político-mediática de cierto estruendo, pero sin las amplísimas conexiones
sociales requeridas al proponerse un vuelco histórico como es una propuesta de
secesión. Décadas después de la Transición, la sentimentalidad de ese
independentismo que va y viene parece haberse adueñado de la opinión pública
catalana, pero en buena medida es un efectismo engañoso. En realidad no es que
las opciones posibilistas estén agotadas. No es que la vía del catalanismo
autonomista ya no pueda demostrar su validez. Es que el nacionalismo ha decidido
carecer de otra alternativa que tener en vilo a la ciudadanía, agregar
inseguridad a la economía, ahondar en la ambivalencia semántica y forzar un
distanciamiento con el conjunto de España, como exacerbación de una queja que la
buena política podría ir acotando si se lo propusiera. En el mejor de los casos,
esas cosas van y vienen, pero dejan algunos desperfectos.

Valentí Puig es escritor.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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