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País de insensatos (por Pedro G. Cuartango)

Publicada el marzo 26, 2016septiembre 11, 2025 por Juan Andrés Buedo
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PEDRO G. CUARTANGO (Publicado en El Mundo, aquí)

Decía Lampedusa que es necesario que todo cambie para que todo siga igual. La frase describe literalmente lo que está sucediendo en nuestro país: que las mutaciones vertiginosas de los últimos meses ocultan la absoluta inmovilidad de la política.

Los nacionalistas catalanes mantienen su desafío al Estado, los episodios decorrupción son ya una sección fija de los periódicos, las querellas entre los partidos nos suenan a repetitiva letanía y todo tiene una sensación de deja vu que nos produce un hastío infatigable.

La crisis ha arrasado la sensación de seguridad que había en los años de euforia económica, pero la realidad es que ni el capitalismo se ha reformado ni los responsables de la debacle han sido castigados. Al contrario, muchos se han ido a casa con suculentas compensaciones.

Mientras los recortes empobrecen a la población, tenemos una clase dirigente que jamás paga por sus errores y que se perpetúa en el poder gracias al sistema de puertas giratorias por el que se transita de la Administración a la empresa o de un consejo a otro. Los nuevos reproducen la conducta de los viejos y muestran el mismo cinismo cuando se detectan asuntos de corrupción o de financiación ilegal.

Nuestra democracia carece de mecanismos efectivos de exigencia de responsabilidades y, por añadidura, el sistema judicial es lento y garantista, lo que favorece la impunidad de las fechorías. Ahí quedan los casos de los ERE, de Pujol o de Gürtel.

Hay muchos políticos y periodistas que hablan de la necesidad de reformar la Constitución, pero estoy convencido de que ello no serviría para acabar con esas prácticas que están socavando la confianza de los ciudadanos en las instituciones y destruyendo nuestra democracia.

No es una cuestión de cambios superestructurales, sino de la mentalidad de los políticos y de los propios ciudadanos, que no creen en las leyes y buscan atajos para sobrevivir en una sociedad donde los malos ejemplos desalientan las conductas honradas.

Si en los años posteriores a la Transición, España se convirtió en un modelo de éxito, ahora es justo lo contrario: un fracaso estrepitoso de las instituciones y de unos partidos que son incapaces no ya de llegar a acuerdos sino tan siquiera de sentarse en una mesa para intentarlo. Da la impresión de que el cainismo que ha marcado nuestra Historia ha reaparecido para bloquear la búsqueda de una salida.

Han pasado casi 100 días desde la celebración de las elecciones y no se vislumbra la posibilidad de ningún acuerdo que permita la gobernabilidad del país. Y todo apunta a que vamos a ser convocados de nuevo a las urnas con unos resultados que serán parecidos.

España ha entrado en una espiral de autodestrucción, que no sólo está generada por la falta de talla de la clase política sino también por el entontecimiento de una sociedad, fascinada por un espectáculo televisivo que lo banaliza todo. Y ni siquiera hay intelectuales con autoridad moral para alzar la voz o gentes con capacidad para discernir el bien y el mal.

Perdone el lector por el pesimismo, pero tengo la sensación de que este barco se va hundiendo, mientras sus pasajeros siguen bailando en la cubierta. La música de la orquesta nos impide escuchar los truenos de la tormenta que se acerca, que puede ser peor que la que nos azotó a partir de 2008. Somos un país de insensatos.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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