"Cada niño, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido todavía la esperanza en los hombres." Rabindranath Tagore
¿Por qué será que, aquellos que no creen en la metafísica, los que fijan sus objetivos en vivir la vida lo mejor que les sea posible, porque no creen en otra vida más allá de la muerte y aquellos otros que se empeñan en complicársela cuando, en lugar de procurar disfrutarla en paz y en armonía con el resto de la humanidad, prefieren amargársela en el empeño de fastidiar la de sus prójimos mediante la intriga, la malicia, el rencor, la venganza, el odio, la tortura o, incluso, el asesinato; están empeñados en privar de la posibilidad de disfrutar de esta experiencia vital a posibles nuevos seres que, al menos, tienen tanto o más derecho que, sus propios padres, a tenerla?
Sólo la ignorancia de la misión que la Naturaleza ha encomendado a todo ser viviente, desde la más pequeña bacteria al más voluminoso animal que habita en nuestro planeta, de reproducirse y transmitir sus genes a futuras generaciones, puede hacer pensar a alguna persona que, el renunciar a la función reproductora de dar a luz nuevas vidas, el anteponer la comodidad o renunciar a la bendición de generar nuevos seres vivos, que sólo puede entenderse e incluso aceptarse si, quienes piensan así, renuncian a la paternidad antes de que una nueva vida se haya engendrado dentro del cuerpo de la madre. Nadie está obligado a casarse, ni a asumir las responsabilidades de la paternidad pero, con la misma rotundidad se puede afirmar que nadie, ni por las leyes naturales, ni por la voluntad de Dios ni por los evidentes derechos de los concebidos a disfrutar de su existencia, pueda verse privado de ello, sólo por una errónea concepción de los derechos que les asisten a las mujeres sobre su cuerpo, unos derechos que, por su propia constitución física y por ser una de las funciones del sexo femenino, nunca se pueden entender como justificativos de recurrir al aborto cuando les venga en gana. Durante años esta práctica estuvo penalizada en nuestro código penal y, sólo desde hace unos años, gracias a las intrigas legislativas de los socialistas, se cambió el sentido de la ley pasando de ser un delito a considerarse un "derecho" de las mujeres.
Resulta curioso que, precisamente, aquellos que lo apuestan todo al disfrute pleno y libre de su vida, porque no creen en la otra de después de la muerte; son los mismos que, por un egoísmo que podríamos calificar de desnaturalizado, quieren impedir que otras vidas puedan también gozar de una existencia que, sin duda alguna, comparada con la nada, el no existir y el regreso a la nada, después de la muerte; es un tesoro inconmensurable del que nadie puede ser privado debido a la comodidad de sus padres o por un imaginario derecho a no asumir las molestias de un embarazo, fueran cuales fueran las excusas que para ello se alegaran que, sin duda, declinan ante el derecho superior del feto a la vida. Y no se trata de hablar de un derecho moral o una doctrina religiosa, sino que es la propia subsistencia de la raza humana la que está en juego. Es el mandato de la naturaleza que rige para todos los seres vivientes, contra el cual, nadie tiene derecho a atentar.
Huelga toda la hipocresía que se usa como moneda corriente para comprar o vender sentimientos caritativos, ONG's, cuestaciones o campañas para salvar de la pobreza y la muerte a niños de países empobrecidos, si se deja aparte e, incluso, se viene fomentando, que, en países civilizados, entre personas que se consideran solidarias con el resto de la humanidad se fomente, se consienta, se mire como algo natural o se haga la vista gorda a esta práctica que, para cualquier persona con un mínimo de sentimientos caritativos y de compasión, no es más que uno de los asesinatos más alevosos que se puedan cometer contra la vida de un ser indefenso e inocente. Y aquí conviene que corrijamos a algunos socialistas que vienen difundiendo, a quien los quiera escuchar que, desde que se promulgó la ley socialista del aborto, el número de abortos ha disminuido. Desgraciadamente, para quienes sostienen tal falacia, los números cantan. Así, cuando en 1995, con la primera Ley del Aborto vigente, el número de abortos inducidos ascendió a 49.367 alcanzando en el 2010 (cuando se modificó la ley) los 113.482; la consecuencia inmediata fue que en el 2011, último año del que dispongo datos, subió a los 118.359 un 4'34% más que el año anterior. Luego, ¡de disminución nada de nada!
El día 5 de julio de 2010 entró en vigor la actual Ley del aborto, coincidiendo con los 25 años de la primera ley del aborto de la democracia, la ley Orgánica 9/1985 de Reforma del Aborto. Nadie ha podido explicar como conjugar la posibilidad de disponer de la vida de un nasciturus, al albedrío de su madre, con lo que dispone el Artículo 18 de la Constitución cuando señala: "Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradante. Sin embargo, no debemos extrañarnos ante lo que han sido determinadas interpretaciones de la Carta Magna por los tribunales, al frente de los cuales, el propio TC ha dado evidentes muestras de la politización de sus resoluciones.
Ahora, de nuevo y ante la próxima modificación de aquella ley inmoral, que convirtió la práctica de abordar en algo sin control alguno, gracias al supuesto de peligro físico para la medre, que se convirtió en el gran coladero por el que se enriquecieron todas las clínicas especializadas en esta satánica práctica, convirtiendo a España en el actual paraíso de toda Europa para quienes desean abortar sin dilaciones o controles. Como no podía ser menos, se ha pretendido justificar al aborto voluntario como un medio de preservar la salud de las mujeres, suponemos que comparándolo con los que se practicaban en clínicas ilegales o por matronas desconocedoras de los peligros de una intervención sin las debidas garantías de higiene; pero esto es hacer trampa, porque no se trata del método que se utiliza para matar al feto y de las consecuencias que uno u otro tienen para la madre, sino que se debe comparar con lo que es el proceso normal del embarazo que, en una gran mayoría, trascurre sin incidentes graves y con plenas garantías para las mujeres embarazadas.
Otra cosa y capítulo aparte merecen las circunstancias económicas que puedan influir en la madre para intentar desembarazarse de un hijo que piensa que no podrá cuidar como se merece. Pero es evidente que el Estado tiene previsto soluciones para estos casos que implican ayudas, residencias y ayudas materiales a aquellas madres que no estén en condiciones de poder asumir los gastos de la maternidad. En España, la fundación Madrina, informa que hay más de 10.000 familias interesadas en adoptar pequeños que, no obstante, tiene dificultades en conseguirlo debido a que, la rigidez de las leyes, pone muchas trabas a que formen parte de una nueva familia, ya que los padres biológicos y en dificultades recurren la custodia y los procesos se alargan a la espera de que resuelvan sus problemas. Así, en los orfanatos hay 40.000 pequeños en desamparo.
Es obvio que se deben exigir a las Administraciones estatales y autonómicas que se pongan a la labor de reducir trabas burocráticas, se simplifiquen los trámites y se faciliten las adopciones lo que, de paso, es evidente que podría favorecer el ayudar a estas mujeres que se espantan ante la perspectivas de verse convertidas en madres sin recursos para sobrevivir. Un tema que debería situarse a la vanguardia de los objetivos del Gobierno, por la trascendencia y urgencia que supone el evitar esta insoportable carnicería anual de inocentes criaturas. O así es, señores, como pienso al respecto.
Miguel Massanet Bosch