Las TV, tanto la pública como las privadas, tienen que estrujarse las meninges para encontrar algún tema nuevo que ofrecerle a la, cada vez, más exigente audiencia cansada de que les endosen concursos musicales; programas de ruletas de la suerte; concursos para sabios; pruebas para habilidosos; seriales inacabables o programas de opinión política, recurso al que acuden casi todas las cadenas implantadas en el territorio nacional para cubrir una parte de sus extensos horarios de emisión. Las películas siguen siendo el socorrido recurso de las programaciones televisivas y las que, al parecer, más consiguen entretener al público ávido de evadirse por medio de ellas de los problemas cotidianos. Sin embardo, de tanto en cuanto, los programadores logran descubrir un nuevo filón que, inesperadamente, sorprendiendo a sus propios descubridores, parece que cala entre el público, que despierta su interés y, de la noche a la mañana, consiguen ponerse en el top ten de la audiencia.
Esto es lo que acaba de suceder con este concurso de aspirantes a cocinero de la TV1, denominado con el pomposo título de Master Chef. En él, unos supuestos super chef, presentados como la creme de la creme dentro del mundo culinario, han tenido ocasión de demostrar a los seguidores del programa, su petulancia, egocentrismo y autocomplacencia; mostrándose como unos expertos inquisidores que se han cebado a costa de unos asustados, cohibidos, apabullados y resignados aspirantes al premio que se les ofrecía por los patrocinadores del programa; dispuestos, de antemano, a dejarse humillar, abrumar, confundir y atolondrar por aquellos jurados que, con toda probabilidad, los conductores del concurso, se los habían presentado como los supergenios de los fogones.
Ya hace tiempo que nos preguntamos si, en realidad, España necesita tantos nuevos cocineros, si la demanda dentro de nuestro país es tan abundante y si, por otra parte, el tipo de restaurantes de lujo al estilo El Bulli de Ferrán Adría, es lo que ha de ayudar a nuestro turismo a sobreponerse a la crisis o, por el contrario, lo que sería conveniente para el país consistiría en potenciar nuestra cocina autóctona, nuestras especialidades regionales y las magníficas recetas de nuestras abuelas, que tanto éxito vienen cosechando entre la multitud de extranjeros que nos visitan cada año. Mucho me temo que la crisis ya ha hecho su agosto en una multitud de estos restaurantes de élite, de precios astronómicos y grandes platos de loza, en los que se sirven microscópicas raciones de supuestas exquisiteces, que pueden ser el no va más de la cuisine moderna para aquellos que se consideran grandes gourmets; los cursis que presumen de serlo simplemente por snobismo, entre los cuales encontraremos a personajes de la jet society que viven de la fama y de los famosos con los que se juntan.
Las cadenas televisivas han venido, desde hace año, mostrando una predilección por los programas dirigidos por cocineros conocidos, a los que se les ha dado una importancia desmesurada si los comparamos con otros que, seguramente, hubieran tenido una función docente más generalizada, de mayor contenido, más ilustrativa para el público, de carácter más intelectual y pluricultural. Lo malo es que, algunos de ellos, han confundido un programa de recetas culinarias, más o menos sofisticadas, con un show en el que, como en el caso del señor Arguiñano y otros, han torturado los oídos de la audiencia con desafinadas canciones, chistes de dudoso gusto y comentarios, incluso de carácter político, que en ninguna forma se les debiera haber permitido hacer en un programa monográfico dedicado a la cocina. Cada cosa a su tiempo y cada maestrillo con su librillo.
Volviendo al programa al que hemos hecho referencia, es posible que, a algunos espectadores, les pudiera hacer gracia los exabruptos de los jurados a sus pupilos cada vez que presentaban un plato que no les gustaba. A mí, particularmente, les puedo asegurar que sentía vergüenza ajena, me irritaba y maldecía a aquellos personajes que, abusando de la autoridad que se les había concedido, se dedicaban, sin el menor miramiento, a apabullar, desconcertar, entristecer y humillar a aquellas personas que habían hecho lo posible, lo que buenamente podían y lo que significaba un esfuerzo de concentración que, probablemente, no se le hubiera exigido a un alumno en una escuela de hostelería. Personalmente, me pareció una exhibición de mal gusto, de abuso de poder y de escaso significado pedagógico, desdeñar, como hacían, un plato sin antes haber dialogado con el interesado para sacar una enseñanza del fracaso en lugar de convertir a su autor en un guiñapo humano.
Lo llamativo del caso es que corren rumores de que, el éxito del programa, va a hacer que sus promotores intenten sacar el jugo a una segunda parte, aprovechando el tirón de la primera. Un nuevo MasterChef junior para niños de 8 a 12 años, aficionados a las cocinillas Ya se está haciendo un casting nacional para ir reclutando a niños que habitualmente cocinen, que les entusiasme crear platos y que no tengan miedo a las cámaras. Entre las condicionen que se ponen par participar en el concurso está la siguiente "Los aspirantes y concursantes estarán a disposición de la CADENA y de SHINE IBERIA para participar en cualquier programa de la CADENA si fuese necesario, desde el momento de incorporarse al proceso de selección y hasta un período de 30 días a partir del fin de emisión del CONCURSO, desarrollando así mismo a requerimiento de la CADENA todas las actividades relativas a la preparación y ensayos, documentación, viajes, actos de prensa y promoción…" Aunque el concurso se proyecta para el periodo vacacional, sin embargo, el menor que acuda a él deberá tener permiso del colegio para faltar a clase si, el desarrollo del programa, así lo requiriese. Los jurados parece que serán los mismos que actuaron en la primera fase del programa.
¿Son suficientemente maduros estos menores para enfrentarse a un tipo de programa de estas características?, ¿qué consecuencias psicológicas se pueden derivar de estar sometidos a un stress semejante?, ¿ se han tomado medidas para evitar que se repitan los malos modos por parte del Jurado con los aspirantes?, ¿qué puede significar para el seguimiento de sus estudios el estar retenidos por la organización fuera del periodo vacacional?, ¿ qué opina al respecto el Ministerio de Cultura?, ¿puede influir en el futuro de los niños la importancia que se le da a una afición, que puede ser transitoria, en perjuicio de posibles vocaciones alternativas que pudieran darle otra orientación a su vida?, ¿hasta dónde la influencia de los padres puede forzar a un menor a presentarse? Estas son señores, entre muchas otras, las preguntas que nos hacemos cuando se trata de un concurso que afecta a menores de edad que están bajo la tutela de sus padres o de un tutor. Estamos convencidos de que habrá casos en los que la presión familiar sobre el menor puede ser determinante para obligarle a presentarse a la competición, aunque ello signifique ir en contra de sus propios deseos.
Preocupa, señores, que menores de edad, sin la debida madurez para ser responsables de sí mismos, puedan incluirse dentro de los planes de unos sponsor con fines mercantiles, de modo que, de un modo u otro, puedan salir afectados moralmente y psicológicamente de una experiencia que, para la mayoría de ellos, puede ser decepcionante. O ese es mi punto de vista, señores, sobre semejante evento.
Miguel Massanet Bosch