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Papeles de Panamá: Paraísos fecales (por Rubén Amón)

Publicada el abril 7, 2016septiembre 11, 2025 por Juan Andrés Buedo
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De Olegario y El Albondiguilla, al verdadero Austin Powers; los papeles de Panamá mezclan la vergüenza y la impunidad con los episodios grotescos

RUBÉN AMÓN (Publicado en El País, aquí)

 
Paraísos fecales

La gravedad del escándalo Panama Papers como cuarto oscuro de las democracias —y de las tiranías— no contradice la proliferación de pasajes estrafalarios, tragicómicos. Entre ellos, que Oleguer Pujol aparezca como Olegario en sus propias sociedades offshore, significando que es muy catalán para cantar Els segadors y muy español, Olegario, para perpetrar la evasión y el blanqueo de dinero.

No conmueve especialmente que la familia Pujol hubiera incluido a Panamá en su exhaustiva ruta de paraísos. Es más, el directorio enciclopédico de los turistas fiscales aporta cierto esnobismo y cosmopolitismo a sus protagonistas, una hermandad de ciudadanos especiales, una sociedad de privilegiados que veranea el dinero en los refugios de ultramar porque siempre es verano en las playas de Belice.

No, no se es persona si la proyección de los asuntos personales no alcanza a la apertura de una sociedad offshore en el Caribe, aunque la aparición de El Albondiguilla, sobrenombre del exalcalde de Boadilla (PP), ha sustraído cierto glamour a la clientela heterodoxa de Mossack-Fonseca. Tan heterodoxa que aparecen Jackie Chang, el verdadero Austin Powers —llegó a pensarse que era un seudónimo— y los allegados de la familia Le Pen. Una contradicción patriótica que Marine podría aprovechar para cambiar La Marsellesa por el himno de Panamá.

"El paraíso en la otra esquina", escribió Vargas Llosa. O Mario Llosa. Que es la fórmula fragmentaria con que aparece el escritor para instalarse ocho semanas y media en las Islas Vírgenes. Fue muy poco tiempo, dice el Nobel. Y añade que la culpa fue del asesor, cuando no del chá, chá, chá, tal como desprende la protección que Agustín Almodóvar ha ejercido sobre su hermano, haciendo suyo el escarmiento social al cineasta.

Le ha malogrado el escándalo la promoción de Julieta, aunque estos pormenores domésticos representan una anécdota respecto a la sobre población de magnates y de líderes políticos en las sociedades offshore. Estamos aprendiendo inglés y mucha geografía gracias a la corrupción —¿ubicaría usted en el mapa la isla Niue?—, como estamos asimilando la antigua sospecha de la discriminación fiscal.

Y no porque aparezcan en los papeles Vladimir Putin, un sátrapa catarí o las concubinas del presidente chino, ejemplos indisimulados de la corrupción, sino porque la lista megalómana intoxica la dignidad de las democracias consolidadas. Toleran y encubren la vergüenza de los paraísos, incluso forman parte de ellos.

El caso del primer ministro islandés resulta elocuente al respecto. Elocuente y acaso premonitorio, sobre todo si la clase gregaria, subordinada, maltratada de los testaferros, se aviene a colaborar con la justicia para despejar las incógnitas.

La X, por ejemplo, ocultaba en Panamá la identidad de Pilar de Borbón. Lo ha reconocido la hermana del Rey, y la tía del Rey al mismo tiempo, pero no tanto para disculparse de la prebenda como para recrear el desdén aristocrático entre los plebeyos: Y, ¿qué pasa?

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