Existen una serie de términos en nuestro diccionario que parece que hace tiempo que han entrado en desuso, quizá porque la modernidad los ha considerado cursis o dêmodé, como dirían los franceses; también puede que, debido a que resulta más cómodo, más fácil y, en ocasiones, menos peligroso olvidarse de ellos que ponerlos en práctica. Sea como fuere, creo que los españoles hemos sido capaces de traicionar a nuestros ancestros al convertirnos en una casta a la que parece que ya nada le importa, que somos capaces de prescindir de nuestro honor sin que ello nos duela o que nos rendimos ante el dinero como lo hicieron los judíos ante el becerro de oro que les fabricó Aarón en ausencia de Moisés. La laicidad, el relativismo y el materialismo exacerbados, sin duda, han contribuido, en gran manera, a que aquel espíritu de apego a nuestro país, aquella bravura que demostraron, por estas fechas, los madrileños ante la invasión gabacha o la heroicidad de aquel puñado de españoles que defendieron, con todas las circunstancias en contra, aquel fortín de Baler, nuestro último bastión en Filipinas; son sólo episodios históricos que la incuria, la desidia, el pragmatismo perezoso y el egoísmo que nos ha invadido, han dejado reducidos a meros capítulos empolvados que duermen el sueño del olvido en viejas bibliotecas..
Es posible que, en España, algunos piensen que manteniéndonos sumisos, encajando una y otra vez que nos golpeen en nuestras partes más sensibles y haciendo ver que no nos enteramos de los insultos que, impunemente, algunos palurdos tercermundistas, ignorantes elevados a presidentes y destripaterrones convertidos en dictadores; incapaces de comprender que, en un mundo civilizado, no se puede andar como nuevos ricos, por el hecho de tener petróleo y de mantener acogotada a la oposición y engañado al pueblo; pisoteando la honra de las naciones; zahiriendo a los gobiernos y presumiendo de matón de quince perras, amenazando a todos aquellos que se "atreven" a diferir de sus políticas dictatoriales con represalias que, si llegaran a materializarse, sin duda que los primeros afectados serían los mismos venezolanos.
Lo cierto es que no es la primera vez que encajamos de nuestros "amigos" americanos actos hostiles, insultos, rencores alimentados durante siglos, infundios y cuentos chinos sobre atrocidades cometidas por los "conquistadores" que, si bien incurrieron en abusos y actos violentos, algo muy común en los conquistadores de aquellos tiempos, también sacaron a los nativos de la ignorancia, los civilizaron y les enseñaron cultura, No se puede decir ni olvidar que en la cultura propia de aquella gente también existían costumbres bárbaras, torturas y sacrificios religiosos que no fueron importados a América por los descubridores españoles.
Parece que, tanto el señor Chávez, como su sucesor el impresentable Nicolás Maduro, un conductor de metro al que una carrera política meteórica lo llevó al poder antes de que tuviera tiempo de aprender como se gobierna; se educara en formas sociales y se quitara de encima el polvo de la dehesa, que todavía conserva intacto, si no físicamente, si intelectualmente; se olvidaron del respeto que debían a su madre patria, se envolvieron en la bandera de un trasnochado bolivarismo y, como han hecho en Argentina la señora Kirtchner y en Bolivia el señor Evo Morales, han creído que pueden ofender impunemente a esta parte de Europa ¿ lo somos o no, señora Merkel?, que, en ocasiones, también parece que le tiene sin cuidado que, una de las naciones que forman parte de la CE, sea maltratada internacionalmente, como ha ocurrido en el caso de la expropiación manu militari de la empresa YPS de Repsol por la señora Fernández, sin el menor respeto por las normas internacionales y poniéndose por sombrero todos los usos financieros y económicos, sin que la reacción de nuestros "amigos" los europeos haya sido la que todos hubiéramos esperado en un caso tan grave.
Es posible que, a nuestro ministro de Asuntos Exteriores, señor Margallo, le preocupe más la suerte de nuestros bienes en Venezuela o de nuestros bancos en dicho territorio que la defensa de la honra de España y de los españoles. Tampoco podemos descartar las presiones que, por parte del resto del Ejecutivo se le hayan hecho para que se desentienda del tema, convencidos de que, si permanecemos callados y encajamos los golpes de todos aquellos que ya se han dado cuenta de que pueden hacerlo impunemente – porque la sangre de los españoles ya se ha convertido en horchata – se aprovechan de la oportunidad de darnos en los morros cada vez que se les antoja. Sé que estamos en minoría, sé que, hoy en día, el patriotismo está en desuso y el pasotismo impera entre una juventud a la que nadie le ha enseñado el valor del fervor patrio, el respeto por los símbolos nacionales y el orgullo de ser español. Es una de las fatales consecuencias de haber suprimido el servicio militar obligatorio, en teoría, para que los estudiantes aprovecharan mejor el tiempo y los trabajadores no perdieran ripio en su profesión. Ni hay trabajo, ni los estudiantes, al menos en un 30%, quieren estudiar y tampoco se matan por trabajar y, una parte de ellos, se dedican a vegetar por discotecas, botellones, bandas juveniles y drogándose, de modo que todas aquellas ventajas se han reducido a meras utopías.
Yo no sé si el señor Margallo sigue pensando que, por ese camino de la claudicación, va a conseguir saciar a este nuevo Nerón venezolano. Puede que siga convencido de que nuestros bancos van a seguir funcionando normalmente y ganando dinero sin que la administración venezolana decida intervenirlos y expropiarlos, como ha sucedido en Bolivia y en Argentina. Le alabo el optimismo pero no lo comparto y lo que debería hacer con la mayor premura es aconsejar a los grandes bancos españoles que tomen las medidas oportunas para evitar que, cuando llegue el momento, se encuentren ante una situación en la que ya no sea posible salvarse de la quema. Quien avisa no es traidor.
Aunque ya estamos acostumbrados a que nuestros gobiernos sean incapaces de poner orden en esta nación; aunque ya sabemos como han venido reaccionando ante el problema catalán y vemos, consternados, como cada día que pasa, su autoridad es puesta en cuestión en las calles, en las cámaras de la nación y en las propias instituciones; los pocos españoles que todavía nos consideramos patriotas, aquellos que se nos eriza el vello al escuchar nuestro himno y nos embelesamos viendo ondear la bandera española; aunque sepamos que nuestra denuncia no va a ser atendida, aunque reconozcamos que vamos contra el sentir general y se nos pueda considerar anticuados y carcas, no vamos a dejar de hacernos oír, reclamando que el honor de nuestra nación no puede quedar supeditado a un interés material de algunos empresarios que, cuando invirtieron en esas naciones, ya sabían el riesgo que iban a asumir y, por ello, deben ser ellos y no todo la nación, los que apechuguen con las consecuencias de su temeridad.
¡Ya basta de ayudas a empresas que no han hecho nada para merecerlo! Ya basta de hinchar a aquellos bancos causantes de nuestra crisis y ya basta de esconder la cabeza debajo el ala cuando se insulta gravemente a nuestra nación. Y aquellos que debieran defenderla se quedan como si la cosa no fuera con ellos. ¡Una vergüenza que sólo favorece a los empeñados en desacreditar a España para satisfacer sus espurios intereses de apoderarse de ella! O así es, señores, como pienso yo.
Miguel Massanet Bosch