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Es el poder lo que está en juego (por Lluís Foix)

Publicada el marzo 17, 2016septiembre 11, 2025 por Juan Andrés Buedo
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(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquÍ)

Cada vez que alguien se propone construir un hombre nuevo o un nuevo orden, la realidad se encarga tarde o temprano de desmentirlo. Todo es muy viejo, antiguo, probado por la fragilidad de la condición humana a lo largo de los siglos.

Cuando se habla de nueva política casi me entra la risa. Hay nuevas caras, estilos nuevos, argumentos distintos y retóricas innovadoras. Pero el ejercicio del poder tiene constantes poco variables. En un interesante libro de Svetlana Alexiévich, El fin del homo sovieticus, la premio Nobel de Literatura del año pasado nos describe cómo lo peor del comunismo era lo que vendría después, a juzgar por los testimonios orales de personajes de toda condición y procedencia de la antigua Unión Soviética.

Una multitud de testigos relatan sus experiencias desde el desengaño, la frustración y la incredulidad. El hombre nuevo volvía a ser viejo y se comportaba con las mismas actitudes del mundo capitalista que había sido considerado por el leninismo como la degradación humana más despreciable.

El extraordinario éxito de Pablo Iglesias y Podemos en las elecciones del 20 de diciembre se vistió de nuevos lenguajes, conceptos ingeniosos retóricamente expresados en tertulias y foros públicos, castigando a las castas de todo tipo y prometiendo la felicidad de todos.

Las urnas les entregaron más de cinco millones de votos, consiguieron ser la tercera fuerza en el Congreso y en su franquicia política en Catalunya se convirtieron en el partido más votado. Un éxito inesperado y rotundo. De ellos depende ahora si Sánchez consigue ser investido presidente.

El éxito tiene muchos padres, especialmente en un partido radical de creación reciente. El centralismo democrático que ha querido imponer Pablo Iglesias en Podemos ha topado con los viejos camaradas. Ha dimitido el número tres de la dirección y otros nueve miembros de la cúpula madrileña abandonaron su cargo alineándose con el joven Íñigo Errejón, el número dos de Podemos.

En un comunicado en la noche del martes se destituía a Sergio Pascual, secretario de organización del partido, por “una gestión deficiente” en los últimos meses. El debate de la nueva política, desprovista de castas y de intereses espurios, se manifiesta como una lucha descarnada por el poder. Como siempre y como en todas partes. En una carta de Iglesias a la militancia de Podemos se utilizaba el lenguaje frío y seco de los soviéticos: “No debemos volver a cometer errores como este y deberán asumirse las respon- sabilidades”. La destitución, sin más explicaciones, es una aceptación de responsabilidades. La dirección de los partidos por jefes autoritarios comporta un séquito nutrido de rebeldes potenciales. Tan viejo como la tos. Pueden proclamar una política distinta, pero no nueva.

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