Decía J. W. Goethe: "La propiedad de la expresión es el principio y el fin de todo arte"
Me van a permitir, por esta vez, que me apee de mis habituales comentarios sobre la política y la sociedad, para regresar a un terreno menos mediático, seguramente más íntimo y, con toda seguridad, de menor lucimiento. Les voy a confesar algo. Cuando las personas, como es mi caso, salen de la madurez para entrar en lo que los más compasivos denominan como la tercera edad y para aquellos que prefieren no andarse con chiquitas: la vejez, la senectud, la ancianidad o la senilidad; han entrado en aquella fase de su vida el la que cada cual ya tienen el edificio de su existencia terminado, al que ya no se le pueden añadir más que algunos toques de dolor, desesperanza, nostalgia o desesperación; nos importa mucho lo que les ocurre a las personas que pertenecen a nuestra generación con las que, aunque en muchos casos no nos unan lazos de parentesco, amistad, conocimiento, odio o simpatía; por el sólo hecho de haber formado parte de nuestro entorno, de nuestras vivencias, experiencias o recuerdos, ya tienen la facultad de influir en nuestras vidas, como un simple ladrillo lo forma de un edificio, aunque no sea indispensable para que se sostenga o para su embellecimiento.
Últimamente, son muchas, seguramente por ser ley de vida, las personas de nuestra generación que nos abandonan, ya fuere para lo que se denomina como "pasar a mejor vida", algo que nadie sabe si será así (aunque como personas religiosas tenemos la esperanza de que lo sea) o bien, como es el reciente caso de la abdicación del Papa Benedicto XVI, que ya ha anunciado que nos va a dejar para siempre, retirado en un convento de clausura para dedicarse por completo a la meditación y la oración. Puedo decirles que, al menos en mi caso, cada uno de estos sucesos, óbitos o retiros (quiero recordarles los célebres versos de Fray Luis de León: "¡Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo ha sido!" hoy en plena vigencia por la decisión de SS.el Papa) son motivo de un pequeño trauma emocional, que varía de intensidad según sea mi sincronía, simpatía o afecto por el personaje desaparecido aunque, en la mayoría de casos, no lo conociera personalmente y sólo lo hubiera visto a través de la prensa, sus obras, los noticiarios o las películas.
Hoy mismo hemos conocido el fallecimiento, a los 81, años de la famosísima actriz sueca Anita Ekberg, ¿quién no recuerda aquella película de Federico Fellini "La dolce vita" y su célebre baño nocturno, vestida, en la Fontana de Trevi? Y es que, señores, a lo largo de nuestra vida hemos visto desaparecer a personas con las que relacionamos determinados lugares, situaciones, amigos o episodios sentimentales. Formaron parte de momentos de nuestras existencia, como Hitler, Musolini, el general Montgomery o el Aga Khan, de la secta ismaelita nazarí, y su bellísima esposa, la Begun Om Habibeh (anteriormente mis Francia); o nos alegraron nuestra niñez como, Errol Flyn, John Wayne o los hermanos Marx o nos proporcionaron noches de insomnio como el truculento Boris Karloff (El Monstruo de Frankestein) o el eterno vampiro, Bella Lugosi. Cada muerte se llevó consigo un pedazo de nuestras vidas, dejando un hueco en nuestro edifico de vivencias y recuerdos, algo irremplazable, doloroso y nostálgico que nada más que, quienes lo sienten, son capaces de valorar en sus justos términos
La noche pasada falleció, a los 76 años de edad, víctima de un cáncer, una de las viejas glorias de la canción española, una señora a la que no se le atribuyeron escándalos, ni formó parte de la gran Jet –esta emponzoñada camada de vividores que, insensibles a los problemas del resto de España, siguen sus vidas de despilfarro, fiestas, orgías y escándalos jaleados por aquellos ( prensa, TV, radios y agencias publicitarias) que saben sacar beneficio de la explotación de sus miserias –; una mujer que empezó a cantar a los 14 años y debido a su voz y buen hacer, especialmente a la forma y el dramatismo con el que interpretaba sus coplas, mereció que se le diera el título de "La actriz de la canción"( al parecer la idea salió del presentador David Cubero). Maria Felisa Martínez López , conocida como Marifé de Triana, ha fallecido y, como otras que la precedieron en su viaje al más allá, Lola Flores, Imperio Argentina, Estrellia Castro, Manolo Caracol o Gracia de Triana; dejando a los que, siendo apenas aprendices a hombres, la pudimos ver actuar, embobados, sentados en una mesa de la sala de fiestas en la que actuaba, ante sendos cuba libres, mientras en otras mesas corrían ríos de champaña para satisfacer a la señoritas que acudían, como moscas, a los señorones que gastaban el dinero a manos llenas.
Unos tiempos de juventud que, sin disponer de TV, ni de caros tocadiscos, ni de coches o motos ( los afortunados teníamos bicicletas), también éramos felices cuando conseguíamos ahorrar unas pesetas para asistir, eso sí como pinceles, a un espectáculos que para nosotros era "de mayores" aunque, para unos chicos de 17 años, nos pareciera un tanto pecaminoso. Esta mujer, Marifé de Triana, cantaba la copla como los ángeles y cuando se movía por el escenario era como si lo que contaba en sus canciones se mimetizara a la perfección en sus expresiones y gestos. Sin duda que, su dilatada carrera como cantante, le proporcionó grandes triunfos, aunque nunca dejó de ser una persona modesta, discreta y celosa de su intimidad, que supo mantener su vida privada lejos del alcance de la prensa cotilla y de la maledicencia de las gentes.
Me imagino que, el final de la vida, cuando viene lentamente a través de los años, tiene un prólogo, una especie de preparación, que consiste en esta pérdida de referencias generacionales, este goteo de huecos o este cúmulo de pequeñas decepciones, esta sensación de desvalimiento que produce el sentirse cada vez más solo, menos arropado en un mundo que ya no nos pertenece, en el que no tenemos protagonismo alguno y en el que muchos piensan que sobramos, como parece que piensa este ex ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, al declarar que "los ancianos de su país, son una carga pesada para la situación económica de su país, a pesar que representan solo la cuarta parte de la nación nipona". En todo caso, señores, tengo por costumbre rezar una corta oración por cada persona que forma parte de mis recuerdos de antaño, cuando fallece. Puede que sea algo innecesario, pero no puedo evitar pensar que nada pierdo ganándome abogados para que me defiendan en este tránsito metafísico.
Es posible que, en los tiempos que corremos, a alguien le parezca una cursilería lo que digo, que lo atribuya a alucinaciones de viejo o le reafirme en la convicción que lo mejor de todo es pedir la implantación de la eutanasia para así librarse de toda esta pléyade de jubilados. Si he de decirles la verdad, por suerte o por desgracia ya he llegado al convencimiento de que me importa un bledo lo que puedan pensar de mí, de lo que opino o de lo que defiendo, porque en ningún caso voy a cambiar y, mientras haya alguien que tenga la humorada de leerme, seguiré en mi línea de decir lo que me venga en gana, pese a quien pese y moleste a quien moleste. Y es que, señores, el privilegio de llegar a mi edad es que ya nadie, por mucho que se empeñe, me puede herir porque estoy acorazado con el blindaje que me ha proporcionado toda una vida de lucha. Dios acoja en su seno a esta mujer que, con su voz y su arte, tanto bien supo hacernos a todos. O así es como lo veo yo.
Miguel Massanet Bosch