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Un pensamiento intrascendente (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el octubre 5, 2013 por admin6567
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El léxico español no es algo que permanezca inmutable o invariable, tanto en su amplitud como en la variación de su contenido, sujeto a la sucesión de ciclos temporales en los que algunas palabras quedan en desuso, otras se refuerzan, adquieren otras acepciones o se incorporan nuevos vocablos para enriquecer el idioma, demostrando que la lengua es un ente vivo que se renueva continuamente. Sin embargo, en determinados medios, en especial si nos referimos al caso del periodismo que se conoce como prensa rosa, se van implantando determinados usos, tópicos o latiguillos a los que los periodistas, a falta de mejores recursos para expresar determinadas situaciones y, acaso, por pereza de investigar en la gran riqueza semántica de nuestro idioma otras formas, sinónimos y antónimos, construcciones gramaticales o recuperación de expresiones cultas, ingratamente abandonadas en el uso corriente del lenguaje, prefieren ( acaso por la urgencia de su trabajo, la frenética sucesión de las noticias o la necesidad de adelantarse a una competencia inmisericorde que no perdona a los que pierden la oportunidad de dar las primicias de un evento noticiable) acudir a términos estereotipados de los que hacen uso y abuso, sin importarles incurrir en la sacralización de una moda que por su reiteración puede acabar por resultar molesta.

Y en esta tesitura, como un ejemplo más al que referirnos, podemos citar el término "complicidad". En otros tiempos su empleo se solía referir a cuestiones relacionadas con nuestro Código Penal, como "calidad de cómplice" que, a la vez, indicaba una asociación criminal o un delito de cooperación en un acto delictivo que no se calificara como autoría. No obstante, en la actualidad se le ha querido dar un sentido distinto utilizándose a modo de comodín idiomático con el que se quieren expresar las múltiples interpretaciones que se le pueden dar a una mirada aunque, en honor a la verdad, siempre queda la incógnita de a cuál de ellas se está refiriendo la persona que la usa. En efecto, todos hemos oído expresiones como "una mirada de amor"; "una mirada de odio"; "una mirada nostálgica"; "una mirada tierna" o una "mirada dura", etc. lo que nos ha ayudado a desvelar el estado de ánimo de la persona a la que se le atribuye. En realidad, la complicidad, atribuida a la forma de mirar de un individuo podría atribuirse a la que se cruzan dos compinches para iniciar una actuación delictiva o a cualquiera otra de las enumeradas con anterioridad.

El uso periodístico que reporteros y reporteras hacen del término complicidad, en especial cuando se aplica a cierta clase de intercambios de miradas, más bien es un medio para medir el grado de intimidad que existe entre dos personas, a las que se les atribuye un determinado grado de amistad, relaciones sentimentales u expresión de intereses comunes que, sin embargo, pretenden mantener ocultos a terceras personas. En realidad, a mi se me ocurre comparar este término impreciso, de tipo jeroglífico y de múltiples interpretaciones, con aquel gracioso y simpático truco practicado por nuestras abuelas, obligadas a soportar a aquellas rígidas "carabinas", cuya misión consistía en espantar a los "moscones" que pretendían acercarse a sus protegidas, con intención de conquistarlas. El truco consistía en convertir los abanicos de los que solían ir provistas, en un medio eficiente para comunicarse a distancia contra sus encelados pretendientes.

Así, cuando una doncella se abanicaba rápidamente significaba que el zagal había conquistado su corazón; si el abaniqueo era pausado indicaba que la dama estaba casada o que quien la pretendía no era de su gusto. Si se cerraba lentamente el abanico significaba un "sí", pero si se habría y cerraba rápidamente comunicaba que la moza ya estaba comprometida; un cierre brusco y rápido equivalía a un "no" rotundo pero, si a la señorita en cuestión se le caía el abanico era síntoma claro de que estaba rendida a las pretensiones de quien la cortejaba. En realidad, el vocabulario era muy extenso y servía para que los ingeniosos jóvenes burlaran a quienes los vigilaban para evitar cualquier contacto no deseado. Claro que, en todos los tiempos han existido medios de burlar la vigilancia de parientes y escoltas que, todo hay que decirlo, en muchas ocasiones se mostraban condescendientes con sus pupilos, permitiéndoles algunas licencias, simulando que no se enteraban de nada.

Por desgracia, hoy en día si se les explican a los jóvenes los medios de los que se veían obligados a recurrir nuestros ancestros para poderse comunicar con sus parejas, se ponen a reír y nos toman por locos; porque son incapaces de entender que para conocer a un chico o una chica se precisaban días y a veces meses de espera. Lo que no pueden asimilar las modernas generaciones, por mucho que pretendamos hacérselo comprender, es que, todos aquellos impedimentos formaban parte de un ritual amoroso preestablecido, de tal manera que, cada paso que se avanzaba en la conquista de la mujer, tenía un componente erótico, como lo tenía contemplar la pantorrilla de una mujer o, simplemente, tener ocasión de tomarla de la mano. ¡O tempora, o mores!

Puede que con eso de las "miradas cómplices" se pretenda evitar explicitar mensajes como " te espero más tarde para revolcarnos en la cama" o "ya me he enterado de que tu marido no irá a dormir a casa, espérame que iré a acompañarte"; con lo cual se evitan posibles denuncias por haber violado la sagrada "intimidad" de todos estos que se sienten muy ofendidos cuando los pillan in fraganti pero, no obstante, no tienen inconveniente en mostrarse medio desnudos y agarrados como lapas cuando les interesa llamar la atención. Es como esta costumbre defensiva, utilizada continuamente por los periodistas cuando se refieren a los autores de cualquier tipo de delito que, todavía, no han sido condenados; cuando utilizan el término "presunto" que no se cansan de repetir, aunque el personaje al que se refieran haya sido pillado con el cuchillo en la mano rebanando el gaznate de su infeliz víctima.

¡Qué quieren que les diga!, no puedo evitar, cada vez que leo o escucho a un reportero lo de las "miradas de complicidad", preguntarme qué es lo que en realidad intenta decir. Es posible que la rutina del oficio o la comodidad de no tener que emplear otro tipo de expresiones para definir una situación compleja, que abarca una serie de posibles soluciones o alternativas; les impulse a optar por lo más fácil de modo que, si llegara el caso de que se tuviera que aclarar, lo que quiso transmitir a sus oyentes o lectores, siempre tendría la posibilidad de optar por la interpretación que más le conviniera, fuera esa un ¡vete y que te parta un rayo!, o, por el contrario, que el mensaje de la mirada representaba una declaración de amor. Así, el avispado reportero, siempre puede argumentar que, con lo de miradas cómplices, se refería a lo que, en definitiva, resulto ser cierto.

Evidentemente que, como sucede en las TV, está fuera de lugar que les pidamos a toda este serie de recién incorporados a las labores informativas que, además de conseguir las informaciones, se expresen con corrección, usen los términos adecuados y apliquen los conocimientos que se supone recibieron en la Escuela de periodismo. Sin duda, sería como pedirle peras al olmo. Conformémonos pues con los que hay y, en todo caso, permitámonos, de vez en cuando, recordarles que no todo lo que hoy en día se lleva es lo mejor, a pesar de que el Mundo no haya cesado de avanzar en lo que se considera el progreso de la Humanidad. O así es, señores, como contemplo resignado, como cada día que pasa una parte de nuestra cultura se pierde en la frivolidad de quienes han decidido cambiar el mundo.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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