Agustín Arroyo
(Publicado en 20minutos.es/tu blog, aquí)
Corea del norte no cesa de acrecentar sus provocaciones contra Corea del sur.
La exaltación inexplicable y el culto a la personalidad de Kim
Jong-un no deja de provocarnos, cuando menos, un glacial y repulsivo
escalofrío. Las multitudinarias liturgias de corte militar nos
recuerdan, por desgracia, a las wagnerianas escenografías de la teatral y eficaz
maquinaria propagandística nazi en Nuremberg. Los ampulosos y descerebrados discursos de los
dictadores tan sólo sirven para avivar la condición más repulsiva de ciertos países o naciones, el hipernacionalismo fanático de naturaleza vengativa, revanchista y sangrienta.
Las uniformidades gregarias bramando con enardecimiento el comienzo de la barbarie dibujan un espectáculo tan lamentable como indecoroso. La ONU y el Consejo de Seguridad deben presionar al gobierno de Corea del
Norte por la vía diplomática para que abandone esta actitud de matonismo enfebrecido. No se puede tolerar que un país no demasiado grande ni influyente en el concierto de las naciones ponga en peligro la pervivencia de una
cierta estabilidad mundial arriesgando el control sobre
proliferación nuclear en la península del paralelo 38º.